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La Ciudad |IMPRESIONES - Ocurrencias

Incendios fríos que matan

Incendios fríos que matan
9 de Febrero de 2025 | 05:44
Edición impresa

Alejandro Castañeda
afcastab@gmail.com

En un campo de Brandsen hallaron muerta el lunes 6 de enero a Aimé Castillo, la bombero que había desaparecido tras el suicidio de su novio en Año Nuevo. La información fue confirmada entonces por el cuartel de voluntarios de San Vicente, donde prestaba servicios la pareja.

La joven de 23 años era buscada desde el sábado 4 cuando, luego de una breve internación ante la dolorosa noticia que recibió, fue dada de alta y tras despedirse de su novio, salió de la casa de su madre, que vive en Brandsen, con una bicicleta naranja.

Su cuerpo fue encontrado en las afueras de esa ciudad por uno de los perros de búsqueda, en una zona arbolada, lejos de todos y de todo. Se quitó la vida, ahorcándose.

La crónica lo relató así, pero los hechos, se sabe, nunca cuentan todo. Se habla de una incontrolable relación llena de obstáculos. Lo extraño es que a los cinco días, por no poder soportar la ausencia de su compañero, ella también se mató. Eran bomberos voluntarios. Dos uniformados a quienes les han enseñado a lidiar con emergencias devastadoras. Pero la vida enseña que hay fuego en todos los lugares. Y que hay incendios que hasta el final arden en el alma. El filósofo Kierkegaard decía: “Lo que nos define es la desesperación. El hombre es ese animal que desespera”. Y llamaba “incendio frío” a esa sensación demoledora.

A esa muchacha, esos cinco días peleando contra los recuerdos y la culpa, no le dieron tregua. Lo llamativo de este trágico suceso es su decisión de irse pedaleando hacia la muerte para encontrar alivio. Habrán sido cinco días de un pesar inagotable. Se ahorcó en un lugar alejado, como para no escuchar nada que la pudiera disuadir. Estaba harta de escucharse a sí misma. Fue, se dijo en el cuartel, el final de un amor desgarrador.

La crónica sabe de esas parejas que juntos toman la decisión de ponerle fin a su historia. De matarse y morir casi al mismo tiempo. Pero es menos frecuente que después de la desaparición voluntaria de un miembro de la pareja, el otro a los pocos días, acosado seguramente por fantasmas de todo calibre, decida aniquilarse. Hemos leído sobre muertes próximas, sobre todo en parejas viejas, que deciden marcharse juntos. Sabemos de pactos suicidas para querer salir juntos de un padecimiento inmenso y repartido. El amor, hasta los romances más virtuosos, anda muchas veces al borde de la aniquilación. Es una pasión que no tranquiliza, al contrario, enseña que nada es irrompible y eso quizá es lo que lo haga más deseable. Y siempre, entre reproches y condenas, las parejas están a tiro de alcanzar un vacío emocional que se llena solo con un adiós absoluto. Desaparecido uno, el otro hereda un estado de desesperación y consternación ante una pérdida que agobia y, por tanto, pide ser evadida. En estas historias, casi siempre el odio, el perdón, la culpa y la recriminación conviven en una misma narrativa que resulta ambivalente, indomable y enorme. Uno, el que queda, debe sentir que tiene que ser triste y desolado a perpetuidad. Y la desesperación se encarga de darle argumentos.

Cristina Blanco, socióloga, profesora jubilada de la Universidad del País Vasco es la directora del único posgrado presencial en Suicidiología que existe en España. Su marido se suicidó hace 15 años. “Se habla mucho del duelo: la ausencia es la misma que en cualquier otra muerte, pero en el caso del suicidio la culpa y la sensación de abandono te aniquila. Un accidente o un cáncer no te interpela a ti como persona querida. En el suicidio sí: te has ido porque has querido y eso cuesta… el miedo te acompaña de por vida”.

Los griegos aquellos tenían en Corinto un local para “atender por medio de discursos a los afligidos”. Vendían consuelos para enfermos del ánimo. Y los amores sufridos buscaban apenas apaciguarse, porque el olvido es inalcanzable.

En su libro La sombra de Naipaul, Paul Theroux cita las bellísimas palabras que le dijo una anciana: “La pena es pura y es sagrada”. Reivindicando de alguna forma el derecho que tiene cada cual a intentar sobrellevar su sufrimiento como puede.

Como escribió Roberto Arlt en una de sus acuarelas: “El Hombre en cualquier extremo de la pasión es siempre un espectáculo extraordinario”.

 

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