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“Buscando a Tabernero”: rescate del director de fotografía que hizo escuela en La Plata

Eduardo Montes-Bradley reconstruye el pasado oculto de un personaje clave del cine nacional, que escapó de los nazis y combatió en la Guerra Civil española antes de llegar al país

“Buscando a Tabernero”: rescate del director de fotografía que hizo escuela en La Plata

Pablo Tabernero dando clases en la Escuela de Bellas Artes de la UNLP

Pedro Garay

Pedro Garay
pgaray@eldia.com

25 de Noviembre de 2020 | 02:41
Edición impresa

“Siempre en la baranda de la cubierta de un buque que cruza océanos y tormentas de revoluciones, postraciones y exilios”: así se definió, en su autobiografía inconclusa (apenas escribió cuatro páginas, sueltas, a mano) Pablo Tabernero, director de fotografía fundamental del primer cine nacional, y un hombre que vivió mil vidas: escapó de la Alemania nazi, fue parte de la Guerra Civil española, emigró luego a Buenos Aires, dio clases en La Plata y finalmente escapó en tiempos de Onganía hacia Estados Unidos. En esas casi tres décadas en suelo argentino, Tabernero se convertiría en uno de los directores de fotografía fundamentales del cine nacional, creador de imágenes impactantes, utilizando técnicas novedosas, “de científico loco”, según dice Diego Trerotola en “Buscando a Tabernero”, documental de Eduardo Montes-Bradley que se estrena mañana a través de Cine.Ar TV, a las 20 (desde el viernes estará en la plataforma).

Una película construida durante tres años, en los que Montes-Bradley paseó por Berlín, Barcelona y Buenos Aires en busca de testimonios que echen luz sobre las sombras (como hace la fotografía) de la biografía errante del DF, y recabó material del paso de Tabernero como docente de la Escuela de Bellas Artes de la Universidad Nacional de La Plata, ciudad que es parte del ADN de Montes-Bradley: “Mi bisabuelo hizo las primeras fotos de La Plata: cuando Dardo Rocha fundó La Plata, lo llamó a Tomás Bradley para hacer las fotos de la construcción de la Ciudad”, comenta en diálogo con EL DIA el realizador, reconocido por filmes como “Los cuentos del timonel” (2001) y “Cortázar: apuntes para un documental” (2002).

No fue esa relación con la Ciudad lo que despertó su interés en Tabernero, sino un encargo el que lo llevó a Montes-Bradley a investigar sobre Tabernero: “Yo trabajo a pedido”, explica el realizador, que, asentado en la Universidad de Virginia, comenta que ha filmado documentales “sobre los temas más raros que te podés encontrar”. La historia de Tabernero se la trajo su hijo, el empresario Henry Weinschenk: el director relata que Henry y él compartían una mesa de amigos “como la de ‘Polémica en el bar’” y allí, el hijo del director de fotografía traía siempre a colación que su padre había sido director de fotografía en Argentina: “Cada vez que decía eso, nos levantábamos de la mesa y nos íbamos”, se ríe Montes-Bradley. No había registros, claro, de un DF de apellido Weinschenk en la historia de nuestro cine. “Pero un día me dijo que quería que investigara a su padre, no sabían de dónde había venido. Yo le dije que en Argentina no había ningún director de fotografía llamado Weischenk, y ahí me dijo que su papá se llamaba Tabernero. Fue como si me hubiesen tirado un baldazo de agua fría, porque yo conozco muy bien a Tabernero…”, cuenta Montes-Bradley.

Henry le dijo que Tabernero se había cambiado el nombre “porque no podían pronunciar el apellido”, y Montes-Bradley pensó que aquella versión oficial era falsa: “Los argentinos pronuncian apellidos mucho más difíciles… Tenía que haber otra razón. Con ese ‘tiene que haber otra razón’ empieza la película”, revela.

Contratado entonces por la familia, Montes-Bradley inició sus viajes: viajó durante un año a Berlín, a Arosa, a Mainz, a Barcelona, sus rastros escasos y evanescentes. Cuando se percató de que lo que estaba narrando era la historia oculta del cine nacional, pidió apoyo al INCAA: un dinero que luego perdió su valor durante “la crisis veintidós mil del país”, pero “quien te quita lo bailado: yo la pasé extraordinariamente bien, dando un paseo siguiendo los pasos de un judío errante”.

LA ODISEA

Recorriendo ese camino que Tabernero había transitado desde su nacimiento en 1910 en Berlín, bajo el nombre de Peter Paul Weinschenk, Montes-Bradley reconstruyó una vida de película: viajó solo de Berlín a la casa paterna, en Suiza, escapando la peste, con solo 8 años, luego la crisis azotó a la familia y se fueron a vivir a la casa del abuelo en Mainz, años más tarde quedó huérfano, todavía adolescente, y regresó a Berlín, donde coincidió con el renacimiento alemán en la cultura, el auge del expresionismo alemán en cine, la Bauhaus. “También del renacimiento antisemita”, desliza el director; escapando del nazismo, fue camarógrafo junto a la columna Durruti durante la Guerra Civil Española y, finalmente, desembarcó en Argentina en 1937. Allí, la cámara de Montes-Bradley se detiene: “A mi me interesaba hablar del Tabernero del cine argentino de los años 40, pero no me interesaba hablar de esas películas, sino saber de dónde sacó esa formación: ¿cómo se hace Tabernero?”, explica el cineasta, que encontró la respuesta en aquellos años de formación en Weimar, “donde adquiere recursos estéticos que se verán en las películas de Carlos Hugo Christensen”, y en España, donde “rodó los documentales que ilustraron la guerra civil española en todo el mundo”: cargando la cámara entre balazos y cañonazos, Tabernero agregaría a su repertorio movimientos de cámara prodigiosos, que convirtieron una de sus primeras intervenciones en el cine nacional, “Prisioneros de la tierra”, en una película asombrosa.

“Mario Soffici se lleva el crédito”, dice Montes-Bradley, “y era un tipo muy talentoso, pero incapaz de hacer una experiencia de cámara como la de ‘Prisioneros de la tierra’: Soffici no tenía formación para hacer esa cámara en mano, esa cámara que se arrastra, que acompaña la acción; la formación la tenía Tabernero, que venía de las trincheras de Aragón, que había saltado al compás de las balas y los cañonazos. Él entendía cómo filmar el drama”.

Antes de trabajar en “Prisioneros de la tierra”, Tabernero debutó en el cine nacional con “Nace un amor”, bajo la dirección de Luis Saslavsky. Fue entonces que cambió su nombre, por razones distintas a la que le contaría a Henry: “El hijo tenía la versión, como todos los hijos, que le había dado el padre. Y los padres siempre mienten. Yo tengo tres hijos, y les miento todo el tiempo, porque la verdad es terrible, ¿cómo les vas a decir la verdad?”, se ríe Montes-Bradley.

EL NOMBRE

La versión alternativa de la historia se lee en un contrato con la productora Lumiton rescatado por el documental: Tabernero llegó a Buenos Aires en octubre de 1937 y en noviembre ya filmaba, es decir, “lo estaban esperando otros refugiados judíos, había una comunidad”; meses después de su llegada y del rodaje de “Nace un amor”, “tiene lugar en el Luna Park un acto a favor de la invasión de Austria de Hitler, donde van 25 mil personas. En Argentina vivían 3 mil alemanes, ¿de qué nacionalidad eran los otros 22 mil? Eran nazis vernáculos”. Siguió una contramarcha de la izquierda, con muertos. Y por esos días, Hitler publicó una carta en La Prensa, pidiendo que al que vea judíos alemanes, los reporte a la embajada. “La cosa se pone muy espesa. Y Tabernero, evidentemente, tiene miedo, al punto de que dos semanas antes del estreno pide que cambien su nombre en el contrato”.

Pero Tabernero resistiría, tomando algunas de las imágenes más icónicas de aquel cine de la era dorada. Mientras tanto, brindaba clases en la Escuela de Bellas Artes de la UNLP y formaba discípulos que serían nombres fundamentales.

El gobierno de Onganía, sin embargo, intervino a mediados de la década del 60 la Escuela. “Los milicos entraron por una puerta, y por la ventana salía Tabernero”, que decidió huir a Estados Unidos, donde vivió el resto de su vida.

Montes-Bradley reconstruye los años borrados, olvidados del director de fotografía, pero su cámara se detiene al llegar a Argentina. “Creo que esa es otra película”, dice, un filme distinto al suyo, que se niega a clasificar como un homenaje. “No me gusta la palabra homenaje: yo no le hago un homenaje, el homenaje se lo hace él mismo habiendo vivido esta vida. Nosotros lo que podemos hacer es señalarlo, reconocerlo. El mejor homenaje, en todo caso, es haber recorrido en ese mismo barco, esas tormentas a través del tiempo, el espacio y la imagen: el documental es una oportunidad para aprender, no para enseñar”, afirma. “Yo no creo en los documentales que revelan, que iluminan. Yo creo que hay que meterse en la carne de esa gente, hacer ese viaje y que otros puedan hacerlo con uno, que se suban al barco”.

 

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