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En Flow está la “intrusa” de los Oscar, una cinta en apariencia inofensiva que esconde un fuerte mensaje contra Hollywood
Pedro Garay
pgaray@eldia.com
Entre las nominadas a mejor película en los Premios Oscar entregados hace una semana, había una intrusa: “Contra lo imposible” (o “Ford vs. Ferrari”: la aleatoria traducción utilizada para los cines nacionales provocó que se utilizara entre el público su nombre en inglés) no parecía, en la superficie, denunciar la brecha entre ricos y pobres como “Joker” o “Parasite”, tampoco tomar los riesgos estéticos de éstas o “1917”, o los riesgos temáticos de la absurda “Jojo Rabbit”; no tenía el alcance épico de las cintas de Scorsese y Tarantino, con sus elencazos.
“Ford vs. Ferrari”, que puede verse por Flow, asomaba además, en la era de “Mujercitas” emancipadas, como una historia de papis, una fantasía masculina (que tu hijo te mire embelesado) completa con ruidos de motores y amistades masculinas blancas, hechas de pocas palabras y desencuentros arreglados a los golpes: una película que parecía estrenarse en el momento equivocado, en el lugar equivocado, para colmo narrada en el lenguaje “clásico” del cine que gestó Hollywood, pero en un tiempo donde hoy rige la moda de cines más desestructurados narrativamente: una que una industria menos culposa hubiese abrazado este filme clásico con más efusividad, pero esta industria que tenemos hoy parecía no atreverse a abogar abiertamente por el filme dirigido por James Mangold y protagonizado por Matt Damon y Christian Bale. En reconocimiento de sus evidentes logros, consiguió nominaciones y hasta ganó dos premios, pero hasta ahí llegaría el amor de la Academia.
En consecuencia, lo que más se escuchó de “Ford vs. Ferrari” es que se trata de un relato muy masculino, de tipos siento tipos, narrado con el ya conocido pulso clásico de Mangold, excelentemente llevado a cabo en términos de “los valores de producción” (¡el sonido! ¡esos autos!), y con un Damon en estado de gracia (y un Bale, bue, no tanto: si Damon es la imagen del actor clásico, que no necesita actuar en cada cuadro, Bale es su espejo, intentando siempre sobresalir).
Es una acertada descripción de esta historia sobre la rivalidad entre dos fabricantes de autos, la corporación Ford, villanísima, y los artistas de Ferrari, aunque claro, ¿qué es un relato clásico sino una narración que cuenta una historia en la superficie y otra debajo? Esta es entonces la historia de una rivalidad, una lucha de dos empresas en la pista, pero es antes, como es habitual en el cine de Mangold, la historia de una amistad. Parece también un relato que no ofende ni tiene nada para agregar en el convulso clima político y social actual, con una visión tradicional del género y sus valores y sin demasiada preocupación por la raza, la brecha entre ricos y pobres y otras cuestiones urgentes. Pero sin embargo esconde una crítica contra la industria del cine actual.
Porque nuestros protagonistas no se pelean contra Ferrari, no realmente, sino contra Ford, la corporación que financia pero que quiere limitar su libertad para crear el vehículo de carreras perfecto. Marketing y política se meten en la pista, hasta que Carroll Shelby, el dueño del equipo de carreras contratado por Ford, llega al límite.
“No se puede ganar por comité”, lanza el personaje de Matt Damon entonces: se lo tira en la cara a Henry Ford II, que quiere controlar cada aspecto de su proceso creativo, y es evidente que es el director quien le habla a tantos productores y estudios, los “comités”, ansiosos y controladores. No parece casual que Mangold haya rodado esta historia de la lucha por hacer arte en este contexto industrial, tras filmar “Logan”, una de las cintas de superhéroes que cambió el rumbo del género, y también ejemplo de las tensiones que se generan al rodar estos “tanques” en las fauces del dinero de los grandes estudios.
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Mangold llevó a cabo su visión en “Logan”, pero su experiencia debe haber sido amarga para rodar luego una cinta donde, finalmente, la corporación tiene la última palabra. No se puede, parece suspirar el director: un mensaje menos sutil que los parques temáticos de Scorsese, pero ahí está para quien quiera oír.
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