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Tres relatos de médicos platenses que día a día combaten al coronavirus y debieron modificar por completo la vuelta a sus hogares
Martín Barboza
Están en lo que ahora le llaman la "trinchera" en la lucha contra el COVID-19. Sin importar la especialidad, están en la primera línea a la hora de recepcionar un paciente con indicios de coronavirus, hacerles el hisopado, atenderlos en caso de que efectivamente hayan contraído la enfermedad. Así todos los días.
Pero, ¿cómo es la vida de los médicos cuando salen de la trinchera y regresan a sus casas, donde a la mayoría los espera sus familias, con los temores propios de una pandemia sobre la que es más lo que no se sabe que lo que sí?
Todos coinciden en que tuvieron que modificar de mínima sus hábitos al momento de ir y volver de trabajar. Pero también se restringieron los besos y abrazos con los seres queridos, simplemente por prevención y para protegerlos.
Son tres historias de médicos platenses que cuentan cómo cambiaron de plano algo tan simple como regresar a sus hogares, los "protocolos" que siguen, lo que hacen y lo que dejaron de hacer puertas adentro.
Ariel De Cillis es médico terapista: si hay una especialización que está en la primera línea en esta pandemia son los que se desempeñan en las terapias intensivas, porque allí son derivados los pacientes con COVID-19 que presentan un cuadro de mayor gravedad.
El área en la que cumple sus funciones sin dudas lo obliga a tomar todos los recaudos posibles no sólo en el ámbito laboral, sino también cuando regresa a su casa, donde lo esperan su esposa Mariana, también médica, y sus dos hijas, Emma y Sofía.
"Cuando llego vengo con la ropa que utilicé en el trabajo y si las enanas están despiertas el juego es que ellas me rocíen íntegro con una solución de lavandina. Recién ahí me saco esa ropa y la pongo para lavar en el interior de un tacho exclusivo para eso. De ahí me voy a bañar y un hábito que implementé es el de estar adentro de casa todo el día con barbijo", cuenta Ariel.
Pero no sólo el uso permanente del barbijo es lo que puso en práctica. Por precaución y para no exponer a su familia a un eventual contagio, ya que él mismo no sabe si puede estar contagiado más allá de que no tiene ningún síntoma, a la hora de comer, Mariana y las nenas lo hacen en la mesa principal y Ariel en una secundaria, la que las chicas habitualmente usan para jugar, ubicada a poco más de dos metros para respetar el distanciamiento social recomendado.
"Tuvimos que cambiar mucho. Las nenas cuando quieren darme un abrazo yo les pido que lo hagan desde atrás, por la espalda. Es muy difícil, pero es lo mejor", afirma. Y si bien por el momento no lo han llevado a la práctica, todos los días da vueltas la posibilidad de quedarse en capital federal, donde desarrolla la mayoría de sus actividades laborales, para reducir al mínimo las chances de un probable contagio, ya que en al menos dos lugares donde trabaja ya se han registrado casos positivos de coronavirus.
Leticia Moreda es médica clínica y trabaja en el Hospital de Gonnet. Si bien ella misma aclara que otros compañeros profesionales que están en esa "primera línea" de batallar contra un enemigo invisible, todos están abocados a la misma tarea, sin importar especialidades.
"Modifiqué toda mi vida respecto de cómo ir y volver de trabajar. Antes iba con mi ropa, me ponía la chaqueta, después la dejaba en el auto, volvía a mi casa y saludaba con un beso a mis hijos", comienza relatando.
Pero eso cambió radicalmente. Otra vez volvió a usar ambos, algo que estaba reservado a la época en la que hacía guardias. "Llegamos con el ambo, desarrollamos nuestros día en el hospital y cuando nos vamos, haciendo equilibrio, nos cambiamos tratando que la ropa que usamos no tenga contacto con la que llevamos en una bolsa. Otra hábito que implementé es destinar dos calzados exclusivamente para ir al hospital y esos no entran a la casa", agrega.
El momento puntual de llegar al hogar es otro en los que busca tener los mayores recaudos: "Tengo a mano el lavadero, así lo primero que hago es lavarme las manos y dejar en una caja la bolsa con la ropa que usé, junto al calzado, que queda afuera. Pongo el lavarropas y rocío el bolso con una solución de agua y lavandina. Después de eso entro a casa, voy al baño y me vuelvo a lavar las manos".
Respecto del contacto con sus hijos, admite que tuvieron que "suspender besos al llegar. En realidad los besos y abrazos con los chicos están suspendidos todo el día. Esa es una de las mayores costumbres que más tuvimos que cambiar, además de las charlas en mi cama". Aunque admite que tiene hay momentos en los que esa barrera se afloja, como cuando León, el más chico, le dijo que el coronavirus no le iba a impedir abrazar a su mamá.
Otra práctica es la "no usar las botellitas con agua que teníamos: ahora cada uno se sirve en un vaso, se lava y no se comparte".
"En general, cuando llego la que me abre las puertas es Luisi (la mayor de los chicos) para que yo no toque los picaportes y si los tuviera que tocar enseguida los rocío con la solución de lavandina", comenta rememorando cómo es ese conjunto de medidas que implementaron a partir de la pandemia.
"Cuando empezó tuve mucho susto y preocupación. Después empezás a desarrollar un mecanismo de perder un poco el pánico porque si no es imposible. Al principio estuve muy asustada, pero es incompatible con hacer las cosas bien", concluye.
El tercer testimonio corresponde al jefe de Traumatología del Hospital "Mario Larrain", de Berisso, Jorge Yovovich, quien también se desempeña en el mismo servicio en la clínica IPENSA.
"Hemos cambiado bastante las rutinas de llegada a casa. Básicamente estoy usando ambos todos los días porque de esa manera se puede lavar rápidamente, lo mismo que las Crocs, que son lavables", comienza contando en diálogo con este diario.
Pese a su especialidad, Jorge es uno de los médicos que hacen los hisopados a los pacientes para confirmar si tienen COVID-19. "Junto a otros médicos nos pusimos la mochila y empezamos a organizar el funcionamiento", cuenta respecto de cómo es la labor en el hospital donde ya tienen un contagio confirmado.
"Cuando llego a casa me espera Silvia, mi esposa, con guantes puestos. Todo lo que sea objeto que llevo encima, como llaves, anteojos, teléfono celular, sello, lapicera, billetera, lo dejo en una mesita y ella se encarga de limpiarlo todo", relata sobre cómo comienza la rutina diaria cada vez que vuelve de trabajar.
"Yo, sin estaciones previas, como besos a mis hijas, voy derecho al baño, dejo la ropa en el piso y me baño. Esa ropa que me saqué va al lavadero y se lava de inmediato. Sobre el lavado, trato de que sea eso solo así tiene más movimientos en el lavarropas y se lava mejor", agrega.
Además de salir a trabajar es el encargado de hacer las compras ya que "tanto mi esposa como mis nenas cumplen la cuarentena a rajatabla. Yo salgo, pero trato de hacerlo lo menos posible".
Y si bien durante la charla en ningún momento manifestó tener temor o miedo, sí tiene muy claro que "el día que tenga media línea de fiebre me autoexcluiré de mi casa".
Son tres historias que seguro se repiten de a cientos y que muestran, cada una con sus propios matices, cómo los que combaten en la trinchera contra el coronavirus no bajan los brazos ni cuando regresan a sus casas.
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