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Cientos de afroamericanos, la mayoría anónimos, han muerto en los últimos cien años en ese país a manos de la policía o con su complicidad. Las claves de este flagelo
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LUCÍA LEAL
WASHINGTON
EFE
La historia de George Floyd se repite como un eco. Cientos de afroamericanos, la mayoría anónimos, han muerto en el último siglo en Estados Unidos a manos de la policía o con su complicidad, y su pérdida espoleó revueltas imprescindibles para entender el extraordinario movimiento que sacude ahora al país.
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La íntima relación entre las tácticas policiales y el racismo estructural en Estados Unidos tiene uno de sus ejemplos más tempranos en 1919, cuando Eugene Williams, un adolescente negro que nadaba en el Lago Michigan, llegó hasta una playa vetada a los de su raza y fue asesinado a pedradas por una multitud blanca.
La policía de Chicago miró para otro lado y se negó a arrestar a sus asesinos. El episodio desató el llamado “verano rojo”, una serie de choques raciales que causaron al menos 38 muertos, 23 de ellos negros.
Lo que a comienzos del siglo XX era tolerancia o complicidad por parte de la policía ante los linchamientos de afroamericanos que estaban a la orden del día, sobre todo en el sur, se convertiría más tarde en palizas u homicidios protagonizados por los propios agentes que, en una abrumadora mayoría de los casos, han quedado impunes.
“Los afroamericanos llevan más de un siglo protestando contra la violencia cometida por la policía”, explicó a Efe un profesor de historia afroamericana en la Universidad de Iowa, Simon Balto.
“La diferencia (con lo que vemos ahora) es que la mayoría de estas campañas han estado bastante localizadas, en lugar de reproducirse en todo el país al mismo tiempo”, añadió.
Muchos han comparado las protestas actuales con los disturbios desatados por el asesinato de Martin Luther King en 1968, pero la mayoría de los historiadores disienten: el principal paralelismo está en los saqueos que se registraron en Washington, y esos episodios han sido muy minoritarios en las manifestaciones de ahora.
“Cuando la gente dice que este momento es como los disturbios de 1968, se está centrando solo en un aspecto del momento actual, que además es la parte en la que participa menos gente”, resumió Balto.
Además, al contrario que entonces, cuando “la mayoría de los estadounidenses blancos odiaban el movimiento por los derechos civiles”, ahora “hay una solidaridad mucho mayor entre los blancos con los manifestantes negros, y eso no tiene precedentes”, agregó.
Sin embargo, fue al calor del movimiento de los derechos civiles cuando los afroamericanos empezaron a expresar más claramente su indignación por el racismo que reflejaban las tácticas policiales.
En 1964, el asesinato a tiros del joven de 15 años James Powell por parte del teniente de policía Thomas Gilligan en Harlem (Nueva York) desató una serie de protestas y disturbios en la Gran Manzana, Nueva Jersey y Filadelfia (Pensilvania), donde ya había fuertes tensiones por episodios previos de brutalidad policial.
Un año antes, en la Marcha de Washington donde Martin Luther King pronunció su célebre discurso “I have a dream”, uno de los carteles de los manifestantes rezaba: “Pedimos el fin de la brutalidad policial”.
Para Steven Taylor, experto en derechos civiles y raza en la American University de Washington, el episodio más parecido a lo que vive ahora EE UU fue el llamado “largo verano caluroso” de 1967, cuando hubo 159 protestas y disturbios en ciudades de todo el país.
Aunque la movilización tuvo que ver con muchos factores estructurales, la “brutalidad policial” tuvo un papel importante, explicó Taylor; por ejemplo, en Newark (Nueva Jersey), los disturbios respondieron a la paliza que dos policías blancos dieron a un taxista negro por una infracción menor de tráfico.
Fue ese año cuando el jefe de Policía de Miami, Walter Headley, defendió la represión de los disturbios en barrios negros con una fatídica frase que el ahora presidente de EE UU, Donald Trump, repitió la semana pasada en un tuit: “Cuando comienza el saqueo, comienza el tiroteo”.
Una década después, en 1980, la exoneración de cuatro policías blancos acusados de matar de una paliza a un motociclista negro en Tampa (Florida) desató cuatro días de protestas y disturbios en Miami, que dejaron 18 muertos y más de 300 heridos.
Ese episodio fue de los primeros que canalizaron la indignación por un factor que hoy es clave en las protestas: el hecho de que “casi todos los policías blancos” quedan impunes “cuando matan a negros”, con “un puñado pequeño de excepciones recientes”, en palabras del profesor Balto.
La absolución de los cuatro policías de Los Ángeles acusados de dar una brutal paliza al afroamericano Rodney King generó una fuerte ola de protestas en la ciudad californiana en 1992, que se tornaron violentas y ocasionaron más de 60 muertos y mil edificios incendiados.
Salvo por el caso de 2001, cuando hubo disturbios en Cincinnati (Ohio) por el asesinato de un adolescente negro desarmado, Timothy Thomas, por disparos de un policía blanco; la indignación por la violencia policial pasó a un segundo plano al empezar el siglo XXI.
Fue el asesinato del adolescente negro Trayvon Martin en 2012, y la absolución en julio de 2013 del exvigilante voluntario George Zimmerman, lo que volvió a incendiar las tensiones raciales; y la mecha estalló en 2014 en Ferguson (Misuri).
La muerte del joven desarmado Michael Brown a manos de un policía blanco, y la posterior retirada de cargos contra ese agente generaron fuertes protestas en Ferguson; y ese mismo año, en Nueva York, un policía blanco ejecutó una llave de estrangulamiento al afroamericano Eric Garner, sin ser condenado.
La frase “no puedo respirar” de Garner, grabada en vídeo por un transeúnte e idéntica a la que pronunció George Floyd antes de morir en Minneapolis (Minesota), imprimió fuerza al incipiente movimiento “Black Lives Matter” (“Las vidas negras importan”), que ayudó a organizar muchas protestas de los últimos años.
La muerte en 2015 del afroamericano Freddie Gray por las lesiones sufridas mientras era trasladado en un furgón policial tampoco acabó con condena, aunque sí en graves disturbios en Baltimore y protestas en todo el país.
Desde entonces, amplificados por las redes sociales, los nombres de afroamericanos asesinados por la policía no han parado de acumularse: Alton Sterling, Philando Castile, Sylville Smith, Keith Lamont Scott y Stephon Clark son solo algunos de ellos.
La suma de los nombres de Breonna Taylor y George Floyd espoleó la ola de protestas actual, que clama contra un hecho incontestable: los afroamericanos tienen 2,5 veces más probabilidades de morir a manos de la policía que los blancos, según un estudio de 2019 de la Universidad Northwestern.
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