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Los países más pobres del mundo están amenazados por una década perdida. Sería una catástrofe humana y un fracaso moral
Las crisis de los tres últimos años han afectado duramente a los países de renta baja y media-baja. Pero los daños no se limitan al pasado. También acecha en el futuro. Los países más pobres del mundo están amenazados por una década perdida. Sería una catástrofe humana y un enorme fracaso moral. Perjudicaría al futuro de todos nosotros, especialmente al de los europeos, tan cercanos a algunos de los países más afectados. Hay que hacer algo, empezando por atajar la crisis de la deuda que se avecina.
Según Kristalina Georgieva, directora gerente del FMI, “alrededor del 15% de los países de renta baja ya están en dificultades de endeudamiento y otro 45% corre un alto riesgo de padecerlas. Entre los mercados emergentes, alrededor del 25% se encuentra en situación de alto riesgo y se enfrenta a spreads similares a los de default”. Sri Lanka, Ghana y Zambia ya están en suspensión de pagos. Les seguirán muchos más. Hay que hacer algo urgentemente, afirman en un artículo del Financial Times.
¿Por qué ha sucedido esto? La respuesta es que los países de renta baja y media-baja han contraído demasiada deuda del tipo equivocado. Esto refleja principalmente la falta de buenas alternativas. El mundo abrió una trampa de deuda, al hacer que las condiciones de los préstamos fueran atractivas pero arriesgadas. Covid-19, la suba de precios en energía y alimentos, el aumento de las tasas de interés, el fortalecimiento del dólar y la desaceleración mundial han hecho que los costos sean prohibitivos, cerrando así la trampa sobre estos países vulnerables.
Cuando la deuda se vuelve impagable, hay que reestructurarla. Esto es tan cierto para los países como para las empresas y los hogares. Pero la reestructuración se ha vuelto aún más difícil que en los ‘80, tras la crisis de la deuda latinoamericana de 1982. En aquella época, los principales acreedores eran algunos grandes bancos occidentales, gobiernos occidentales e instituciones financieras internacionales (IFI) dominadas por Occidente. Al menos, era relativamente fácil coordinar a estas entidades. La principal dificultad era admitir qué tan quebrados estaban algunos bancos occidentales.
Sólo entre 2000 y 2021, la parte de la deuda externa pública y con garantía pública de los países de renta baja y media-baja (aparte de la que estaba en manos de las IFI) que se debía a los tenedores de bonos saltó del 10% al 50%, mientras que la parte que se debía a China aumentó del 1% al 15%. Mientras tanto, la parte correspondiente a los 22 miembros del Club de París, predominantemente occidental, cayó del 55% al 18%. Así pues, coordinar a los acreedores en una operación global de reestructuración de deuda se ha vuelto mucho más difícil, debido a su mayor número y a su diversidad. Además, nadie quiere reestructurar la deuda que tiene consigo mismo si eso sólo beneficia a otros acreedores, no al propio país.
No existe un marco eficaz para reunir a todos estos acreedores. Tampoco existe ningún modelo creíble para reestructurar esa deuda. El G20 creó el ‘Marco Común para los Tratamientos de la Deuda’, para hacer frente a la primera dificultad. Pero en la práctica se trata de una iniciativa del Club de París.
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Los otros acreedores (y a menudo mucho más grandes) no están realmente comprometidos. Según el propio FMI, el marco no tiene tracción. Del mismo modo, no existe ningún planteamiento de reestructuración de la deuda que pueda ofrecer lo que se necesita: un nuevo comienzo para los países muy endeudados y afectados por la crisis.
Dos conocidos expertos en deuda -Lee Buchheit y Adam Lerrick- han enviado una propuesta destinada a hacer lo que hicieron los bonos Brady para poner fin a la crisis de la deuda latinoamericana, pero de una manera actualizada. Sugieren una oferta a los acreedores de dos estructuras de intercambio de bonos. La totalidad de los bonos exteriores del Estado se convertiría en una cantidad nominal equivalente de deuda a 25-40 años a una tasa de interés del 3%-3,5%. El resultado debería reducir el valor actual neto de la deuda (actualmente impagable) en más del 50%.
Bajo la ‘Estructura de Anticipo en Efectivo’, los inversores reciben un anticipo en efectivo del bono existente igual al 30%-35% de su valor de mercado actual más un nuevo bono estándar a largo plazo sin amortización del principal. Bajo la ‘Estructura de Piso de Apoyo’, los inversores reciben un nuevo bono a largo plazo de igual importe nominal que tiene un piso de apoyo líquido creciente con un valor inicial del 60%-70% del valor de mercado actual del bono existente. El piso de apoyo se basa en la capacidad del inversor para convertir el nuevo bono en un bono cupón cero del Banco Mundial en cualquier momento.
Las IFI financiarían esta operación mediante una combinación de nuevos préstamos y la reasignación de los importes no utilizados de los préstamos existentes, siguiendo una vez más el precedente Brady. Los préstamos de las IFI también deberían contener disposiciones que limiten el endeudamiento excesivo.
¿Por qué deberían aceptarlo los acreedores? La respuesta es que la alternativa sería un largo lío en el que probablemente obtendrían mucho menos. Mientras tanto, las IFI podrían resolver la grave situación de tantos clientes a un precio predefinido. Alguien tendría que asumir esta tarea. En 1989 fue el entonces secretario del Tesoro estadounidense, Nicholas Brady. Ahora, ¿quién sería mejor que su sucesora, Janet Yellen?
Limpiar el desorden es sólo una parte de la tarea. Al menos igual de importante es crear un sistema para financiar el desarrollo, incluidas la mitigación del cambio climático y su adaptación, que gestione mucho mejor el riesgo y reconozca estos objetivos como bienes públicos mundiales. En Finanzas para la Acción Climática, de un grupo de expertos de alto nivel, y en la Iniciativa de Bridgetown, desarrollada por Avinash Persaud para el primer ministro de Barbados, se han propuesto ideas excelentes.
El sistema que tenemos actualmente para resolver las deudas de los países pobres no es, como se suele decir, “apto para el propósito”. Lo mismo ocurre con el que ayuda a los países pobres a superar las crisis y alcanzar un desarrollo sostenible. Urge un cambio. Empecemos ya.
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