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La Ciudad |IMPRESIONES

Ocurrencias: todos se maquillan para ser otro

Alejandro Castañeda
Alejandro Castañeda

21 de Septiembre de 2025 | 02:03
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Cayó esta semana, en Romero, “una banda de insensibles” –así lo calificó este diario- dedicada a la comercialización de animales silvestres: traficaban cotorras pintadas y teñidas, conejos y hasta patos. Hubo detenciones y allanamientos. Los agentes lograron rescatar en esos operativos, ocho cotorras pintadas y teñidas, conejos y patos, al parecer, con fines de comercialización ilegal. La fiscalía especializada en maltrato animal ordenó el secuestro inmediato de los ejemplares y la aprehensión de dos hombres. Ambos quedaron imputados por infracción a la Ley de Conservación de la Fauna y la Ley de Protección contra el Maltrato Animal. En paralelo, la investigación avanzó con la intervención de la Unidad Funcional de Instrucción que conduce la fiscal Ana María Di Lorenzo.

La funcionaria resolvió imputar a los aprehendidos bajo las normas que penalizan tanto la crueldad hacia los animales como el tráfico de fauna silvestre. Y se remarcó que este tipo de conductas exceden el marco de una simple infracción y constituyen un delito penal que vulnera derechos reconocidos a los animales, considerados hoy sujetos de protección jurídica.

Estos falsificadores integraban un grupo familiarizado con truchar animales y pelajes. La banda de insensibles estaba formada por una barra de tránsfugas que por sus modales se diferenciaba de la delincuencia cruel de estos días. Ellos operaban en la zona de Romero y practicaban un bandidaje menor que tenía como víctimas a los pobres bichos y como destinatarios esas familias que acumulan rarezas de lo que sea.

Eran estafadores pacientes y dedicados, que desechaban la prontitud de tanto ladrón desorbitado y dedicaban tiempo y atención para saber preparar primero sus capturas y después, los aseos y tinturas de sus víctimas. Hacían inteligencia en arboledas, charcos y galponcitos. Como tomaron nota de que las mascotas cada vez vienen más acicaladas, empezaron a pintar cotorras, teñir conejos y patos y maquillar cualquier bicho silvestre. El plan era darles una presencia extravagante que llamara la atención. Su catálogo incluía un conjunto de animales falsificados que se ofrecían como ejemplares únicos escapados de una genética colorida.

La banda de los insensibles (título para alguna crónica de Dolina) le daba a la estética un alto valor en el mercado mascotero. Su organización apareció como un apéndice estrafalario de una delincuencia que, en general, no sabe apreciar estos detalles. Lo de ellos era una estilización del bandidaje que de daba a estos animales domésticos la chance de poder dejar calle y depredadores para ser una mascota bien cuidada y con pensión completa. Obedientes y resignados, los animales aceptaban como si fuera una deriva extraña de su instinto esta invasión de afeites y retoques que les permitía probar suerte en una nueva vida. Truman Capote los cubría: “Nada dura, ¿Qué puede ser eterno? La roca se corroe, los ríos se congelan la fruta se pudre, todo cambia hasta desaparecer”.

Los animales aceptaban este maquillaje que les permitía probar suerte en una nueva vida

En un mundo donde el maquillaje y la manipulación es imponen, donde las siliconas y los encuestadores falsean encantos y pronósticos, y donde la realidad suele consultar a la inteligencia artificial para saber si es verdadera, los presuntos de cualquier categoría están yendo cada día más lejos. ¿No habrá que empezar a darle rango y categoría a los grandes simuladores? Ahora que arranca la campaña política, los datos certeros empiezan a escasear y todo es promesa. Entramos en un tiempo de conejos pintados, leones calmados, patos contrariados y loros que andan con ganas de cambiar de jaula.

Ante semejante escenario, salir a cazar animales silvestres para someterlos después a un retoque embellecedor que los haga vendibles, es una actitud ladrona que exige no sólo tiempo, también cierta sensibilidad cromática y un olfato vendedor para poder embocar un interesado en curiosidades que no se ponga a investigar. ¿Será algo tan terrible quitarle verdad a las cosas? Maria Gainza, en “Luz negra”, su encantador relato, al repasar la liturgia de tantos copistas pictóricos, escribió: “a veces me pregunto si la falsificación no es la única gran obra del siglo XX”.

 

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