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Información General |IMPRESIONES: Entre el humor y la reflexión

Muñecos en paro y pescadores en falta

Por ALEJANDRO CASTAÑEDA

23 de Diciembre de 2018 | 02:19
Edición impresa

Mail: afcastab@gmail.com

PESCADORES.- Murió Mario Fendrich, el tesorero que en 1994 se escapó con más de tres millones de dólares. La mañana del gran golpe, tras vaciar el tesoro, se fue a pescar. Lo mismo que hizo Ricardo Barreda después de haber consumado la masacre hogareña. Dejó la escopeta y agarró la caña. El agua limpia todo, habrán pensado. Esos ríos de suave transcurrir seguramente organizó la desesperación de esas horas. Tiraron la caña sabiendo que los esperaba fatalmente un pique de incertidumbres y culpas. El paso que habían dado les iba a cambiar la vida. Uno, de manera sangrienta, y el otro, de manera pulcra, intentaron darle un quiebre absoluto a una vida que hasta allí, entre turnos y horarios, se limitaba a esperar a quienes venían a buscar alivios o créditos para ese largo dolor de muelas que trae el fastidio de la monotonía. Ir a pescar después de semejante locura, resultó un modo de interpretar la gramática del poder, la obsesión y la culpa. Fueron delitos y fugas montadas sobre una perspectiva pesquera: imaginaban que, frente al río, sus pecados se hundirían para siempre. Pescadores de aguas mansas, un día buscaron correntadas revueltas para cambiar sus vidas. Y después, junto al río, acabaron aprendiendo que todo devenir tiene curvas, saltos y piedras. Mientras esperaban que las palometas se decidieran, fueron preparando carnadas y defensas. ¿Cómo siguió la vida? Barreda negoció con el delirio. Cada noche, la ligustrina y el crimen no le dejan bajar las escaleras a esas mujeres que siguen llenando de sangre los escalones de su conciencia. Fendrich pagó con cuatro años de calabozo su diploma de millonario. Aprovechó el uno a uno para robar y el dos por uno para salir. La carta que le dejó a su compañero aporta las cifras secas y exactas de toda prosa bancaria. Fue la única despedida formal de este tesorero que un día decidió dejar de contar plata ajena. La propia jerga dio pistas: Fendrich había aprendido, entre descubiertos y vencimientos, que la calma y el alivio, como los cheques, siempre rebotan. Y Barreda, aún con la escopeta humeante, se dio cuenta que no encontraría anestesia para su pesadilla.

El tesorero Fendrich aprovechó el uno a uno para robar y el dos por uno para salir

 

MUÑECOS.- Hasta los muñecos de fin de año han querido opinar sobre una realidad que no da para juegos. La montaña rusa del 2019 promete un recorrido con mucho traqueteo y sacudidas. Se acaba un año que ha ganado en buena ley el derecho a ser quemado. Los despojos por estos pagos vienen de lejos y no se van. Los muñecos se han asociado al clima de paros y brazos caídos. De los ciento ochenta que se incendiaron en el 2016, apenas quedan setenta y cinco. La fantasía se hace alegoría para decirnos que la coyuntura ha consagrado al plan económico como el mejor chasco de la temporada. La cosa viene de lejos. Las caretas de ayer tenían una AliBaba rica y enojada. Y el príncipe de hoy está dejando el palacio en ruinas. Mientras los muñecos sueñan con alguna fogata reparadora, los ministros parecen los mejores títeres de un país que anda siempre al borde de alguna chispa. Los chicos ruidosos que al promediar diciembre sacan a la calle su regocijo, desafían con sus ocurrencias la seriedad de la cosa. Y enseñan que todo dura un instante y que ya no se sabe si se celebra el debut o la despedida de esa mole de papel y color que le agrega cenizas a una realidad que arde. Esta vez las barriadas platenses que salieron a buscar ayuda se encontraron que la cosa no da para dejar monedas en manos de un falso gigante que apenas nace, muere. La economía hogareña, sin una Lagarde de entrecasa, anda revisando los restos de garrapiñada para recibir a ese Papa Noel que llega con más sobreprecios que regalos. Las mamis ahorran hasta los augurios y reciclan hasta las serpentinas. Lo de los muñecos es una manera de opinar que tiene la Ciudad cuando se acaba el almanaque. Los padres enseñan que el bolsillo no da para gastar en cosas que mueren pronto. Le aconsejan a sus dejar los cohetes para otra noche y no derrochar todo el júbilo ahora. Saben que tenemos por delante varios trimestres peliagudos, con una gran pepona y un gran muñeco que, este año, SÍ o SÍ, van a sacarse chispas.

 

(*) Periodista y crítico de cine

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