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Desde Tucumán hasta La Plata, para reconstruir una historia

CARLOS DUGUECH(*) c.duguech@gmail.com

8 de Septiembre de 2018 | 02:17
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Cuando en La Gaceta del 20 de febrero de este año leí que la crisis llevó al cierre de la histórica fábrica BGH en Tucumán recordé lo que casi 40 años antes nos había ocurrido con Martínez de Hoz.

Casi como un cuento. Lo que voy a narrar sucedió en la provincia de Buenos Aires. Es la historia de un grupo de cinco argentinos que encararon un proyecto ambicioso mientras sucedía el cierre de su segunda casa, en Wilde. Talleres Metalúrgicos Famag S.A., la empresa fabricante de grúas y excavadoras que por decisión del grupo propietario -inversores franceses- abandonaba el país. Los cinco ex empleados se armaron de coraje y decidieron continuar con servicios y venta de repuestos. Era lo que sabían hacer. Se animaron a más aún: pudieron armar una máquina. Su venta en Córdoba les dio ánimos para seguir. Construyeron muchas hasta que se dieron cuenta de que las empresas constructoras y viales necesitaban una máquina moderna.

Decidieron conformar la sociedad Sefag S.A. (1973) y me invitaron a formar parte del directorio como titular no accionista. Se gestionó una patente en Franciade la marca de excavadoras y grúas hidráulicas Poclain, y se comenzó a fabricar bajo licencia. El desarrollo de la empresa nacida porel empeño de los cinco abrió un mercado que la posicionó en muy buenos términos.

TIEMPOS ACIAGOS

En el gobierno de la dictadura fue el ministro estrella de los militares usurpadores del poder: José Alfredo Martínez de Hoz. Dictó, entre otras múltiples medidas, una resolución (Nº1634), en diciembre de 1978, de rebajas arancelarias a la importación de maquinarias y otros bienes de capital. Debía durar cuatro años, según su texto, para que las empresas se equiparan y estuvieran, al fin de esos cuatro años, en condiciones de competir con el mercado internacional. En ese contexto -y con tales alicientes- la empresa encaró su plan de equipamiento y producción. Pero duró sólo cuatro meses la resolucióon anterior por el dictado de otra, la Nº 493 de fecha 25.4.79 que la “borró”.

UNA PRETENSIÓN INSÓLITA

Con la noticia todavía fresca del cierre de BGH en Tucumán, memoré lo ocurrido con Sefag S.A. El 26 de octubre de 1981 el juez del Juzgado Civil y Comercial Nº2 de La Plata suscribió el Auto de quiebra de la empresa iniciada por “un grupo de cinco argentinos que encararon un proyecto ambicioso”.

Pensé en los 37 años transcurridos desde la quiebra. Recordé los perjuicios enormes que sufrí, como no poder, en 1981, tramitar mi pasaporte porque era director de una empresa en convocatoria de acreedores. Por eso, este año 2018 me decidí. Tenía derecho, pensé, a recurrir a los archivos judiciales.

Llamé al juzgado de la Plata por teléfono. Intentaba evidenciar razones por las que pretendía pedir lo que estaba pidiendo: nada menos que copia del informe del Síndico y del Auto de quiebra, de 1981.

-¿Ud. quién es y cuál es su interés?- preguntó la voz en el teléfono.

Sonaba extremadamente razonable la curiosidad de la Secretaria del Juzgado, Dra. María Cecilia Castro. Me identifiqué.

-¡Nos pide algo de hace 37 años!

El “sí” que pronuncié sonaba tímido. No quería parecer ni presuntuoso ni exigente.

-Llame mañana, así podremos tener tiempo de buscar los expedientes.

Llamé. Increíble. La Secretaria los tenía a disposición. Buscó mi nombre entre los antecedentes para decidir sobre mi pedido y lo encontró.

-Sí, aquí está, “Duguech...”. Envíe una nota al Juzgado y le responderemos sobre su pedido.

Al cabo de unos días, una nueva llamada al juzgado me permitió saber que estaba lista la copia del “Auto de quiebra”. Anuncié que iría a buscar la documentación próximamente.

LOS “MUSEOS” DE LA PLATA

Para mí son dos. Uno de ellos, emblemático, el de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional de La Plata. Un edificio magnífico que muestra cómo eran los museos de hace unas décadas, con sus vitrinas y sin interacción con el público, salvo los carteles impresos al lado de los muebles de madera y vidrio que guardan valiosas piezas. Un experiencia de impacto.

El “otro”museo que descubrí fue el que custodia el archivo de juicios en el palacio de Tribunales. Una vez en el edificio de Tribunales, ubiqué el Juzgado (Civil y Comercial Nº II) y en su “mostrador” (como decimos aquí, en Tucumán) requerí y me entregaron la copia certificada del “Auto de quiebra” de Sefag. No me bastó. Necesitaba contar con el “informe del Síndico”, pieza fundamental de análisis. Ante mi pedido me recibió la Secretaria del Juzgado, Dra. María Cecilia Castro, en un despacho con tantos expedientes a la vista que denotaba la naturaleza y la envergadura del trabajo de ese juzgado. Impuesta de mi necesidad, mandó a buscar los expedientes. Esos que mostraban razón y testimonio de todo lo sucedido con Sefag en 1981. Paquetes de diez cuerpos cada uno, atados prolijamente con hilos, cubiertos del polvo de tantos años.

Estaba en una gestión de arqueología, pensé. De arqueología judicial. Y sobre el mismo ancho escritorio de la secretaria, fui pasando uno a uno los expedientes hasta que encontré lo que necesitaba: el “Informe del Síndico” (34 páginas)* presentado al Juez del Concurso el día cinco de octubre de 1981. Espontáneamente, la amable funcionaria me ofreció entregarme las fotocopias de ese cuerpo. Y no sólo eso. Un gesto la distinguió:

-Tome, desinféctese las manos. Debe haber muchos gérmenes en ese polvo de los expedientes. Me alcanzó un frasco dispensador de alcohol en gel que tenía sobre su escritorio.

Probablemente - pensé en ese momento- reencontrarme con los despojos documentados de un emprendimiento de cinco argentinos que habían sido traicionados por el plan Martínez de Hoz, se convertía en un mandato de honor. Lo encararía por la memoria de Sigberto Lacroux, amigo, que lideró el grupo con extraordinaria personalidad de emprendedor.

En este tiempo de nuestro país, otra vez tantas fuentes genuinas de trabajo y desarrollo sucumben por decisiones de un plan económico. Un sistema donde muchas empresas deben y deberán cesar su producción frente a una avasalladora corriente de importaciones de todo tipo.

No me olvido tampoco, por supuesto, de la vorágine privatizadora del gobierno de Menem desmembrando un país surcado por rieles con la desarticulación del sistema ferroviario y de las empresas de servicio público nacionales. Cumplió como nadie con los objetivos desindustrialistas de su mentor subliminal, Alvaro Alzogaray, el de “pasar el invierno”; y los del “iluminado” Cavallo, el mismo color con otras tonalidades, pero siempre dentro del espectro de un neoliberalismo que es una denominación ya falsa, porque el neo se viene avejentando con su secuela de marginaciones para ser no otra cosa que neocapitalismo. Sin patria ni banderas.

Del Informe del Síndico: el cadalso para la industria. Palabras contundentes en sede judicial: “Todo este accionar encuentra en los momentos de fructificar el punto crítico de la coyuntura económica que comienza a hacer estragos en la industria de la máquina pesada en general (Bernardín S.A., Gema S.A., Roque Vasalli S.A. por ej.) a punto tal que tradicionales empresas debieron someterse a concursos (preventivos) a fin de conseguir superar el trance que las derivaba hacia su desaparición.”

Cumplí el objetivo con la documentación obtenida para escribir estas líneas. Para eso fui a La Plata. Volví con un mandato y por eso escribo. Para alertar con la experiencia adquirida hace 37 años. Para que hoy nos sirva para evaluar cómo se desindustrializa el país de todos los argentinos.

 

(*) El autor es periodista de La Gaceta de Tucumán

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