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Albertengo se redimió con los hinchas y Ortíz equivocó el cambio en la salida de Hurtado
Martín Mendinueta
@firmamendinueta
El brutal desahogo de todo Estudiantes se construyó sobre tres grandes circunstancias: un claro error de apreciación del árbitro, el mérito albirrojo de saber aprovechar la coyuntura de ver a su rival nervioso y con un hombre menos; y, también, en los cambios realizados por el técnico de Gimnasia, que no le hicieron bien a su equipo.
Hasta la expulsión de Faravelli la pulseada era pareja. Típico clásico de músculos tensos y nervios molestos. Gimnasia atacaba con cuatro (Vargas, Hurtado, Silva y Comba) y Estudiantes le respondía dándole poder de conducción a “La Gata”, campo para recorrer a Castro, pelotas para cabecear a Lucas Albertengo y espacio para tocar con criterio a Enzo Kalinski. Ni muy lindo, ni tan aburrido. Luchado e histérico como la mayoría de la historia moderna.
Después de aquella primera tarjeta roja (a los 28 minutos) un partido terminó y nació otro. Con diez, el “Lobo” entró en un laberinto de nervios que el “León” aprovechó para atacar con mayor decisión a la que había mostrado en el “partido anterior”. En ese lapso, una buena ejecución de Gastón Fernández en un tiro de esquina desde la derecha, encontró una pareja perfecta: precioso cabezazo de Albertengo y pésima marca del fondo visitante. Gol de pizarra para honrar la historia “Pincha”. Gol y delirio de una multitud que jamás dudó en llenar el estadio. Gol y alivio para sembrar optimismo en una campaña muy fea. Gol que reivindicó al delantero que usa la camiseta siete (si Lugones, el de A.PRE.VI.DE, se aviva, es capaz de prohibirle la entrada al área) con una hinchada que jamás lo disfrutó en su esplendor.
La manera en que Darío Ortíz leyó lo que podía generar su equipo para ir en busca del empate resultó equivocada. Prefirió dejar a Santiago Silva en lugar de mantener a quien se había mostrado inquieto y con ganas, Jean Hurtado. Ese cambio del “Indio” fue comentado en el murmullo de la tribuna con satisfacción y alivio. Esa decisión tan discutida dejó a Gimnasia descabezado y, naturalmente, hizo que Estudiantes empezara a jugar más cómodo.
El pibe Monti (no entró bien, quiso demostrar sus ganas cometiendo faltas) por el venezolano que quedaba en cancha, Hurtado, fue llamativo. Antes, con el partido en cero, Tijanovich había reemplazado a Jesús Vargas, el que tantos elogios había recibido frente a Independiente. Y más tarde, faltando quince para el final, Melluso entró por Maximiliano Comba (se lo veía cansado) y se ubicó por izquierda, adelante de Lucas LIcht. Ese cambio también hizo “ruido”.
Con todo esto, Estudiantes fue ganando confianza. Creció mucho Iván Gómez, que jugó un gran segundo tiempo y escuchó varias ovaciones. El pibe Mura generó una aprobación automática. Se fue tan dolorido como mimado por la gente. El “Tano” Lattanzio entró con una “polenta” muy positiva (estrelló un remate en el travesaño), se asentaron Schunke y el chileno Jara tomando sin problemas a Silva, y “La Gata” se ganó algunos aplausos cuidando la pelota.
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Es cierto que Gimnasia pudo haber empatado con un cabezazo de Maximiliano Coronel, que se fue cerca del palo derecho, pero no hubiera sido justo. Al “Lobo” le hizo mucho daño la tarjeta roja que cambió la tarde, aunque deberá reconocer en su ejercicio autocrítico que no mostró rebeldía ni buenos recursos cuando se quedó con diez. Ortíz sacó de la cancha a la dupla de venezolanos que sembró entusiasmo la semana pasada. No fue bueno para Gimnasia. Podrá echarle toda la culpa a Germán Delfino, pero afirmar que perdió solamente por responsabilidad del árbitro sería una mirada imposible de compartir.
Estudiantes es legítimo dueño del clásico una vez más. Ganó un poco por Delfino, un poco por los cambios del técnico rival, otro poco por el hermoso cabezazo de Albertengo y, también, porque tuvo más y mejores rendimientos individuales.
El clásico 160, el de las carencias que los encontró en campañas flojas, se lo llevó quien mostró mayor lucidez. Por eso, la fiesta fue roja y blanca.
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