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Política y Economía |A 55 AÑOS DE “LA NOCHE DE LOS BASTONES LARGOS”

La noche que los bastones atacaron el cerebro

Con la lucha “antimarxista” como pretexto, las fuerzas de Onganía buscaron intervenir las casas de altos estudio y anular su autonomía

La noche que los bastones atacaron el cerebro

Los “Bastones Largos” irrumpen en la UBA, en julio de 1966 / Archivo

30 de Julio de 2021 | 07:21

El 29 de julio de 1966 –a un mes de instaurada la dictadura militar conocida como “Revolución Argentina”- las fuerzas del despotismo bajo el influjo del presidente de facto, Juan Carlos Onganía, actuaron contra el conocimiento, la investigación y la actividad científica, consolidadas entonces como valores primordiales en las universidades públicas de nuestro país. Fue un asalto brutal a las casas de estudio que el gobierno de turno quiso justificar en la necesidad de combatir la “infiltración marxista” para instaurar una nueva ley que, en la práctica, anulaba la autonomía universitaria, la libertad de cátedra y el cogobierno , derivadas todas de la Reforma Universitaria concretada a partir de 1918.

En rigor, el pretexto de la “lucha antimarxista” que se blandió para la intervención carecía de sustento. Porque la Federación Universitaria de La Plata (FULP), por ejemplo, era conducida por agrupaciones estudiantiles integradas por jóvenes radicales, socialistas e independientes.

Y en el caso de las autoridades de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) no podían achacarse vínculos marxistas al entonces rector, Roberto Ciafardo, o al secretario general, Osvaldo Balbín, que años después se convertiría en el primer intendente de Saliquelló por el radicalismo desde la vuelta de la democracia. Tampoco a los decanos de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales, Bartolomé Fiorini, ni (mucho menos) el de Ingeniería, Conrado Bauer (que más tarde se integraría al gabinete de Onganía como ministro de Bienestar Social) ni de ninguna otra unidad académica se los podía tachar de comunistas.

Pero autoridades y estudiantes de todas las universidades públicas del país fueron avasallados un día como hoy de hace 55 años por el poder despótico que un mes antes había derrocado al gobierno del presidente radical Arturo Illia. El objetivo era claro: a partir del establecimiento de una nueva ley (ver aparte) impedir el pensamiento libre, propio de las universidades forjadas en principios de la reforma y dejar así fortalecida a la dictadura militar. En el país terminaban también, a partir de allí, los mejores e inolvidables años de la muy rica década del 60.

En esa fecha –triste y sugestivamente recordada como la “Noche de los Bastones Largos”- la Policía Federal, siguiendo órdenes del general Onganía que ocupaba de facto la presidencia de la República, ingresó a golpes a las universidades nacionales, agredió brutalmente y encarceló a estudiantes y profesores y ello derivó poco después en el exilio de valiosos profesionales, en lo que fue la primera “fuga de cerebros del país”.

Tal como lo señaló el periodista Alberto Amato de Clarín, la intención del gobierno militar era expulsar a estudiantes y profesores que tenían tomadas las facultades: “El desalojo fue feroz, premeditado y alevoso. A gritos de “judíos de mierda” y “comunistas hijos de puta”, la Policía sembró de gases lacrimógenos el ámbito de la facultad; golpeó a sus autoridades y el decano de Ciencias Exactas de la UBA, Rolando García, resultó con la cabeza rota y una fractura en su mano derecha; estudiantes y docentes fueron obligados a pasar por una doble fila de policías que apaleaban a los varones y manoseaban a las mujeres; el mobiliario fue destrozado, los archivos arrasados”.

En el libro editado por EL DIA en ocasión del centenario de la ciudad, “Cien años de vida platense” (1982), compilado y escrito por el historiador Ricardo Soler, se reseña que la ocupación central, la que dio motivo al nombre de los “bastones largos”, se concretó en la Universidad Nacional de Buenos Aires, pero que la misma medida se aplicó de inmediato en la de La Plata.

“Si bien en La Plata no se vivió una noche de los bastones largos, la intervención se realizó en parecidos términos a los de la capital, ya que la Policía cerró y ocupó la Casa de Joaquín V. González. En el operativo intervino el comisario Schoo, un policía que había frecuentado las aulas universitarias y a quien el estudiantado identificaba ideológicamente como adepto a los regímenes de derecha”.

El libro de Soler da cuenta también de las protestas estudiantiles nacidas apenas estalló el golpe de Estado y de la inmediata reacción de la Universidad local frente a la intervención estatal, algo a lo que EL DIA dedicó amplia cobertura.

Un repaso por las páginas del diario publicadas en aquellos agitados días de 1966 devuelven a la memoria las asambleas y movilizaciones “relámpago” que por entonces encaraban alumnos en defensa la autonomía universitaria, refrendada a su vez por el Consejo Superior.

“Ante los hechos acaecidos en el país, la UNLP manifiesta su más profunda angustia. [...] La Universidad anhela la vigencia plena de las normas y principios constitucionales [...] y ratifica la firme intención de no declinar en defensa de aquellos principios, de las normas de vida que configuran la convivencia universitaria y de su autonomía de gobierno”, puede leerse en una de esas crónicas.

Como se mencionó, el repudio a la intervención de facto fue amplificado rápidamente por el alumnado en cada casa de estudio. Un reclamo que recayó sobre los hombros de la FULP que, como reseñó EL DIA, “defiende la autonomía de la Universidad, alertando sobre la posibilidad de que la casa sea intervenida. En forma enérgica la FULP manifiesta su adhesión al orden constitucional, repudiando todo otro sistema”.

Pasó que con la intervención -como escribió Soler- se fue eliminando la organización estudiantil “que, con la clausura de los centros y el comienzo del éxodo de los estudiantes extranjeros fue perdiendo vigencia y representatividad, hasta terminar con su desaparición. Esto aparejó la militancia estudiantil clandestina. Como se vería con el tiempo, las universidades no mejoraron y el problema de la violencia se agravó hasta tornarse casi incontrolable”.

Lo cierto es que la represión había respondido, también, a la creciente participación política de los estudiantes. A poco de derrocado el gobierno de Illia, se firmó el decreto ley 16.912 que suprimió el gobierno tripartito de las universidades públicas, disolvió todos los consejos superiores y obligó a rectores y decanos a convertirse en interventores subordinados al ministerio de Educación. Los rectores de las universidades de Cuyo, Nordeste y del Sur aceptaron ese mandato, pero los de La Plata, Buenos Aires, Tucumán, Litoral y Córdoba lo rechazaron y resignaron sus cargos y cátedras.

La resistencia de los docentes y estudiantes no se hizo esperar. Como se dijo, tanto el consejo superior de algunas universidades como los centros estudiantiles, entre ellos los de La Plata, se habían pronunciado contra el derrocamiento del gobierno constitucional y decidieron, también, no reconocer a nuevas autoridades universitarias. La Noche de los Bastones Largos fue la respuesta de la dictadura, y se le llamó así porque la Policía Federal estrenó en esa ocasión unos bastones de mayor extensión que los tradicionales “machetes”.

La Universidad de La Plata, cerrada por el gobierno de facto / Archivo

FUGA DE CEREBROS

La intromisión militar dejó heridas difíciles de cicatrizar. A lo largo de los años, EL DIA reflejó numerosos testimonios de profesores y alumnos, médicos, abogados, ingenieros, astrónomos, biólogos y graduados en múltiples disciplinas de la UNLP que debieron marchar al exilio tras aquella aciaga noche universitaria.

Miles renunciaron a sus cargos. Algunos abandonaron la actividad académica, pero muchos otros continuaron desempeñándose como académicos y científicos en prestigiosas universidades extranjeras. Un resto de ellos retornarían a las cátedras universitarias argentinas con la vuelta del sistema democrático en 1983.

El 22 de julio de 2007 se publicó en EL DIA una nota en la que se detalló que el mayor éxodo de científicos de nuestro país se produjo a partir de 1966, cuando se instauró la dictadura militar que se extendió hasta 1973. Entre los exiliados argentinos más notorios de esa fecha infausta figuran el filósofo Risieri Frondizi; el epistemólogo, físico y meteorólogo Rolando García; el historiador Tulio Halperin Donghi: el epistemólogo Gregorio Klimovsky; la astrónoma Catherine Gattengno; la psiquiatra Thelma Recca; la física atómica Mariana Weissmann; el profesor Manuel Sadovsky, aquel sabio introductor en el país de Clementina, la primera computadora. Los bastones policiales habían logrado que se iniciara una noche larga para la Argentina.

 

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