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Mariano Pérez de Eulate
mpeulate@eldia.com
Sergio Massa recurrirá otra vez al campo para conseguir dólares y sumarlos a las reservas del Banco Central, siempre flacas de esa divisa. Será la reedición del “dólar soja”, aquella devaluación selectiva temporaria que se hizo hace un par de meses y que le dio oxígeno al arranque del de Tigre como ministro estrella del Gobierno.
En este caso, comenzaría el lunes y se extendería hasta el 31 de diciembre. Según fuentes oficiales, habría un compromiso de las cerealeras de liquidar unos 3 mil millones de dólares como mínimo a un valor de la divisa que rondaría los $225 o $ 230 (el oficial cerró ayer a 172,45 pesos), en base a una actualización por inflación. También se bajarían un par de puntos las retenciones a las exportaciones de productos derivados de la soja.
Aunque a una escala menor, Massa intenta recrear aquella sensación de setiembre pasado que, tanto en el mercado como en la política, han traducido como “esquivar el abismo” que se avizoraba muy cerca luego de la salida de Martín Guzmán. Ahora se trata de llegar a las elecciones.
El ministro de Economía también busca cumplir las metas de acumulación de reservas con el Fondo Monetario Internacional y alejar la necesidad de imprimir billetes para comprar las divisas necesarias para afrontar los compromisos que requieran moneda extranjera.
“Hubo que generarles otro dólar para que liquiden lo que producen en nuestro suelo”
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Lo dicho: aquella receta que había sido anunciada “por única vez” se volverá a utilizar, con algo de recelo de las entidades del campo, como la llamada Mesa de Enlace, que preferiría una devaluación abierta. Pero ese camino, se sabe, está vetado: Massa rechaza -al menos públicamente- un salto abrupto del dólar y, aún si la propiciara como le aconsejan varios en su equipo, no pasaría el filtro de Cristina Kirchner y su gente, que conforman la pata políticamente más fuerte del oficialismo.
La historia reciente dice que el dólar soja es uno de los “sapos” que se ha tragado el cristi-camporismo, en el marco de ese juego de aceptación al borde de la resignación de las medidas económicas que viene implementando Massa desde su rol de “última carta” posible que ha jugado la Casa Rosada, con el okey de la Vicepresidenta, y que es una condición que lo ha convertido en el hombre más fuerte del Gobierno. Medidas que incluyen, obviamente, un ajuste en la economía real.
Para la visión de La Cámpora, el dólar diferencial al campo es una suerte de privilegio que se le otorga a un sector productor que, aún cuando genera la mayor entrada de divisas para la economía, es concebido por esa militancia como un enemigo o contraparte vil de “lo popular” porque representaría aquella vieja idea enlazada al concepto de la oligarquía terrateniente.
Luego de la primera temporada del dólar soja, en septiembre pasado, el diputado Máximo Kirchner, líder de la agrupación juvenil que tiene muy amplia influencia en el oficialismo, se refirió al menos dos veces a esa medida en términos críticos. Que, vale recordar, le significaron a Massa unos 8 mil millones de dólares extras para el Banco Central, aunque más de dos meses después casi se han esfumado.
La primera referencia de Máximo fue a fines de septiembre, en Morón. Dijo: “Me preguntaba por qué nuestro país fue puesto de rodillas por las cerealeras. Hubo que generarles otro dólar para que liquiden lo que producen en nuestro suelo y que es parte de la riqueza y de los bienes naturales de nuestra patria”.
La segunda fue el 17 de octubre pasado, durante la conmemoración del Día de la Lealtad peronista en la Plaza de Mayo. Aseguró: “Cuando las grandes cerealeras tenían que ayudar a la Argentina, hubo que hacerles un precio especial porque si no, no liquidaban los granos”. Y llamó a la gente, en una suerte de invitación a la resistencia, a que “tenga el mismo grado de conciencia que tienen los dueños y las dueñas del país a la hora de defender sus intereses”.
¿Habrá esta vez otra diatriba así del diputado? Es posible. No porque su relación con Massa sea mala: esa alianza perdura en el tiempo. Pero a Máximo este tipo de discursos le sirven para diferenciarse del Gobierno que integra sin romper. La encarnación de la queja de los propios. Es un juego dialéctico dirigido sobre todo a la tropa hiperleal, que en definitiva tiene que militar un ajuste incómodo para su propia mística.
Con el nuevo dólar soja el gobierno -o mejor dicho Massa, porque Alberto Fernández en estas cuestiones asoma absolutamente desdibujado- aparece una vez más procurando medidas pro-campo sin anunciar por ahora algún tipo de compensación para responder a las presiones de distribución hacia abajo que hace justamente la pata kirchnerista de la coalición.
La última vez no pasaron de las promesas de destinar una parte de lo recaudado a los sectores más humildes. Es que la dinámica de la salida permanente de dólares por importaciones o intervenciones en el mercado cambiario obligan a Massa a ser muy selectivo con el destino de esa acumulación extra. Así, es casi seguro que en esta ocasión se anuncie en breve algo que se viene cocinando: un bono de fin de año para los menos pudientes, no generalizado para todo el mundo laboral, como pretendería Cristina, pero sí bastante extendido.
Por cierto, ¿qué opina la vice de esta nueva medida? Aunque la indigeste, es impensable que Massa haya avanzado sin antes consultarla o explicarle que no encuentra otra vía para pasar el verano -una etapa de alta demanda de dólares- con mínimos sobresaltos. Con Alberto, el ministro almorzó ayer. Algunas fuentes aseguraban anoche que había existido un encuentro reservado con Cristina o, como mínimo, una larga llamada telefónica.
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