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Encontrar algo para comer se vuelve casi imposible y se potencian los saqueos. Los heridos reciben tratamientos primitivos. Los enfermos no reciben la medicación
El dolor de una madre y otros familiares de fallecidos, cuyos cuerpos se apilan en torno del hospital / AFP
Las rutas están tan devastadas que los muertos y los heridos llegan en carros tirados por burros. Familiares desesperados llevan a toda prisa a personas ensangrentadas y cubiertas de polvo -muchas de ellas niños- al hospital.
Naseem Hassan, un médico palestino de 48 años en la ciudad de Jan Yunis, en el sur de la Franja de Gaza, dijo que se había vuelto imposible caminar por el Hospital Nasser, con gente dispersa por todas partes. Algunos pacientes, aterrorizados o semiconscientes, le tiraban de la manga cuando se abría paso por los pasillos. Gemían, dormían y morían en esos pisos manchados de sangre, agregó.
El escaso personal en el hospital de 350 camas ha luchado por hacer frente a la llegada de más de 1.000 pacientes. Sin vendajes ni gasas nuevas, según Médicos Sin Fronteras, las heridas se han infectado gravemente y, en muchos casos, derivaron en sepsis.
“Si pienso en ello por un momento, comienzo a llorar”, dijo Hassan por teléfono, tratando de hacerse oír por encima de los gritos de los médicos y las enfermeras que aún permanecen allí. “Menos mal que estoy demasiado cansado para pensar”.
Los observadores de Naciones Unidas dijeron el 7 de diciembre que el centro había recibido su primera entrega de suministros desde el 29 de noviembre. La Organización Mundial de la Salud repartió en la zona material para atender emergencias y traumatismos para unos 4.500 pacientes.
En los últimos días, los tanques israelíes han irrumpido en el sur de Gaza, empezando por Jan Yunis. Es el inicio de un nuevo capítulo sombrío en una guerra que ya ha matado a más de 17.000 palestinos, según el Ministerio de Salud de Gaza, y desplazó a 1,9 millones de personas, de acuerdo con las estimaciones de la ONU. La guerra - que estalló cuando insurgentes de Hamás atacaron el sur de Israel el 7 de octubre, matando a unas 1.200 personas y tomando a más de 240 más como rehenes-, ha causado graves daños o destruido hasta el 36% de los edificios de todo el enclave, apuntó un análisis de imágenes satelitales de acceso público de Copernicus, el programa europeo de observación de la Tierra.
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Quienes se marcharon al sur de la Franja para refugiarse de la campaña militar que redujo al norte a escombros durante los dos últimos meses, se encuentran ahora atrapados en una zona cada vez más reducida a medida que Israel expande su invasión.
“El sufrimiento es realmente apocalíptico”, dijo Khaled Abu Shaban, un trabajador humanitario de 38 años cerca de Jan Yunis, quien apuntó que los intensos bombardeos israelíes han obligado a tomar decisiones agónicas. ¿Debería aventurarse a ir al supermercado o a buscar agua a un pozo a riesgo de morir, o debería dejar que sus hijas pequeñas se vayan a dormir con hambre y sed?
Su hija de 7 años se alegró cuando llevó a casa un tomate. “Es inaceptable que estemos buscando agua y cualquier cosa que podamos masticar en el siglo XXI”.
Los combates callejeros y los intensos bombardeos han impedido que los grupos de ayuda repartan suministros vitales en Jan Yunis, indicó la ONU, donde las familias hambrientas se encuentran a veces a apenas unas calles de distancia de almacenes llenos de alimentos.
El martes, turbas desesperadas asaltaron un almacén donde se había acumulado ayuda alimentaria para dos días antes de su distribución, dijo la agencia de la ONU para los refugiados palestinos, o UNRWA, que lamentó los peligros que paralizaron la entrega. La gente agarró todo lo que pudo y huyó con costales de harina.
“La guerra del hambre ha comenzado”, afirmó Nawras Abu Libdeh, un trabajador de la ONG Ayuda Médica para los Palestinos en Jan Yunis. “Y esta es la peor de todas las guerras”.
En el centro del territorio, que hasta ahora se ha librado de la invasión terrestre de Israel, los residentes contaron que miles de palestinos se abalanzan a empujones sobre los camiones de ayuda en el momento en que llegan, gritando por la comida y rasgando los paquetes.
“Hay 8.000 personas en este refugio y todas las verduras desaparecen antes de que yo las vea porque la gente se apodera de todo muy rápido”, manifestó Mazen Junaid, padre de seis hijos que huyó a la ciudad central de Deir al-Balah desde el norte del enclave. La multitud, cada vez mayor, dificultan respirar y moverse, agregó.
Según los residentes, el precio de los alimentos básicos se ha disparado hasta quedar fuera de su alcance, y un saco de harina cuesta ahora unos 450 shekels (121 dólares). El azúcar, que no se encuentra en los supermercados, se vende por unos 40 shekels (10 dólares) en el mercado negro.
El café, los huevos y las galletas, lujos inusuales en tiempos de guerra que podían disfrutarse en las últimas semanas, han desaparecido. Sin gas para cocinar, los palestinos talan cualquier árbol que encuentran para hacer leña.
“Hay hambre, no hay nada: no hay harina, no hay agua”, dijo Etimad Hassan, quien duerme con 21 miembros de su familia en una pequeña tienda de campaña en Deir al-Balah. Su voz temblaba de rabia: “No somos animales. ¿Por qué nos meten en tiendas de campaña como a perros? Al menos que nos garanticen un sitio para refugiarnos”.
A la miseria se suma el escaso o nulo tratamiento disponible para el 14% de la población gazatí que sufre diabetes, presión arterial alta y otras enfermedades cardíacas crónicas, reportó la Organización Mundial de la Salud.
“Los asmáticos no encuentran inhaladores. Los diabéticos no encuentran insulina”, afirmó Ebraheem Matar, médico en el Hospital de los Mártires de Al-Aqsa, en Deir al-Balah. “Los pacientes hipertensos no encuentran bloqueadores de los receptores”.
Hassan contó que su esposo dejó de tomar abruptamente su medicación para la presión arterial cuando se le acabó, una suspensión que los médicos advirtieron que aumentaría su riesgo de sufrir un ataque cardíaco. “Me preocupa que esto lo mate”, agregó.
Junaid indicó que pasa sus días pidiendo comida en la calle y recorriendo farmacias y clínicas en busca de algún medicamento antiinflamatorio para aliviar sus punzantes dolores de cabeza. El jueves recorrió cinco farmacias y regresó a casa con las manos vacías.
“Nosotros no empezamos esta guerra”, dijo. “¿Qué voy a hacer? ¿Dejar que mis hijas mueran en ella?”.
Decenas de miles de palestinos en Gaza, muchos de los cuales ya han huido de los combates dos o tres veces, se encaminan ahora a la ciudad sureña de Rafah, en la frontera con Egipto. El ejército israelí lanzó octavillas desde el aire y llamó y envió mensajes de texto para advertir a miles de civiles que evacuaran Jan Yunis a medida que se adentraba en la ciudad.
La miseria se extiende por el horizonte en la ciudad fronteriza del sur. Miles de personas duermen al aire libre a pesar del frío. Otros se amontonan donde encuentran espacio.
“Ves personas desplazadas en las calles, en las escuelas, en las mezquitas, en los hospitales”, dijo Hamza Abu Mustafa, un maestro de escuela en Rafah. “Encuentras familias desplazadas en todas partes”.
Las caóticas escenas de enfermedad e inmundicia se suceden en los refugios de la ONU en Rafah, que están a rebosar. La oficina humanitaria de la ONU dijo el miércoles que las malas condiciones sanitarias han provocado casos rampantes de sarna, piojos y diarrea, lo que hace temer que pronto se propaguen enfermedades más graves. Los trabajadores humanitarios han reportado brotes de hepatitis A.
En el hospital Nasser, las paredes retumban con el estruendo de los combates que se libran en las inmediaciones. Hassan, el médico, señaló que su esposa, sus cuatro hijas pequeñas y su hijo le rogaron que se uniera a su huida a Rafah.
Pero Hassan se negó y ha prometido seguir adelante pese a la sombría rutina que lo agota y lo atormenta cada día más.
“Mis pacientes vienen aquí porque tienen fe en el derecho internacional. Vienen a los hospitales en busca de atención y seguridad”, dijo. “No los dejaré aunque los tanques derriben este hospital”. (AP)
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