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Léon Bruneau
Columnista de AFP
Para un presidente de Estados Unidos que denunció en mayo estar en contra de los “intervencionistas” o de quienes pretenden dar “lecciones sobre cómo gobernar”, América Latina parece ser su propio contraejemplo.
En aquel discurso en Riad, Arabia Saudita, Donald Trump se refería a Oriente Medio. Sin embargo, desde su regreso a la Casa Blanca, ha intentado extender su influencia en América Latina, aplicando una política de zanahoria y garrote que sume a la región en la incertidumbre.
El republicano se ha inmiscuido en la política interna de países como Brasil, Colombia y Argentina, mientras que el despliegue naval en el Caribe plantea interrogantes sobre una posible intervención militar de Estados Unidos en Venezuela para derrocar a Nicolás Maduro.
El presidente estadounidense justifica este despliegue debido al “conflicto armado” que libra su gobierno contra los cárteles de la droga, calificados por Washington como organizaciones “terroristas”.
Sin embargo, el senador demócrata Mark Kelly sostuvo en ABC News que no se traslada un grupo de combate hasta el Caribe “a menos que se tenga la intención de intimidar a un país” o de “comenzar operaciones militares en Venezuela”.
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Incluso, Trump dijo que aprobó operaciones encubiertas de la CIA en Venezuela y no ha descartado ataques terrestres.
La historia no ha sido indulgente con las intervenciones estadounidenses en América Latina, como lo demuestra el fiasco de la operación “Bahía de Cochinos” en Cuba en 1961, que tenía como objetivo derrocar a Fidel Castro.
En ciertos aspectos, el mandatario parece resucitar la antigua doctrina Monroe, llamada así por el presidente James Monroe en la década de 1820, cuando Washington consolidó su hegemonía frente a los europeos en América Latina, a la que consideraban el “patio trasero” de Estados Unidos.
Desde los primeros días de su segundo mandato, Trump arremetió contra Panamá, amenazando con tomar el control del canal interoceánico, en nombre de su programa “Estados Unidos primero” y para contrarrestar la influencia de China.
Luego vinieron las presiones, con amenazas de aranceles sobre países aliados y rivales para que aceptaran migrantes deportados, lo que desató una primera crisis diplomática con el gobierno de Colombia.
En los meses siguientes, el presidente estadounidense denunció una “caza de brujas” contra el expresidente ultraderechista brasileño Jair Bolsonaro, quien fue condenado por intento de golpe de Estado, lo que provocó la ira de Brasilia.
Más recientemente, Washington supeditó miles de millones de dólares de apoyo a la economía argentina a la victoria de su aliado Javier Milei en las elecciones legislativas, que luego se concretó. También halagó a otros líderes “amigos” como al ecuatoriano Daniel Noboa o al salvadoreño Nayib Bukele.
Y, por el contrario, vilipendió a sus detractores. Al presidente colombiano Gustavo Petro, por ejemplo, lo describió como un “líder del narcotráfico” y le impuso sanciones económicas. A Nicolás Maduro lo describió como el líder de un cartel de drogas y ofreció 50 millones de dólares de recompensa por su captura.
Mientras que la relación con México y su presidenta Claudia Sheinbaum, quien ha sido cauta en sus declaraciones sobre Trump, ha estado marcada por las tensiones arancelarias y las negociaciones comerciales.
En el fondo, “el objetivo de la administración Trump es claramente moldear la política latinoamericana, según el programa MAGA (Make America Great Again)”, dijo a la AFP Renata Segura, quien dirige el programa América Latina y el Caribe en el International Crisis Group.
Pero es Venezuela lo que más inquietud suscita en los gobiernos latinoamericanos, una política que ha sido impulsada por el secretario de Estado, Marco Rubio, de origen cubano y feroz opositor de La Habana y Caracas.
Rubio es visto como el arquitecto del giro agresivo hacia Caracas, con la esperanza de que la caída de Maduro tenga un efecto dominó que incluso derribe al régimen cubano.
Con los ataques del Pentágono contra embarcaciones de presuntos narcotraficantes, “Estados Unidos envía una señal muy clara” según la cual “actuarán de manera unilateral cuando lo consideren apropiado”, explicó Segura.
Trump, sin embargo, ya intentó durante su primer mandato (2017-2021) derrocar a Maduro, incluso formando una coalición con gobiernos latinoamericanos y europeos.
Maduro se mantuvo firme, con el respaldo de su propia base, el de Cuba, China y Rusia.
“Si el objetivo es utilizar la presión militarizada para provocar una ruptura interna que lleve a la salida de Maduro, me preocupa que eso ya se intentó durante el primer mandato de Trump y no funcionó”, dijo Roxanna Vigil, investigadora del Consejo de Relaciones Exteriores (CFR, por sus siglas en inglés).
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