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A los 87 años, el monarca que lo tuvo todo y lo perdió casi todo rompe su silencio sobre la muerte de su hermano, el infante Alfonso. En sus memorias, Reconciliación, el rey sin trono abre la caja de Pandora de su pasado
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Por primera vez en casi setenta años, Juan Carlos I se anima a contar lo que durante décadas fue tabú incluso en su familia: la muerte de su hermano menor, Alfonso. Desde su retiro en los Emiratos Árabes Unidos, el rey emérito escribió lo que llama “el capítulo más doloroso” de su vida. “Nunca me recuperaré de esta tragedia. Su peso me acompañará para siempre”, confiesa en sus memorias.
El relato hiela la sangre: dos hermanos adolescentes, un arma de fuego, un juego que terminó con una bala perdida. “Pensábamos que estaba descargada”, escribe. “No sabíamos que quedaba una bala en la recámara.” Un segundo bastó para que el destino cambiara para siempre la historia de los Borbones.

En el libro, el emérito describe la escena con detalle: “El disparo sonó como un trueno. La bala rebotó y alcanzó a mi hermano en la frente. Murió en brazos de mi padre”. Luego cuenta que cubrió el cuerpo con una bandera española y arrojó el arma al mar.
Casi setenta años de silencio se rompen con esas líneas. Y, como en toda familia real, las viejas heridas se abren junto con los secretos.
Juan Carlos nació en el exilio, creció en Suiza y terminó bajo la tutela del general Franco, que lo educó como heredero a su medida. “Fui una pelota de ping pong entre mi padre y el dictador”, recordaba en una entrevista años atrás. Su infancia se repartió entre Lisboa y Madrid, entre la obediencia y la ambición.
La tragedia de Estoril lo encontró a los 18 años. Su hermano Alfonso tenía 14. Desde entonces, las versiones se multiplicaron: accidente, imprudencia, encubrimiento, incluso teorías conspirativas. La Casa Real siempre guardó silencio. Hasta ahora.
El escritor Luis María Ansón, testigo cercano a la familia, siempre sostuvo: “Fue un accidente terrible, y don Juan Carlos lo carga desde entonces como una cruz”. Pero el misterio sobrevivió a los comunicados y a los años. “Nunca quiso hablar del tema”, admiten los cronistas palaciegos. “Lo enterró con el silencio.”
A los 87 años, Juan Carlos decidió contarlo todo en un libro que ya causa escándalo en Europa. En Reconciliación, dictado a la historiadora Laurence Debray, el rey emérito dice que escribe para “que no le roben su historia”.
“Mi padre siempre me aconsejó no escribir memorias. Los reyes no se confiesan. Pero siento que me arrebatan lo que viví”, dice.
Y vaya si se confiesa. Habla del amor perdido de Sofía, del desprecio de Letizia, de la distancia con Felipe y de su propia debilidad. “Soy consciente de haber decepcionado. No soy un santo. Fui cegado por un séquito malévolo”, reconoce.
El libro también deja frases que ya circulan como pólvora: “Soy el único español que no cobra pensión después de 40 años de servicio”. “Mi hijo me ha dado la espalda por deber, pero me dolió su insensibilidad”.
Entre la culpa y la autodefensa, el emérito juega su última carta: el relato de su vida.
Quizás la parte más polémica de sus memorias sea su relación con el dictador. “¿Mantuve con Franco una relación filial? Tal vez. Él no tenía hijos y me veía como un heredero. Lo respetaba enormemente”, escribe Juan Carlos.
En otro pasaje, recuerda su último encuentro con el Caudillo: “Me tomó la mano y me pidió que mantuviera la unidad de España. No me pidió conservar el régimen. Sentí que me daba libertad para actuar”.
Franco, Letizia, Corinna, Felipe... nadie sale ileso del repaso del rey emérito.
Por supuesto, el capítulo de los amores no podía faltar. En tono de mea culpa, el Borbón admite: “He tenido dos deslices sentimentales. Uno se hizo público y tuvo consecuencias graves”. Aunque no menciona nombres, todos saben que habla de Corinna Larsen, la empresaria alemana con quien vivió una década de pasión y escándalos financieros.
En 2022, ella misma había confesado en su podcast Corinna y el Rey: “Me dijo: ‘Sí, apreté el gatillo y lo maté, pero fue un accidente’. Carga una tristeza profunda que disfraza con esa alegría suya de bon vivant”.
La frase resuena ahora con más fuerza que nunca, cuando el propio protagonista reabre la herida en papel y tinta.
El emérito se explaya también sobre su esposa, la reina Sofía, a quien dedica palabras que suenan más a penitencia que a amor: “Nada podrá borrar mis sentimientos hacia mi mujer. España no podría haber tenido una reina más devota e irreprochable.”
En contraste, su juicio sobre Letizia es filoso: “No contribuyó a la cohesión familiar. Hice todo por superar nuestras diferencias, pero jamás vino a mi despacho”.
Los cronistas palaciegos interpretan esas frases como un dardo directo al corazón de la Casa Real actual. “Es su manera de decir: ustedes me dieron la espalda”, comenta un periodista de la realeza española.
Desde agosto de 2020, Juan Carlos vive en Abu Dhabi. Su hogar, un palacio a orillas del mar, es a la vez refugio y castigo. “No hay un solo día en que no me invada la nostalgia. Es como si España se me hubiera pegado a la piel”, escribe.

Pese a la distancia, el rey sin trono vuelve cada tanto a Galicia, donde todavía compite en regatas con su barco Bribón. “Cada vez le cuesta más irse”, cuentan sus allegados. Y cuando los periodistas le preguntan si quiere volver a vivir en España, responde sin dudar: “Muchas”.
El problema es que nadie parece querer recibirlo.
La relación con Felipe VI, su heredero y su juez, ocupa varias páginas del libro. “Ha cortado todos los puentes y me mantiene alejado de mis nietas”, se lamenta. Y lanza una advertencia velada: “Puedes excluirme en lo personal, pero no puedes rechazar la herencia institucional sobre la que reposas. Entre los dos sólo hay un paso.”
Una frase que suena más a desafío que a reconciliación.
En Reconciliación, Juan Carlos no sólo revisa su vida pública. También intenta limpiar su nombre. Habla del golpe del 23-F, de su “obra por la democracia” y del precio que, según él, pagó por sus errores. “Devolví la libertad a los españoles, pero nunca pude disfrutar de esa libertad para mí”, escribe, en tono de víctima.
En España, el libro generó más suspenso que entusiasmo. Los medios lo recibieron entre el morbo y la ironía. “El rey que se despidió del trono ahora quiere volver por la puerta del arrepentimiento”, tituló un diario madrileño.
La confesión sobre la muerte de Alfonso es, sin duda, el corazón del escándalo. Setenta años después, el emérito vuelve a ese cuarto de Estoril, a ese instante que lo marcó para siempre. “No sabíamos que quedaba una bala”, repite. Y uno imagina a Juan Carlos mirándose al espejo, intentando perdonarse sin lograrlo.
Aun así, parece disfrutar del ruido que vuelve a generar. Lo hace con la misma mezcla de soberbia y encanto que lo convirtió en figura irresistible para el poder, las mujeres y los medios.
Juan Carlos fue el monarca que restauró la democracia, el amante que hizo temblar los cimientos del palacio, el cazador de elefantes y el prófugo de Hacienda. Fue también, como dice ahora, un hombre “devorado por su propio mito”.
En sus memorias se nota que quiere reconciliarse con todos: con su hijo, con su país, con su pasado. Pero también con ese muchacho de 18 años que apretó un gatillo sin saberlo y nunca volvió a dormir igual.
“Mi vida cambió para siempre aquella tarde”, confiesa. “Desde entonces vivo con el eco de ese disparo.”
Hoy, mientras pasea por los muelles gallegos con sonrisa de viejo lobo y perfume caro, Juan Carlos parece más un personaje de su propia leyenda que un ex rey. En España se discute si debería volver a residir en el país o seguir bajo el sol de Abu Dhabi.
Él, en cambio, juega a ser protagonista una vez más. Habla, se justifica, y vende libros. Porque, como dicen en Madrid, “siempre supo convertir los escándalos en souvenirs”.
Y así, entre regatas, nostalgias y memorias, el hombre que se coronó por Franco y cayó por Corinna intenta reconciliarse con su pasado.
Pero, en el fondo, todos lo saben: el único trono que le queda es el de la culpa.
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