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Mujahidines afganos armados guardan la entrada a una de las cuevas en la una antigua base de Al Qaeda en Tora Bora el 19 de diciembre de 2001 - efe
Tora Bora significa Cueva Negra en pastún y, paradójicamente, forma parte de las Montañas Blancas de Afganistán. En medio de una cordillera de picos albos, la historia de esta enorme madriguera plagada de cuevas y túneles se tornó oscura de la mano de la red terrorista de bandera blanca y negra.
La primera vez que el fundador de Al Qaeda, Osama Bin Laden, llegó a la zona de Tora Bora, un recóndito paraje de Afganistán, a escasos kilómetros de la frontera con Pakistán, fue durante la guerra que tuvo lugar contra los soviéticos entre 1979 y 1989.
El que un día se convertiría en el hombre más buscados del mundo era entonces un joven recién salido de la universidad ansioso por ayudar a los hermanos afganos, necesitados de apoyo para repeler a los soviéticos invasores.
Fue precisamente en esta época cuando los muyahidines que luchaban contra los soviéticos convirtieron Tora Bora en toda una fortaleza subterránea, gracias al dinero saudí repartido por las inteligencias paquistaní y estadounidense.
Es más, fue el propio Osama, hijo de un constructor multimillonario de Arabia Saudita, quien trazó en aquella época este enorme entramado de túneles y cuevas.
Al acabar la guerra, el terrorista saudí pasó unos años en su país natal y en Sudán, hasta que, ya al frente de Al Qaeda, fue expulsado del país africano y se exilió de nuevo en Afganistán.
¿A dónde iba a regresar si no al fresco de las cuevas y su protección contra posibles bombardeos? Aunque algo fría y con poca luz natural, Tora Bora se convirtió en 1996 en la nueva casa de piedra de Osama Bin Laden.
En Afganistán el líder de Al Qaeda era un invitado del jefe talibán de un solo ojo, el mulá Omar, quien estableció su régimen el mismo año del regreso de Osama.
Los que entraron en Tora Bora en 2001, poco después de que fuese escenario de una gran batalla, hablan de estrechos y enrevesados túneles, suelos de tierra pura y cuevas apenas lo suficientemente altas para albergar a una persona de pie.
Entonces un imán para periodistas e intrépidos todavía aturdidos por el increíble escabullimiento de Osama Bin Laden, sembrada de sacos de arena y kilos de munición, se dice que la ratonera cuenta con cientos de cuevas desparramadas por varios niveles subterráneos que se adentran cientos de metros bajo tierra.
Cuentan Cathy Scott-Clark y Adrian Levy en su reciente obra “El Exilio” que había una razón adicional y considerablemente extravagante para el amor que Osama profesaba por la Cueva Negra.
Al terrorista le gustaban los rumores que le coronaban como supuesto mesías, por lo que una “pura” cueva, el mismo escenario en que Mahoma se encontró al arcángel Gabriel por primera vez, era una ubicación más que ideal.
Pasados unos meses, sus mujeres Najwa, Khairiah y Seham se unieron al presunto mesías en ese “paraíso yihadista”, adonde llegaron acompañadas de 13 de sus hijos y centenares de combatientes.
Las esposas, como no era de extrañar, estaban poco contentas con su nuevo hogar, a horas por polvorientos caminos del médico más próximo, revela “El Exilio”.
Sin embargo, la mayoría de los niños se enamoraron de las Montañas Blancas y la libertad que traían consigo. A menudo Osama les llevaba en largas excursiones por los alrededores y hasta la cercana frontera con Pakistán.
Entre paseo y paseo, el líder yihadista iba tejiendo los planes para el secuestro de los aviones que, tiempo después, se estrellarían contra el World Trade Center, el edificio del Pentágono en Washington y en Pensilvania. Aunque poca idea tenía entonces de lo que la muerte de esas 3.000 personas iba a significar.
No resulta sorprendente que, poco después de la caída de las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001, Osama se encontrase de nuevo en Tora Bora. Tampoco es que tuviese muchas más opciones, después de que Washington decidiese invadir Afganistán e hiciese caer Kabul en cuestión de semanas.
La batalla de Tora Bora comenzó el 3 de diciembre de ese mismo año, ni siquiera dos meses después de que el primer soldado estadounidense pusiese un pie en Afganistán.
Los hombres de tres señores de la guerra comenzaron a escalar hacia la Cueva Negra ya desde el 3 de diciembre y, poco más tarde, empezaron a caer del cielo, una tras otra, bombas y más bombas. Mientras, miles de soldados paquistaníes eran desplegados en la frontera para evitar que Osama y sus comandantes lograsen salir de Afganistán.
No obstante, en una decisión ampliamente criticada años más tarde, el jefe del Comando Central, Tommy Frank, decidió no desplegar ningún contingente estadounidense para bloquear o vigilar la salida de los yihadistas.
Entre bomba y bomba, cayó una BLU-82, más conocida como “cortadora de margaritas”, un proyectil convencional de más de 6.800 kilos y consecuencias devastadoras que se pudo sentir a varios kilómetros a la redonda.
El 12 de diciembre uno de los señores de la guerra pactó un alto el fuego con un líder de Al Qaeda, pero los yihadistas no se entregaron como habían prometido.
Grupos de combatientes de Al Qaeda habían comenzado a abandonar su madriguera hacia Pakistán, a apenas media jornada a pie desde la cueva negra.
Afirma Tomsen que, de hecho, las tropas estadounidenses no encontraron nada cuando lograron acceso al lugar tras dar por finalizada la batalla el 17 de diciembre. Desde luego, no encontraron a Bin Laden.
El caos reinaba en Tora Bora mientras el ruido de las bombas resonaba en los valles colindantes y el humo se cernía sobre el lugar como una capa de espesa niebla. Los bombardeos sólo paraban por las noches y, de nuevo, comenzaba pronto con las primera luces del día.
El periodista Jason Burke recuerda en su libro “Al Qaeda” cómo los muyahidines aprovechaban las pocas horas de silencio para dormir y llenarse el estómago con algo de comida fría.
Burke estaba allí, con los combatientes afganos envueltos en el tradicional salwar kameez de dos piezas, AK-47 al hombro, que cada día ascendían la montaña en medio de un frío que estremecía los huesos.
Mientras todo esto ocurría, la noche del alto el fuego, Osama abandonó Tora Bora junto a dos de sus hijos y un puñado de sus comandantes y ayudantes de confianza.
Claro que entonces nadie se podía ni imaginar tal estampa, el líder de Al Qaeda bajando la montaña y dirigiéndose tranquilamente hacia la ciudad de Jalalabad.
El terrorista saudí, narran Cathy Scott-Clark y Adrian Levy, pasó la noche en la casa de un allegado a las afueras de la urbe.
La última vez que Osama fue “visto” en Tora Bora fue en 2007. Un colaborador de Estados Unidos vislumbró aquel año una figura alta envuelta en una “túnica blanca”. Sin embargo, el avistamiento desencadenó poco más que una misión fallida y años de chistes internos.
Desde entonces, cuenta un ex Seal bajo el pseudónimo de Mark Owen en sus memorias “Un día difícil”, “túnica blanca” pasó a ser sinónimo de una mala misión entre los miembros de esta fuerza especial estadounidense.
La ciudad en la que se resguardó Osama tras huir durante la batalla de Tora Bora es la capital de la provincia de Nangarhar.
La región es, paradójicamente, el bastión del Estado Islámico (ISIS) en Afganistán, grupo con el que Al Qaeda mantiene un pulso global en una suerte de alardeo entre pavos reales. Más paradoja todavía se encuentra en el hecho de que este año ISIS logró tomar el control de la Cueva Negra, arrebatándosela a los antiguos aliados de Bin Laden, los talibanes.
La miel les duró apenas unos días en los labios tras una operación con la que las fuerzas de seguridad afganas recuperaron el control de buena parte de Tora Bora, según confirmaron fuentes oficiales. Pero lo cierto es que el grupo terrorista todavía acecha la cordillera de picos albos e historia oscura.
(*) EFE/REPORTAJES
Mujahidines afganos armados guardan la entrada a una de las cuevas en la una antigua base de Al Qaeda en Tora Bora el 19 de diciembre de 2001 - efe
Unos oficiales de las fuerzas de seguridad paquistaníes inspeccionan un vehículo en la localidad paquistaní de Parachinar, situada en unos 200 kilómetros al suroeste de la ciudad de Peshawar y próxima a las montañas de Tora - efe
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