Cuando los malos ganan por goleada

Una combinación de autoritarismo, burocracia, desidia y falta de compromiso con la función pública alcanza para que la unión entre la gestión de Control Urbano de la Municipalidad y la Justicia de Faltas de La Plata se las compongan para hacer sentir como una mísera cucaracha a cualquier vecino de esta Ciudad.

La odisea que aquí vamos a relatar comenzó el sábado a la madrugada en la Avenida Antártida Argentina, donde en un control vehicular al que suscribe le secuestraron el auto y la licencia de conducir por una hipotética falta de seguro de responsabilidad civil -lo que era falso- y de Verificación Técnica Vehicular.

Más allá del destrato de la inspectora de tránsito que hasta amenazó con hacer detener por la policía al infractor y de su altiva y reiterada negativa para corroborar, primero telefónicamente y luego a través de un e-mail de la vigencia de la póliza que reclamaba, el calvario del infractor se prolongó hasta bien pasado el mediodía del martes.

Ayer, con los comprobantes de rigor, el inculpado se presentó a las ocho de la mañana en el Juzgado de Faltas de la calle 48, casi Diagonal 74 con la única intención de abonar la multa correspondiente y tener la posibilidad de presentar un descargo ante el juez. Vana y utópica ilusión la del contribuyente. En la mesa de entradas del Tribunal de Faltas refirieron que la documentación de los procedimientos realizados durante el fin de semana recién llegarían después del mediodía, con la salvedad de que la ley le da un plazo de hasta 48 horas hábiles al Municipio para elevar la documentación a los juzgados. En buen romance eso significaba: “Por ahí hasta el jueves no vas a poder pagar, ni hablar con el juez, ni recuperar tu vehículo”.

El iluso vecino supuso, entonces, que tal vez, dirigiéndose a la Dirección de Tránsito en 20 y 50 podría agilizar el trámite. Minutos después, ya en las dependencias municipales, una vez más cayó en la cuenta de que su optimismo era injustificado. A las 9 de la mañana, el director de Tránsito de la comuna -con quien se pidió hablar- no había arribado a su despacho. Lo mismo ocurría con el director de Control Urbano. ¿Qué quedaba? Esperar que en algún momento, entre las diez de la mañana y el mediodía, un correo llevara las infracciones de marras desde 20 y 50 a 48 y diagonal 74.

Hacia allí volvió el castigado vecino que, se reitera, sólo intentaba pagar su multa, ser escuchado y recuperar su vehículo.

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Los dioses se deben haber apiadado de él, ya que después de un par de llamados telefónicos, consiguió que a las 11 de la mañana, su caso fuera visto por el Tribunal de Faltas Número 5. Ante el diligente empleado del juzgado y la secretaria del mismo tribunal, el inculpado reiteró su voluntad de pago y requirió la posibilidad de hablar con el juez. Lo primero, fue posible. Lo segundo, no. El magistrado, a las 11.05 de la mañana de ayer, no estaba en su despacho y según le hicieron saber a este cronista, no regresaría antes de las 12.30.

Extraña manera de funcionar la de la burocracia platense. Tres funcionarios de diferentes rangos y responsabilidades fueron imposibles de ubicar en sus lugares de trabajo entre las 9 y las 11 de ayer.

Esa particular sensación que llevó al cronista a sentirse como la última cucaracha del tacho, se vio acrecentada cuando, entre los tiempos de espera y las cavilaciones de quien se siente rumbo al cadalso (los montos de las multas no son baratos), pudo percibir (y fotografiar) a despreocupados automovilistas que graciosamente estacionaban sus vehículos en zonas prohibidas frente a las puertas mismas del tribunal, ante la jovial y despreocupada mirada de agentes de tránsito concentrados, eso si, en atender sus celulares antes que en labrar las infracciones que ante sus ojos se cometían.

Tras el pago de la multa correspondiente el infractor fue notificado que debía regresar a las oficinas de Control Urbano, de 20 y 50, donde la iban a entregar las llaves de su vehículo que, luego, debería retirar de un playón policial situado en 21 y 517.

Segundo piso, oficina 3, de 20 y 50 es el sitio en el que, teóricamente reintegran las llaves. La paciente espera del vecino, que se limitó a “golpear y a esperar a ser atendido”, como reza el cartel pegado en la puerta de esa dependencia comunal, tuvo una sencilla conclusión: A las 11.30 de la mañana allí no había gente y no se atendía a nadie. Fue necesario tomar contacto con Roberto Di Grazia, Secretario de Control y Convivencia Ciudadana de la Municipalidad para que las llaves aparecieran.

Faltaba el último paso. Ir hasta 21 y 517. Finalmente, a las 12.28, cuatro horas después de ir, venir, volver a ir y volver a venir, el vecino que sólo quería pagar su multa, finalmente, pudo hacerse de su vehículo. La última cucaracha, entonces, volvió a sentirse ciudadano, pero con la sensación de que a su alrededor viven otros miles de iguales contribuyentes a los que la impericia y la desidia de los aparatos estatales los condenan a inexplicables y costosos peregrinajes cuando la única voluntad que los mueve es la de hacer las cosas como corresponde.

O lo que es lo mismo: los malos, nos siguen ganando por goleada. Una pena.