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La tumba 735, posición D-6 del cementerio de Ginebra

22 de Junio de 2018 | 01:42
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Por ABEL BLAS ROMÁN (*)
abelblasroman@outlook.com

El 14 de junio se cumplieron 32 años de la muerte de Jorge Luis Borges, ese día Argentina jugaba su primer partido de la Copa del Mundo y el aniversario, como tantos otros, pasó desapercibido, pero en estos tiempos tal vez venga bien evocarlo, porque su dimensión es universal y porque amó a nuestra ciudad de La Plata.

La perfecta síntesis de las intenciones borgeanas, esta simbolizada en una lápida pequeña, sencillísima, implantada en un parque abierto y deliciosamente arbolado emplazado en el corazón de la ciudad de Ginebra, Suiza.

Antes (1983) Borges había escrito en su breve “Los Conjurados”: ‘En el centro Europa están conspirando. Hombres de diversas estirpes, que profesan diversas religiones que hablan diversos idiomas. Han tomado la extraña resolución de ser razonables. Han resuelto olvidar sus diferencias y acentuar sus afinidades. Antes tenían el hábito de la guerra o de la lucha y habían aprendido que todas eran igualmente vanas. Acaso lo que digo no es verdadero, ojalá sea profético’.

“Tal vez a algún joven creativo en las redes se le ocurra pedir que Borges nos traiga su espíritu y su palabra”

 

Plainpalais, conocido también como el Cementerio de los Reyes (nombre desmesurado para la modestia del lugar) tiene unos doscientos metros de frente por trescientos de profundidad. Borges y el compositor Alberto Ginastera, nacidos en Buenos Aires, son los únicos americanos. Están también Juan Calvino, mentor de la Reforma del Cristianismo, los escritores Musil y Denis de Rougemont y el psicólogo Jean Piaget. Y a metros, vecina, basta levantar la vista la sepultura de Grisèlides Real, escritura, pintora y prostituta reza la inscripción. Se trata de una meretriz famosa en Ginebra, emplazamiento que enojó a María Kodama.

La pequeña piedra de su tumba encierra toda su literatura.

Llegamos a un gran parque, en el centro mismo de Ginebra, en la ribera del Ródano. En una vitrina vemos su nombre, “Número de tumba 735. Posición D-6”. Caminamos lentamente el sereno corredor, que tiene bifurcaciones (borgeanas?), arboles añosos, césped prolijo, hojas secas, lápidas grises y una fuente, hasta un ciprés, a cuya vera está la sepultura. Mis jóvenes acompañantes platenses (Gastón, Cristian y Andrés) eran niños como para recordar su voz afónica, su sonrisa melancólica y su palabra profunda resonando en La Plata, mentando a Almafuerte o a López Merino, menos a su veinte años sentado en el banco de la Plaza Alsina con su primera novia, pero todos nos conmovemos y (futboleros al fin) le prometemos que Suiza le ganará a Brasil (como si le hubiera importado). Logramos un empate y una sonrisa del escritor amado.

La lápida fue construida por el escultor argentino Eduardo Longato. La piedra es gris y tosca, y en ella se lee “Jorge Luis Borges” debajo, la inscripción “And ne forhtedon na”, junto a un grabado con siete figuras humanas. Una pequeña cruz de Gales y “1899/1986”. Es todo.

La traducción mas aceptado de esa leyenda en sajón antiguo es “…y no temerieron”.

Los símbolos de la lápida remiten, a través de un combate medieval (la Batalla de Maldon) en la que siete guerreros marcharon con coraje a la muerte segura, a los antepasados criollos de Borges, a los compadritos y cuchilleros del barrio de Palermo, a Evaristo Carriego, y a la “secta del cuchillo y el coraje” que fueron reiterativos en su obra.

Lo nórdico y lo sajón están directamente emparentados en la obra de Borges con la Argentina. Por eso todo el conjunto es tan apropiado dice Martin Hadis (estudioso del tema).

Borges sentía un profundo cariño por Buenos Aires, pero era a la vez un hombre reservado, y cuanto más cariño sentía por algo, menos probable era que representara o nombrara de manera explícita en sus textos. Así que me parece muy bien que su lápida aluda a la Argentina, al coraje, a Buenos Aires, al Palermo de su infancia, pero de manera indirecta, sutil. Es así como él procedía en sus obras. (la cita es del propio Hadis)

Y la lápida de Borges constituye una síntesis de esos dos impulsos: lo criollo representado a través de lo sajón.

Mayores talentos y dedicados estudios se han encargado de todo el simbolismo de esa tumba ginebrina. Sirva hoy de homenaje al aniversario de su muerte recordar que en esa ciudad que alberga todas las buenas intenciones de las Naciones Unidas en el hermoso parque frente al lago con sus construcciones majestuosas y sus pavos reales paseándole libremente. La ciudad del chorro de agua permanente que como quería Almafuerte se levanta otras cien, otras quinientas… y el Reloj de Flores que juega con los colores como López Merino, en ese pequeño cementerio Borges cerró todas su grietas, la de su abuela inglesa y su abuelo guerrero criollo, la de su alma universal y sus amigos nacionalistas y su fervor por Buenos Aires.

Tal vez hubo de irse lejos para cerrar todas su grietas. Hasta ayer los jóvenes creativos de las redes ppedían que Messi trajera la copa, tal vez alguno se le ocurra pedir que Borges nos traiga su espíritu y su palabra.

No sé si el proyecto legislativo que propone repatriar sus restos podrá vencer obstáculos reglamentarios. Yo me conformo con repatriar su palabra inteligente y conciliadora que tantas veces resonó en La Plata.

 

(*) Ex Intendente Municipal de La Plata

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