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Alejandro Castañeda
Todos estamos contagiados. Nadie se salva. El virus nos ha maniatado. Encierro, lejanía y mucho jabón aconsejan los que mandan. El brutal asesinato de un ex de la ex parece darle la razón a los infectólogos: nada de contacto estrecho, las cercanías son peligrosas. El virus de la violencia tampoco amaina. Pero la estrella absoluta de esta temporada es el corona: domina ansiedades, monopoliza esperanzas y se adueña de la bronca y la incertidumbre. Amenaza, atemoriza y mata. Lo único que le roba un poco de espacio y protagonismo es la mishiadura. La que nos dejó el que te dije, la que se ha perfeccionado y la que viene asomando. Ahora, todos estamos enfermos. Y para el temible día después no hay vacuna a la vista.
La despedida definitiva del café Costa Azul le agrega una nueva muesca a la pistola humeante de una ciudad que vive en perpetuo cierre. Ese café era un lugarcito entrañable para un puñado de peatones de un microcentro cada vez más difuso y riesgoso. Pero en cada traslado fue perdiendo encanto y clientela. ¿Quién sobrevivirá a esta crisis? El aislamiento y la malaria van dejando a su paso un desfile de desapariciones. A las cifras de contagios y fallecidos de cada día habría que agregarle un conteo con la muerte diaria del comercio. No hay plasma a mano para salvar ese mercado de deudas, desazón y telarañas. Las mudanzas van a terminar siendo un rubro muy rendidor cuando se pueda volver a la calle. Los que tienen camioncitos ya deberían empezar a prepararse para el cajoneo y el acarreo. Hay que aprender a cinchar. Y no sólo con lo ajeno. A los bultos del desasosiego no se los lleva nadie. Hoy, muchos comerciantes, en vez de hacer facturas, hacen inventarios. Todo resta. Nadie le suma algo a esta actualidad triste y empobrecida. Muchos están listos para irse. Pero no saben adónde. El Costa se había acostumbrado a las mudanzas continuadas. Arrancó en la calle 49, de allí pasó al local de 48, tuvo una fugaz temporada por los altos y al final se animó a cruzar la diagonal 80 para terminar atracando en la 5, un paisaje muy mejorado en los últimos tiempos. Pero en cada traslado se fue deshilachando. Es que el lugar y el barrio, cuentan. Hace a la familiaridad y al apego. Los más fieles fueron acompañando a regañadientes esta seguidilla de desalojos. Y ante cada nueva morada trataron de aquerenciarse. Pero la infantería se fue diezmando en esas interminables batallas contra la suba de alquileres, las crisis y las nuevas costumbres. Al Costa Azul lo sostenía un nombre y un recuerdo. Seguía con su oferta de siempre: café, diarios, copas, caras conocidas, clima de encuentros de ex alumnos y mesas afuera para otear un horizonte que antes era coqueto y ahora se llena de ausencias y barbijos. Fue un bar varonero que le permitía al fútbol, a la política, al humor y a la economía ocupar el mejor lugar en las mesas de cada día. Un sitio que invitaba más a permanecer que a consumir, uno de esos rincones donde los de siempre se refugiaban para encontrar lo de siempre. Cosa de asegurarse de que al menos por ese lado la vida conocida seguía durando.
A la sombra de una economía que venía muy contagiada y de una pandemia que se ha hecho interminable, surgió un otoño demoledor que ya fue. La cuarentena sin duda ataja, pero también empobrece. Sanos y fundidos ex una opción. ¿Dónde ponerse? Los infectólogos nos cuidan. Y la gente pide salir, no para pasear sino para sobrevivir. Hay argumentos en los dos lados. La crisis, que avanza a la par del virus, ya produjo un festival de adioses inesperados que obligo a más de uno a reciclarse. “No puedo respirar” fue el ruego del pobre George Floyd. Y muchos comerciantes de aquí empiezan a sentir lo mismo. A las inmobiliarias se le están acabando los carteles de “se alquila o se vende”. Más razonable sería poner en cada negocio algo así como “Nosotros seguimos”, para avisar a los pocos peatones que algún día las vidrieras volverán con todo, aunque claro, con la ropa de un final de temporada sin temporada. Si esto sigue así, en cualquier momento aparece una oferta a la bajada de la autopista: “La Plata, liquidación por cierre total”.
Ahora todos estamos contagiados. Y para el temible día después no hay vacuna a la vista
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