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Espectáculos |EN DIÁLOGO CON EL DIA

Alberto Ajaka: “En el teatro se puede ser cualquier cosa”

En “Lo que queda de nosotros”, el actor se luce como Toto, un perro desesperado por reencontrarse con su dueña. La obra, que protagoniza con Caro Ramírez (“La reina del flow”), vuelve a la cartelera porteña

Alberto Ajaka: “En el teatro se puede ser cualquier cosa”

Carolina Ramírez y Alberto Ajaka en una escena de “lo que queda de nosotros”, la obra sobre el amor animal que se ofrecerá en el Multitabarís de miércoles a domingo

María Virginia Bruno

María Virginia Bruno
vbruno@eldia.com

31 de Diciembre de 2022 | 05:45
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Alberto Ajaka no es de los actores que se repiten en el mismo papel. Virtuoso y versátil, ha sido boxeador ( “Contra las cuerdas”), cura villero (“El Puntero”), sindicalista de mantenimiento aeroportuario (“Guapas”), peón de estancia (“Los ricos no piden permiso”), emprendedor fallido ( “Quiero vivir a tu lado”), fiscal (Quinteros, “El lobista”) y padre de Carlitos Tévez (“Apache”). Y ahora, en “Lo que queda de nosotros”, que regresa la semana próxima a la cartelera porteña, interpreta a un perro desesperado por reencontrarse con su acorazada dueña.

“En el teatro se puede ser cualquier cosa: duende, fantasma, mesa, príncipe, asesino y perro. Lo que sea”, asegura, en relación al código compartido entre los actores y el público, y que crean esa magia teatral que lo llevó a enamorarse de este arte.

La historia de Ajaka (49) es conocida: actor, director y dramaturgo, con voz reconocible y mirada intimidante, se encontró con el teatro a los 28 años. Antes, había probado suerte con la filosofía y el diseño, y le dio de comer a su familia con su trabajo en una imprenta a la que renunció para rendirse a la imprevisibilidad de la vida actoral. Él ha dicho que tuvo suerte. Cuatro años después de tirarse a la pileta, ya actuaba sus propias obras (“Michigan” fue la primera) y, con el tiempo, el fantasma por la discontinuidad laboral y, por ende, salarial, se había esfumado. Una seguidilla de proyectos importantes, le dieron reconocimiento y los llamados comenzaron a llegar. Hizo tele y cine pero, fundamentalmente, teatro, la disciplina que lo fogueó, que lo llevó a formar su propia compañía, Colectivo Escalada, y su primer amor.

“Yo digo que tengo una moral teatral, una ética de teatro. Luego, abajo, soy otra cosa. Pero ahí, mi ética y mi moral son las de la escena, y no necesariamente la del lucimiento personal. Si la escena está bien, yo voy a estar bien”, define, en diálogo con EL DIA.

Una entrevista que tiene por excusa hablar de la vuelta (desde el 4 de enero, de miércoles a domingo en el Multitabarís) de la obra que lo reunió por primera vez con la colombiana Carolina Ramírez, la actriz que ganó trascendencia mundial por “La reina del flow” (Netflix) pero que, en esta pieza, se aleja de toda la espectacularidad de aquella telenovela para, despojada de todo artilugio, ponerse en la piel de Nata, una adolescente golpeada por la vida que decide alejarse de todos sus seres queridos para evitar que la sigan dañando. El problema es que su perro, Toto, hará lo que sea por volver a estar en sus brazos, aún a pesar de cualquier circunstancia.

Sí, es lacrimógena, y tal vez dura para los amantes de los animales. Pero tiene elementos de ternura, amor y humor que levantarán cualquier desgarro emocional de los muchos que ha manifestado el público en sus primeras funciones (puedo dar fe).

Ajaka hace un trabajo impecable como un perro, algo que tal vez cueste imaginarse. Dice que cuando Carolina y su marido productor (Mariano Bacaleinik) lo convocaron para este proyecto, no le llamó la atención su rol por dos motivos: el primero, ya mencionado, por la posibilidad de poder ser “lo que sea” en el escenario. El segundo, que se tratase de una historia que es apta para todo público pero no infantil, “con lo cual cualquier idea de disfraz estaba descartada de inicio”, advierte.

Ajaka fue haciendo su propia construcción poética, consciente de ser un actor que dice que es un perro, tratando de lograr “el verosímil para que la apariencia esté vacía y que vos te distraigas de la idea de la apariencia y del arquetipo perro y empieces a aceptar mi propuesta”.

Cuenta que hubo mucha “prueba y error”, muchas negociaciones “entre el actor, lo que pueda pedir la dirección y lo que uno está dispuesto o no a hacer en relación a lo que uno entiende que, a veces graficar, atenta contra esa construcción”. Y también mucho juego: “A mí lo que más me gusta es cuando siento, percibo, creo, afirmo que el espectador está aceptando el verosímil y entonces yo ahí ya hago el perro que juega a ser un ser humano, también”.

Toto es un puro perro, raza amor. Y cada espectador, ciertamente, se lo imaginará de una forma. Pero, ¿cuál fue el Toto que Ajaka imaginó? El cuenta que, como una coctelera, hubo varios elementos que mezcló sumado “a lo que uno trae adentro”, además, claro, del oficio de actor.

-¿Qué Toto te imaginaste?

-Yo tuve un único perro. Por circunstancias de la vida, recién a los 30 llevé un perro a mi casa, que lo tuve como 10 años. Vivió conmigo en Ramos Mejía, después en Vicente López y hoy está enterrado en el jardín de mi casa en Villa del Parque. Por supuesto que pensé en el Chango, que es el perro que yo conocí, que me acompañó durante mucho tiempo y en algunos momentos de mucha soledad. Y también, luego, una mezcla: iba a ensayar todos los días al teatro, me bajaba del subte porque en el auto no se puede ir al centro, y en ese trayecto tomé varias referencias. Toto es un perro desclasado, una especie de perro de clase media que queda en la calle. Y ahí la asociación era con otros animales humanos que sufren esa especie de desclase. También los cuentos de Jack London del ártico, algún TikTok, alguna oración que ha disparado alguna asociación, alguna canción. No ha sido una sola cosa, han sido muchas; una especie de arsenal diría yo.

-Sos Toto pero también sos Crispín (otro perrito) y otros personajes. ¿Cómo son esos pasajes que a veces se dan tan vertiginosamente?

-Uno sabe que es algo muy técnico. El pasaje es un momento frágil de ese verosímil. Vos me estás aceptando como tal y cuando te tengo, te voy a perder porque tengo que pasar a otro, que tiene una participación muy menor, que importa menos dramáticamente pero que hay que hacerlo. Mi preocupación no es la de entrar y salir de esos personajes, sino que no se me vaya el espectador. Trato de hacer una operatoria para abrir unos paréntesis en la composición y que inmediatamente vuelva Toto y el público lo vuelva a agarrar rápido otra vez.

-¿Cómo es trabajar con una estrella internacional como Caro Ramírez?

-Fácil. Yo no pienso nunca en cuáles son sus antecedentes y demás y por caso ellos se acercaron a mí, y ese acercamiento me honró. Y después es una compañera de laburo y hoy es una amiga. Buena gente ella, buena gente Mariano, su marido. Yo en los ensayos critico mucho y propongo mucho, y enredo mucho la cosa, y trato de desenredar todo lo necesario y me importa tres pitos que sea teatro comercial. Yo laburo de la misma manera. Pero ella estuvo muy dispuesta siendo que ella venía de hacer la obra en Colombia. Y se deshizo de los conceptos que ya tenía arraigados de la puesta anterior. Venía ávida de renovar eso, por un lado, pero por otro lado eran afirmaciones que ya tenía. Y vino a ponerlo en colisión. Fue muy fácil trabajar con ella. Y no me fijo en sus galardones, salvo que me los hagan ver. Pero no es al caso. Y eso habla de la nobleza de la persona.

 

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