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Alejandro Castañeda
Alejandro Castañeda
Tinder cumple 10 años. Para la sociología, las ‘apps’ de citas nos convierten en promesas consumibles de una experiencia sentimental y sexual. Tinder, fundada en 2012, es una aplicación de citas y se ofrece como una tecnomercancía emocional que altera la infraestructura de las citas -cómo, dónde y rápido- y que revolucionó las relaciones románticas y le dio mejores perspectivas a la soledad y la búsqueda.
Pero es también una indudable fuente de engaño. “El estafador de Tinder”, la serie de Netflix que se estrenó este verano, dejó al descubierto que el modelo tiene seguidores en todo el mundo, incluso una médica de City Bell denunció haber sido víctima de un farsante porteño que le sacó 3.500 dólares haciéndole creer que estaba en peligro.
El cuentero seguramente se aprovechó de la fragilidad de una mujer sola y bien pensada que andaría buscando, aunque le cueste plata, alguien que lleve a la casa ilusión y compañía.
La serie narra la historia de tres mujeres que dicen haber sido engañadas por un hombre, Simon Leviev, a quien conocieron a través de la famosa aplicación de citas. Los tres relatos muestran cómo este hombre se mete en sus vidas después de conocerlas en Tinder y cómo ellas terminan entregando sumas de dinero que totalizarían varios millones de dólares.
Era un Don Juan sin plata ni casa ni nombre que alquilaba sus caricias a propietarias desamparadas
Tinder alteró la infraestructura de las citas y revolucionó las relaciones románticas
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Engañar se ha puesto muy fácil. Zoe, las estafas telefónicas, los falsos policías, los programas económicos, todo agrega incertidumbre y dudas. El planeta con miedo está superpoblado de versiones falseadas. No se cree en la justicia, en los pronósticos, en las tobilleras ni en los que cuidadores. Un mundo en modo falso confirma la presencia de una vida virtual que viene a corregir una realidad que ha sido colonizada por farsantes de todos los colores.
Un par de años atrás, sin tecnología ni lanzamiento, apareció en Buenos Aires un estafador con poco estilo, pero buena facturación. Como todos los embaucadores románticos, vendía amor y cobraba al contado. Se lo presentó como “gigoló estafador” y fue acusado de seducir y estafar a un centenar de mujeres. Un caso fenomenal que también habla del exceso de confianza y la candidez de ellas. El hombre, que tiene un hijo con una de las mujeres que lo denunció, se defendió en vivo en la TV. Y allí fue escupido en la cara por Flavio Mendoza, hermano de una de esas novias que se sintieron dolidas y estafadas por este don Juan sin plata ni casa ni nombre que alquilaba sus caricias a propietarias desamparadas. A todas las fue conquistando disfrazado de hijo malquerido y hombre necesitado. Y todas les dieron cama, comida, ilusiones y ahorros. Era una pareja con viáticos que estaba lejos del modelo de galán entrador. Nada que ver. Es cierto que cada uno ama lo que puede. Y que el amor se alimenta de despojos. Pero el gigoló que se mostró en TV daba más como vendedor ambulante que como seductor todo terreno. Ni parla arrolladora ni pilcha lujosa ni facha compradora. Se ofrecía como un amante difuso, voluntarioso pero sin suerte, que supo infiltrarse en el alma de estas muchachas ahorrativas, crédulas y enamoradizas.
Todos estos vividores, famosos o no, se esmeran en utilizar gestos románticos y en jugarla de señores desvalidos. Son trabajadores del engaño que deben esforzarse para poder complacer a su veintena de proveedoras. Y a ellas las conmueven. Muchas, hasta parecen prepararse para ser estafadas. Como dijo Albert Cohen sobre las preferencias amorosas de las mujeres: “A ellas les gusta, tras el hombretón, hallar al niño y a esos varones que muestren cierta fragilidad… lo que las atrae son nueve partes de gorila y una de huérfano”.
Quizá las consuela saber que fueron saqueadas no por un atracador cualunque, sino por un falso compañero de ruta que las fue entusiasmando con promesas y buenos modales y que se les quedó con mimos y ahorros. Ellos saben cómo manejar esos amores descompensados que en las bambalinas del engaño van encontrando su transcurrir. El gigoló siempre estaba fuera de casa, pero de noche cumplía bien. Ninguna se quejó, aunque habrá tenido que jugar al límite para poder tener bien servido a su elenco de amantes rotativas.
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