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El príncipe Andrés de York, tercer hijo de la fallecida reina Isabel II del Reino Unido, renunció a todos sus títulos reales y cargos honoríficos tras años de controversias derivadas de su amistad con el empresario estadounidense Jeffrey Epstein, acusado de delitos sexuales y hallado muerto en una cárcel de Nueva York en 2019.
La decisión, confirmada por el Palacio de Buckingham, fue adoptada en acuerdo con el actual monarca, el rey Carlos III, y busca poner fin a un prolongado conflicto que desde hace años afecta la imagen de la monarquía británica.
“Tras conversar con Su Majestad el Rey y con mi familia, hemos concluido que las constantes acusaciones hacia mí perjudican el trabajo de la Corona y de la Familia Real”, expresó el duque en un comunicado difundido por la Casa Real. “He decidido, como siempre lo he hecho, anteponer mi deber con mi familia y con mi país”, añadió.
Andrés, de 65 años, ya se encontraba alejado de la vida pública desde noviembre de 2019, cuando una entrevista televisiva en la BBC —en la que intentó justificar su vínculo con Epstein— generó un escándalo aún mayor. En aquella ocasión, el príncipe fue ampliamente criticado por mostrarse indiferente hacia las víctimas del financiero y por ofrecer explicaciones que fueron calificadas como inverosímiles.
Desde entonces, el Palacio de Buckingham había dispuesto que no cumpliera más funciones oficiales, y en 2022 fue despojado de sus títulos militares y patronazgos reales. La medida adoptada ahora implica la pérdida de su título de duque de York y de su condición de caballero de la histórica Orden de la Jarretera, una de las más prestigiosas distinciones del Reino Unido.
No obstante, mantendrá el tratamiento de príncipe por derecho de nacimiento, al ser hijo de Isabel II y del príncipe Felipe, duque de Edimburgo.
La renuncia de Andrés llega en un momento delicado. En las últimas semanas volvió a circular material inédito sobre su relación con Epstein, impulsado por la próxima publicación de un libro que detalla nuevos testimonios y conexiones entre el entorno del magnate y el príncipe británico.
El escándalo se reavivó también por la figura de Virginia Giuffre, quien aseguró haber sido obligada a mantener relaciones sexuales con Andrés cuando tenía 17 años. Giuffre inició acciones legales en Nueva York en 2021, aunque el proceso no llegó a juicio: el príncipe resolvió el conflicto con un acuerdo extrajudicial que incluyó el pago de varios millones de dólares.
Giuffre, que en los últimos años se había convertido en una de las principales voces contra la red de explotación sexual de Epstein, fue hallada muerta en abril pasado, a los 41 años, en un hecho que conmocionó al Reino Unido y reavivó el debate sobre las responsabilidades de quienes orbitaban alrededor del magnate.
A pesar de las denuncias y los indicios difundidos en medios internacionales, Andrés ha negado sistemáticamente todas las acusaciones. “Rechazo categóricamente cualquier insinuación de conducta inapropiada”, insistió en su comunicado más reciente.
En Buckingham y en Downing Street, la lectura política y simbólica del caso es clara: el escándalo de Andrés se transformó en una carga difícil de sostener para la monarquía británica. Su alejamiento definitivo ocurre en un momento en que el rey Carlos III busca reforzar la imagen de austeridad y responsabilidad institucional de la Corona.
La renuncia se conoció, además, apenas una semana antes de la visita oficial del rey y la reina Camila al Vaticano, donde se reunirán por primera vez con el nuevo papa León XIV, en el marco de las celebraciones por el jubileo de la Iglesia católica.
El paralelo histórico no pasó desapercibido para los analistas reales: algunos medios británicos compararon la decisión de Andrés con la abdicación de su tío abuelo, el rey Eduardo VIII, quien en 1936 renunció al trono para casarse con la estadounidense Wallis Simpson, un escándalo que también sacudió a la monarquía en su tiempo.
Lejos de sus años de popularidad como piloto de helicóptero en la guerra de Malvinas —conflicto en el que participó como miembro activo de la Marina británica—, Andrés lleva casi seis años apartado de la vida institucional. En este tiempo, su perfil público se redujo a apariciones ocasionales y a su residencia en Royal Lodge, dentro de los terrenos del castillo de Windsor, donde vive junto a su exesposa Sarah Ferguson.
Padre de dos hijas, las princesas Beatriz y Eugenia, el príncipe mantiene una relación distante con la opinión pública británica y se ha convertido en una figura incómoda para la Casa Real, incluso en los actos familiares más privados.
Con esta renuncia formal, la monarquía británica busca cerrar una etapa que ha generado uno de los mayores escándalos de reputación de las últimas décadas. Sin embargo, la sombra de Epstein —y la persistente atención mediática sobre el caso— sugiere que el príncipe Andrés seguirá siendo, por mucho tiempo, un símbolo de los límites y vulnerabilidades de la realeza moderna.
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