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¿Streaming mata cine?: la última muerte de la pantalla grande

Tras verse en el Festival de Mar del Plata, “Roma” no volverá a las salas en el país: se estrena en Netflix, avivando el debate sobre efecto de la revolución digital sobre el séptimo arte

¿Streaming mata cine?: la última muerte de la pantalla grande

“Roma”, la película de Cuarón con aroma a Óscar que no se verá en salas: va directo a Netflix / Outnow

19 de Noviembre de 2018 | 03:47
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El sábado el Festival de Mar del Plata, en su día de cierre, proyectó dos veces “Roma”, último filme de Alfonso Cuarón que ya se candidatea para el Oscar y que produjo Netflix. Probablemente hayan sido las únicas veces que la cinta del cineasta mexicano se vea en pantalla grande en el país: la expectativa fue tal que las entradas se agotaron días antes de las funciones y el público hizo cola desde una hora antes de la proyección bajo una torrencial lluvia.

¿Todo por ver una película que en menos de un mes (se estrena el 14 de diciembre) llegará a la pantalla omnipresente de Netflix? Más allá del deseo de ver el bello, sencillo y conmovedor relato de Cuarón en las condiciones en que fue pensada su exhibición, hubo también algo de resistencia ante los nuevos tiempos en algunos espectadores, que abuchearon el logo de la plataforma cuando apareció. Una resistencia que puede parecer inútil: la compañía flexibilizó su postura de no proyectar sus filmes en cines antes que en su servicio, y ahora presta sus principales estrenos a festivales y hasta anunció que dará estreno limitado en salas a “Roma” y otras películas que pueden aspirar a premios importantes en algunos países.

Pero esa flexibilización, lejos de ser una señal de derrota de Netflix ante la tradición cinematográfica, es apenas una pequeña concesión al establishment: proyecta sus películas en un par de salas, durante algunos días, y no solo no pierde nada, sino que consigue alcanzar los requisitos de algunas academias a la hora de entregar sus premios. Y los galardones son lo que persigue Netflix: las estatuillas equivalen a prestigio, y el prestigio a publicidad y suscripciones.

El Festival de Cannes intentó ponerse duro en mayo ante el avance de las plataformas on demand en la producción de cine y prohibió a cualquier filme sin fecha de estreno en salas participar en su competencia. Netflix quedó fuera de la competencia este año, pero llevó “Roma” a Venecia, donde la cinta de Cuarón se coronó.

Pero la disputa con el prestigioso evento pareció iniciar una revisión interna de Netflix respecto a sus reglas: se hizo evidente que para competir y ganar prestigio tenía que complacer ciertas reglas de la industria internacional. Quizás la resistencia no haya sido, entonces, tan inútil, empujando a Netflix a sentarse a negociar lo que creía, por prepotencia de su omnipresencia, no negociable.

Y las complicaciones pueden crecer para los servicios bajo demanda si algunas tendencias se expanden: en Italia, por ejemplo, un decreto ley obligará a que las películas se estrenen en las salas de cine y posteriormente podrán hacerlo en las plataformas digitales. Lo curioso es que esto ocurre mientras en Roma ya preparan un árbol de Navidad gigante patrocinado por Netflix: paradoja similar a la que vivieron los programadores del Festival de Mar del Plata, que agradecían entre risas al servicio por “prestar” el filme, mientras el público (que seguramente tiene en su mayoría la plataforma contratada) lo abucheaba.

Es una era de contradicciones porque es una era de transición, donde no está claro hacia dónde va el cine: los cinéfilos insisten en que la revolución digital es peligrosa no solo para las salas, sino también para la historia del cine, sepultada en los servicios on demand por las novedades. Casi ninguna plataforma ofrece una oferta variada y vasta de cine clásico: lo que gana suscripciones son las series nuevas de las que todo el mundo habla, y el pasado (que muchos han visto y a muchos no les interesa) no es en ese sentido atractivo.

Ahora, una de las excepciones a esta regla, la plataforma FilmStruck (disponible solo en EE UU) anunció que cerrará sus puertas, despertando una nueva ola de indignación: Christopher Nolan, Paul Thomas Anderson, Leonardo DiCaprio, Alejandro G. Iñárritu, Barbara Streisand, Rian Johnson, Guillermo del Toro y otros muchos intérpretes y cineastas se unieron para intentar evitar el cierre de la plataforma que funciona bajo el patrocinio de WarnerMedia.

“El de FilmStruck es el mejor servicio de streaming para todos los fanáticos del cine de todo tipo: películas de estudio clásicas, películas independientes, tesoros internacionales. Sin él, el panorama para los amantes del cine y para los estudiantes se vuelve mucho más sombrío. En una era de grandes adquisiciones corporativas por parte de los medios de comunicación, en un negocio que genera miles de millones como es el cine, creemos que éste es un gesto necesario. Una muestra minúscula de buena voluntad hacia la preservación y la accesibilidad a una tradición y una historia al alcance del público”, piden los artistas.

Netflix y sus competidores emergentes, Amazon, Hulu, Disney+ y Apple, asoman en ese sentido como fuerzas de la naturaleza que cierran las puertas de la diversidad al cine. Las plataformas ya se “comieron” a las cadenas de tevé: “La televisión tradicional transmite su propio entierro”, llegó a decir The Hollywood Reporter después de los Emmy: el rating se desploma y, salvo excepciones, los espectadores jóvenes ya no registran los canales tradicionales. Lo mismo ocurre en Argentina.

Van por el cine

Y ahora, pareciera que tras robar los principales nombres de la tevé de cadenas (Shonda Rhimes, Chuck Lorre, Ryan Murphy) ahora va por el cine, contratando con su billetera sin fondo a los principales y más prestigiosos nombres (Cuarón, los Coen, que estrenaron el viernes su última película en Netflix, hasta Orson Welles, cuyo filme póstumo está en la plataforma). Y todo para mostrarlos en una pantalla chiquitita.

Pero esta visión, afirman otras voces, responde a una idea extremista del cambiante panorama: después de todo, la mayoría de nosotros creció mirando los clásicos del cine en VHS gastados, en televisores de tubo, y casi no teníamos acceso al nuevo cine del resto del mundo o a su pasado, más allá de la limitada oferta de los videoclubes.

NO TAN APOCALÍPTICO

Uno de los defensores de esta noción menos apocalíptica es el cineasta David Cronenberg: “Hace muchos, muchos años, que no voy a una sala”, disparó el director de 75 años en Venecia, la misma Mostra que premió a “Roma”, de Netflix. “No me importaría ver de nuevo ‘Lawrence de Arabia’ en un iPhone o un Apple Watch. Puede ser una película diferente, pero seguro que interesante”, dijo el realizador, para quien es más importante la distribución mundial que puede ofrecer una plataforma audiovisual como Netflix, que mostrar una película en unas pocas salas.

Esta nueva forma de distribución “pone en cuestión la naturaleza del cine”, reconoció el director de “La Mosca”, para quien algunos colegas hablan de “la nostalgia de los viejos tiempo del cine” cuando hacer una película era una experiencia comunal “y casi religiosa”.

“Almodóvar habló de la sacralidad del cine. Creo que tienes que ser católico para creer eso”, disparó Cronenberg, para quien la experiencia del cine en casa tiene también ventajas. “Cuando la gente dice que hay que llorar por el cine, yo creo que hay que pensar que las cosas cambian, se transforman”.

Es un mundo nuevo el que está naciendo. Quizás, en una era donde con o sin Netflix las salas están abarrotadas de películas de superhéroes, los otros cines se transformen en una alternativa “gourmet”. Quizás el verdadero peligro sea que eso produzca una reducción en las miradas y lenguajes con las que se eduquen nuestros hijos: el cine, después de todo, nos enseñó a besar, a bailar, fue parte de nuestra educación sexual, construyó nuestros deseos. Sin embargo, para quien desee ampliar sus horizontes cinéfilos, nunca fue más fácil, y quizás las plataformas ofrezcan una ventana global para nuevas experiencias.

Lo que parece una certeza es que una vez más, estamos ante agoreros que vaticinan el final de la pantalla grande. Pero esta es apenas la última muerte del cine, que ha sobrevivido a una larga serie de supuestas catástrofes, crisis económicas, transformaciones estructurales. Y quizás nos pongamos religiosos, como decía Cronenberg, pero a esta altura, tras tantas muertes anunciadas y gracias justamente a filmes como “Roma”, el cine, más que moribundo, asoma inmortal.

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