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Recuerdos de un sobreviviente del hundimiento del ARA General Belgrano

Recuerdos de un sobreviviente del hundimiento del ARA General Belgrano

RAÚL PESSACQ
Por RAÚL PESSACQ

2 de Mayo de 2019 | 02:56
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A las 16 hs. del domingo 2 de mayo de 1982, -hace hoy 37 años- el crucero ARA General Belgrano fue torpedeado. Una hora después se había hundido. Murieron 323 de sus 1.093 tripulantes, que desde entonces descansan en la digna tumba de las aguas argentinas. Pocos minutos después, a las 16,50 el cabo sergundo artillero, Carlos Buscaglia ya estaba en el reducido espacio de la balsa donde viviría junto a otros veinte camaradas, veintiocho horas que fueron las primeras de una nueva vida.

Recién ahora le ha ido rondando la idea de que este es el momento de relatar algo de aquellos momentos, casi escondidos, nunca olvidados, como el compañerismo y el patriotismo de los tripulantes, y el orgullo que la armada argentina le había originado desde que se alistó tres años antes, cuando apenas tenía veinte años.

Ese día, cuando Carlos Buscaglia acababa de tomar la guardia en el puesto de control de tiro, “el puente del Almirante”, el barco se estremeció: el primer torpedo había hecho impacto. Poco después, cuando lo hace el segundo, sale despedido contra un mamparo. El Crucero, herido de muerte, comienza a escorar rápidamente ya que habían desaparecido 20 metros de un costado de la proa. Lo que sigue es el relato de aquella tarde de honor, dolor y gloria.

“Con mucha calma y control me pongo el chaleco salvavidas y bajo a cubierta, que ya estaba siendo barrida por el agua. Me ubico en el puesto indicado por el zafarrancho de abandono, que era el punto más alto de la nave debido a la rápida escora del lado de babor donde habían impactado los torpedos.

“La cubierta era un gentío. Los hombres, algunos cubiertos de combustible, otros quemados o heridos pero sin pánico y cada uno cumpliendo con las instrucciones, estaban listos para la evacuación.

“El Capitán fue el último en dejar la nave, cuando estuvo seguro de que todos los tripulantes la habían abandonado”

 

“La orden de abandono fue dada a las 16,25. Nos agrupamos para desembarcar, se tiraron los contenedores al mar para que soltaran las balsas, que se inflaron al caer. También se desplegó una red de desembarco, pero por la gran inclinación del lado de estribor, opuesto al de los impactos, solo se podía utilizar hasta la mitad, desde donde había que lanzarse hacia la balsa cuando las olas la subían. Entonces había que entrar rápido mientras el oleaje bajaba para que cuando las olas la subieran, otro tripulante se pudiera lanzar. Algunos lo hicieron sin suerte y cayeron al mar. Marino por marino, así fue el abandono del Crucero, mientras a lo lejos apenas se divisaban los dos barcos escolta.

“Cuando quienes habían logrado subir a las balsas no podían cortar la soga que los unía al barco, fue en su ayuda el suboficial que acompañaba al comandante Héctor E. Bonzo, quien la cortó desde la cubierta. El Capitán fue el último en abandonar la nave, solo cuando estuvo seguro de que todos los tripulantes lo habían abandonado”.

El ARA General Belgrano se hundió noblemente, con una vuelta de campana, y en su descenso no arrastró a ninguna de las 72 balsas en las que se salvaron más de setecientos tripulantes. Fue despedido por los emocionados saludos “Viva el Belgrano” y “Viva la Patria” de todos los marinos y en las siguientes horas se desencadenó un gran temporal con fuertes vientos y olas de diez metros que movían las balsas sin descanso. “Tuvimos que cortar la amarra que nos unía al tren de tres balsas, porque el oleaje había arrojado una encima de nosotros y entonces cada una quedó librada a su suerte”.

“Solo teníamos la luz de una linterna que el suboficial a cargo utilizaba en forma intermitente. A oscuras, en orden, con mucho frío, mojados, pero sin pánico, comenzamos a pasar la noche, desagotando el agua de la balsa. Yo tenía las piernas en el agua, por lo que se ennegrecieron, al igual que sucede con el “pie de trinchera”. Quizá por el stress, no por heridas o hipotermia, murió uno de los veinte tripulantes. Luego, cuando se hundió una balsa cercana, rescatamos a dos marineros.

“Nos sentíamos desamparados del mundo, no podíamos hacer nada, nada estaba a nuestra voluntad, era la plenitud de la nada. Pasó la noche y al amanecer amainó la tormenta pero no el viento, y seguimos al garete hasta que al mediodía se avistó un avión Neptuno. Supusimos que nos había ubicado y que nos rescatarían. Nos invadió la alegría y alguien propuso que rezáramos el Padre Nuestro. En esos momentos de soledad y abandono se recurre a Dios. Luego cantamos el himno.

“A eso de las 17 hs, divisamos un barco y ya supimos que pronto seríamos salvados, pero eso ocurrió recién cerca de las 20 hs. Debíamos cortar el techo de la balsa para poder salir, pero por falta de una navaja nos debieron ayuda, y pudimos salir en orden y con disciplina. A partir de ese momento, el lunes 3 de mayo a las ocho de la noche, cuando nos rescataron y salí de la balsa, comencé a recorrer otra vida.

“En el Aviso Gurruchaga, nos dieron una manta y un chocolate caliente que me quemó el esófago, por la diferencia de temperatura con nuestro cuerpo. El barco de rescate, que estaba repleto con más de cuatrocientos náufragos, nos dejó en el puerto de Usuhaia.”

Los argentinos reconocieron y distinguieron a los sobrevivientes del naufragio del Crucero General Belgrano, lo que ahora permite esta respetuosa rememoración.

Podría decir Buscaglia, quizá representando a otros camaradas y compatriotas: “Realizamos la tarea para la que nos formaron, y nuestra porción de heroísmo fue la de haber tenido la voluntad de sobrevivir y de haber cumplido con nuestro deber”.

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