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Los mercados ayer no hablaron. Pegaron un alarido. Hoy, como dijo ayer el presidente Macri, la Argentina es más pobre. El dólar rondando los sesenta pesos, los papeles de los bancos nacionales que cotizan en Wall Street, con perdidas de hasta el 60 por ciento, una suba del riesgo país que supera el 30 por ciento, la Bolsa de Buenos Aires, con las cotizaciones por el piso y una nueva y pronunciada devaluación de la moneda argentina.
Todo, como consecuencia del resultado de las PASO, pero ayudado por un contexto de crisis económica de larga data y para la que no se encuentra el camino de salida.
Lejos está el país de enfrentarse a una crisis terminal, pero cierto es que meses difíciles se avecinan para la ya golpeada economía vernácula.
No hay una varita mágica que solucione las falencias y las debilidades de la Argentina sometida desde hace tiempo por un largo proceso de retroceso del que no es sencillo salir.
No ayuda tampoco el contexto internacional donde el ciclo de crecimiento está terminado. Mucho más complicado es el panorama para los países emergentes que no logran atraer capitales de inversión y a los que también se les complica ser atractivos para los fondos golondrina.
Confianza es, tal vez, la palabra clave que abre la puerta para los capitales extranjeros. Pero está visto que hoy por hoy, la Argentina no despierta confianza ni siquiera para los capitales locales.
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El oro -que no paga intereses- es hoy por hoy el refugio que busca cierto número de inversores. Los bonos del Tesoro de los Estados Unidos también resultan atractivos. La tradición de cumplimiento, pesa mucho a la hora de tomar decisiones, aunque sea ínfima la ganancia que otorguen esos papeles.
La Argentina necesita transformaciones. Profundas transformaciones que sirvan para aumentar la actividad económica privada y el consumo. Pero para conseguirlo, otra vez se deba hablar de confianza. Metas difíciles de alcanzar, cuando el Estado se devora el 50 % del Producto Interno Bruto.
No hay en el mundo antecedentes de países que hayan alcanzado aquellas metas en un marco de incertidumbre política, baja credibilidad y enorme gasto público.
El gobierno de Macri, desde sus inicios, creyó que por su actitud de apertura al mundo, vendrían capitales de inversión a la Argentina. Cayó en el error de no percibir que para obtener triunfos en ese terreno se necesita algo más que un discurso voluntarista.
Macri y su equipo económico creyeron que el camino a seguir era el que marcaba el gradualismo. Pero éste, sin profundas transformaciones y cambios estructurales, requería financiar el déficit con más endeudamiento. Esa vía ya no es posible.
Sin capitales de inversión -ni locales ni extranjeros- fue el Fondo Monetario Internacional el único prestador de fondos a la Argentina, que consiguió el mayor crédito stand by de su historia.
Pero como adolece la Argentina de una increíble falta de continuidad en sus políticas de Estado, los mercados suponen hoy que la aplastante derrota del oficialismo en las PASO del domingo, significan un grave riesgo.
Resulta obvio mencionar que, en tal estado de situación, carece el país de las herramientas necesarias como para aventar cualquier atisbo de crisis.
Tampoco puede ser tomado lo que ocurrió ayer como un “shock”. Es, más bien, el resultado de una lenta agonía de la que se necesitarán años para salir.
Las estadísticas oficiales que miden la pobreza y la miseria, acercan al país a una situación similar a la que vivía Estados Unidos durante la crisis de 1.930.
A los del Norte les llevó al menos una década escapar de aquella situación.
La Argentina hace cuatro años eligió un camino, pero el domingo votó por otro. Hoy, el GPS dice que el país está recalculando. Los mercados, se sabe, no pierden tiempo en esos detalles. Y mientras aquí sigamos a los tumbos, afuera continuarán los alaridos. Habrá que ver si esos gritos son escuchados, o nos tapamos los oídos.
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