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David Crary
NUEVA YORK
AP
En esta era de cervezas artesanales y happy hours por todos lados, cuesta pensar que hace 100 años se prohibió en Estados Unidos la producción y venta de todo tipo de bebidas alcohólicas, una medida motivada en parte por el temor a la inmigración.
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La época de la Ley Seca, que duró desde enero de 1920 hasta diciembre de 1933, es vista hoy como un experimento fallido, que lejos de erradicar el alcohol popularizó su consumo en forma ilegal.
El estadounidense consume hoy más alcohol per cápita que en la época que dio lugar a la Ley Seca, cuando los impulsores de la prohibición del alcohol plantearon que el consumo excesivo de bebidas alcohólicas arruinaba la vida familiar. Más estados están legalizando la marihuana, a menudo citando como ejemplo lo ocurrido con el alcohol. Muchos de los bares clandestinos que funcionaron en los años 20 siguen operando, beneficiados por una cultura que idealiza los días locos de la Ley Seca.
En una época de tensiones raciales, la experiencia de la Ley Seca ofrece importantes lecciones acerca de cómo las restricciones afectaban mayormente a los negros y a los inmigrantes. Ese trato discriminatorio hizo que muchos de esos sectores se incorporasen al Partido Demócrata, que fue el que alentó una abolición de la Ley Seca.
“La Ley Seca tuvo muchas consecuencias no buscadas, fue un tiro por la culata que perjudicó a la gente que impulsó esa ley”, dijo la profesora de historia de Harvard Lisa McGirr, cuyo libro “The War on Alcohol” (La guerra contra el alcohol) analiza las repercusiones políticas y sociales de la Ley Seca.
“Ayudó a movilizar y le dio el derecho al voto a hombres y mujeres que no habían sido parte del proceso político hasta entonces”, expresó. “Esa no fue la intención de los promotores de la Ley Seca”.
La aprobación de la Ley Seca en 1919 coronó un siglo de campañas a favor de la sobriedad. Sus promotores incluyeron la Unión de Mujeres Cristianas por la Sobriedad, la Liga Antibares y muchas congregaciones protestantes. Se criticaba el impacto de la bebida en las familias y se cuestionaba el prominente papel de los bares en las comunidades de inmigrantes.
La Ley Seca amplió los poderes del gobierno y convirtió a millones de personas en delincuentes. Brindó además una nueva fuente de ingresos al crimen organizado. La ley de 1919 prohibió la producción, venta y transporte de todo “licor que embriaga”, como se describía a las bebidas con un contenido de alcohol superior al 0,5%, incluidas la cerveza y el vino.
Desde el punto de vista estadístico, la Ley Seca no fue un fracaso total. Las muertes por cirrosis asociada con el alcohol disminuyeron, lo mismo que los arrestos por embriaguez en público.
Lo que las estadísticas no miden es cómo la gente ignoró la ley. Los contrabandistas crearon amplias redes de distribución. Proliferaron los productores de alcohol destilado ilegalmente y de “gin de bañadera”, que a veces distribuían bebidas contaminadas. La gente escondía la bebida en termos y bastones.
La McSorley’s Old Ale House, fundada en Nueva York en 1854 y que sigue operando, nunca cerró sus puertas durante la Ley Seca. En teoría ofrecía una cerveza con un bajo contenido de alcohol, pero en realidad producía una cerveza tipo ale fuerte que producía en el sótano.
“No era una cerveza liviana. Era una ale McSorley”, dijo el administrador del bar, Gregory de la Haba. “Al menos una vez a la semana la gente me pregunta, ‘¿qué hicieron durante la Ley Seca?’, y yo les respondo, ‘un montón de dinero’”.
Las autoridades nunca pudieron frenar la producción y el consumo de alcohol clandestino y el bajo mundo compraba jueces, políticos y policías para seguir operando.
Los agentes abocados a la lucha contra el alcohol “carecían de la capacidad, y a veces de la voluntad”, para combatir a los poderosos mafiosos detrás de este negocio, dijo McGirr en un reciente artículo.
Sería muy simplista decir que la Ley Seca facilitó el surgimiento del crimen organizado en Estados Unidos, pero no hay dudas de que alimentó una fuerte expansión de las bandas delictivas, que debían trabajar con las de otras regiones para crear redes de distribución y venta. Al Capone, por ejemplo, ganó decenas de millones de dólares con la venta clandestina de alcohol. En la Masacre del Día de San Valentín de 1929, individuos disfrazados de policías mataron a siete personas de una banda que quería competir con Al Capone.
Al margen de las bandas delictivas, cantidades de personas cometieron delitos por consumir alcohol. Michael Lerner, autor de “Dry Manhattan: Prohibition in New York City” (Manhattan seca: La Ley Seca en Nueva York), escribió que los tribunales y las cárceles estaban tan llenas que los jueces empezaron a conceder la libertad bajo palabra, “convirtiendo esa práctica en una norma jurídica por primera vez”.
El malestar con la inmigración fue uno de los fenómenos que impulsó la Ley Seca. Los bares de los barrios de inmigrantes fueron uno de los principales blancos de las autoridades, de acuerdo con el profesor de historia de la Slippery Rock University Aaron Cowan, porque los protestantes blancos de clase media los veían como una posible amenaza política y social.
“A menudo las maquinarias políticas que manejaban estos capos operaban desde estos bares”, manifestó Cowan. “Preocupaba la corrupción política, los cambiantes valores sociales, que los inmigrantes adoptasen políticas radicales”.
El arranque de la Ley Seca coincidió con una fuerte expansión del Ku Klux Klan, que apoyó la guerra contra el alcohol mientras libraba campañas contra la inmigración y el catolicismo, y realizaba actividades racistas.
La Ley Seca “ofreció al Klan una forma de legitimar su campaña americanista 100%, pues podía emprenderla contra quienes consideraba sus enemigos porque consumían bebidas alcohólicas”, dijo McGirr.
El factor económico contribuyó a la abolición de la Ley Seca. Si bien algunos promotores de la ley decían que beneficiaría la economía, ocurrió lo contrario. Se perdieron miles de empleos por el cierre de destilerías, cervecerías y bares. Los gobiernos perdieron miles de millones de dólares en impuestos a las bebidas alcohólicas y tuvieron que aumentar los impuestos para poder cubrir sus gastos.
La depresión de los años 30 aceleró la anulación de la Ley Seca, pues hacían falta nuevos empleos e impuestos. Los demócratas plantearon la abolición de la ley en su plataforma de 1932. Su candidato Franklin D. Roosvelt adoptó esa causa y logró una victoria abrumadora sobre el presidente en ejercicio, el republicano Herbert Hoover.
El centenario de la Ley Seca se produce en momentos en que se tiende a despenalizar la marihuana. Su consumo recreativo es legal en 11 estados y más de 30 permiten su consumo con fines medicinales.
La marihuana sigue siendo ilegal para el gobierno nacional, pero Ethan Nadelmann, fundador de la Drug Policy Alliance (Alianza sobre Políticas hacia las Drogas), afirma que la mayoría de la población cree que las cruzadas contra la marihuana son tan erróneas que evocan la época de la Ley Seca.
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