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Tebaldo Ricaldoni, uno de los más grandes científicos de la Universidad de nuestra ciudad, había desarrollado a fines del siglo XIX un sumergible con tecnología de punta, cuya donación fue desdeñada por Argentina, pero ávidamente adquirida por la Armada de Francia
El científico Tebaldo Ricaldoni logró el reconocimiento internacional
Hacia fines del siglo XIX y en el marco de una creciente tensión política internacional, las principales naciones se afanaban por poder diseñar navíos sumergibles como una innovadora arma bélica, pero los intentos se frustraban uno tras otro.
La marina de los Estados Unidos, ya cansada de no poder lograr ese objetivo, dispuso en 1889 llamar a un concurso internacional con un premio de medio millón de dólares, una verdadera fortuna, para la empresa o particular que diseñara un “buque submarino” cumpliendo inexcusablemente con 17 requisitos técnicos en el proyecto. Pero tampoco así se logró alcanzar el objetivo.
Mientras tanto, el ingeniero Tebaldo Ricaldoni, quien en 1880, con apenas 19 años de edad había obtenido su título en la Universidad porteña, trabajaba en varios inventos de diferente tipo y muchos de los cuales terminarían por contar con un amplio reconocimiento internacional.
Los planos del submarino
Entre esos inventos se encontraba el de un submarino al que jamás llegó a poner nombre.
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Cuando en 1897 se creó la Universidad Provincial de La Plata (nacionalizada en 1905), Ricaldoni se mudó a nuestra ciudad para hacerse cargo del área de ciencias físico-matemáticas. Y fue allí en donde sus ideas originales del submarino comenzaron a tomar vuelo con la característica saliente del proyecto, que incluía 27 inventos propios, todos dispositivos de seguridad para proteger la vida de los tripulantes. Pero no obstante, el navío contaba con innovaciones tecnológicas de avanzada que lo hacían único en el mundo, ya que superaba largamente los requisitos técnicos solicitados por Estados Unidos poco tiempo atrás.
Sus ideas originales sobre el submarino surgieron cuando era profesor en la Universidad
Ricaldoni ofreció en donación al ministerio de Marina argentino el proyecto de su submarino, pero la Armada nacional, aduciendo que nuestro país no tenía hipótesis bélicas que demandaran de un navío de esas características, no lo aceptó.
Hubo dos astilleros particulares que analizaron la posibilidad de construir el submarino de Ricaldoni pero no se llegó a nada concreto.
Lo que el gobierno argentino había rechazado como donación, se convirtió en materia de un inusitado interés por parte de las principales potencias internacionales, cuyos representantes en nuestro país estaban al tanto de las características del navío “platense” y sus amplias posibilidades de desempeñarse en el descomunal conflicto bélico que se avecinaba y que comenzó en 1914 conociéndose como la “Gran Guerra” o más comúnmente, la Primera Guerra Mundial.
El gobierno de Francia fue el que finalmente invirtió más dinero para comprar la patente del submarino de Ricaldoni, el que si bien estaba desarrollado con un criterio claramente defensivo, en Francia y con algunas adaptaciones se convirtió en un arma fundamental para los aliados en las batallas libradas en los mares europeos, ya que se fabricaron varias de esas naves.
Foto de la revista “Caras y Caretas” del año 1901, con el modelo de submarino construido en 1892
Simple y sencillamente, el “submarino Ricaldoni”, tenía, entre una de sus grandes innovaciones, el efecto de que la variación de la densidad de la nave se debía a cambios en el volumen, en lugar de ocurrir por modificaciones en el peso o por la carga de tanques de lastre.
Otros inventos del científico fueron añadidos al submarino, como el panoramoscopio, un periscopio de 360 grados de proyección, que permitía tener una visión completa de la superficie sin tener que girar ese instrumento óptico.
También Ricaldoni le sumó a la nave la boya de rescate de submarinistas de su creación, a la que denominó “Salvator”.
Tebaldo Ricaldoni, en pleno trabajo sobre una máquina
Una falsa quilla de lastre; un dispositivo “desvía-torpedos”; y hasta un modulador de radio que más tarde le obsequiaría a Guillermo Marconi, fueron otras características únicas de este submarino que en su época presentaba la más avanzada tecnología de punta, la que está reflejada en la documentación original del proyecto de embarcación submarina, que se exhibe en el Museo de la Escuela Naval Militar en Río Santiago.
De acuerdo a ese proyecto, el submarino tenía una eslora de 40 metros, 4.8 metros de manga, y su propulsión la proporcionaba un motor eléctrico alimentado a baterías de cloro-cromov. La velocidad obtenida era de 15 nudos a flote, 12 nudos a flor de agua y 8 nudos bajo el agua, y podía marchar 30 horas a flote y dos horas sumergido. La construcción era en hierro laminado con cuadernas en forma de T, y en una de las versiones el espesor de las cuadernas era variable, disminuyendo a proa y popa, para optimizar el peso y su distribución.
Tebaldo Jorge Ricaldoni, nacido en Montevideo el 24 de mayo de 1861 y fallecido en La Plata el 23 de septiembre de 1923, se radicó en Argentina a los 15 años de edad; escribió 38 tratados científicos, fue el primer doctor en ingeniería de Latinoamérica y recibió una gran cantidad de premios y distinciones en muchos países.
Otros de los numerosos inventos que se deben a Ricaldoni fueron las pilas de cromo y un modulador de ondas que permitía comunicar dos o más telégrafos de manera inalámbrica, invento anterior al de Marconi pero que el científico de nuestra ciudad no patentó.
A uno de sus inventos lo destruyó luego de su primera prueba detrás del Colegio Nacional por su poder destructivo
También se destacó su “pincel de fuego”, un dispositivo de gran poder destructivo que el científico destruyó luego de su primera prueba realizada detrás del Colegio Nacional por calle 50 y ayudado por sus alumnos a quienes prohibió divulgar ese arco de fuego que podía perforar en milésimas de segundos una gruesa madera a gran distancia.
Tebaldo Ricaldoni compró 2.761 instrumentos de demostración de física a una empresa alemana
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