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Policiales |OCURRIÓ EN LA PLATA

Topacio está viva y su historia nunca contada es puro dolor, injusticia y esperanza

La chica fantasmal de las botas largas es una mujer que va a cumplir 51 años. Sobreviviente del lado oscuro de una ciudad que no ha hecho más que darla por muerta

Topacio está viva y su historia nunca contada es puro dolor, injusticia y esperanza
Hipólito Sanzone

Hipólito Sanzone
hsanzone@eldia.com

4 de Abril de 2021 | 03:27
Edición impresa

“Más golpes que caricias, más llanto que risas. Así te resumo la vida de La Topacio”.

Se llama Gabriela Edith Hernando y nació el 4 de julio de 1970 en Los Hornos. Pero cuenta que se ha mudado tantas veces, que han sido tantos los barrios que ha pisado, que a esta altura no le queda rincón de la Ciudad que no sea capaz de describir.

“Si hasta llegué a vivir en un departamento en 53 entre 2 y 3, justo arriba del que era ministro de Seguridad, Juan Pablo Cafiero”.

Pero muchas veces esos domicilios no le fueron propios, ni siquiera prestados. Porque tiene interminables noches de dormir en plazas, construcciones a medias o, como cuando recién se fue de su casa a los 15 años, en los colectivos de la vieja línea 506 estacionados en la terminal del Cementerio y gracias a la generosidad de un sereno, al que recuerda como “un señor Barragán y su esposa”.

“Dormía calentita pero ni bien amanecía me tenía que ir para que no se dieran cuenta y se armara lío”.

EL MIEDO A LOS VIVOS

“Ningún muerto me hizo nada malo. Los que me hicieron mal siempre fueron los vivos”, dice, después de contar que más de una vez durmió en el Cementerio, acurrucada en la oscuridad de los pasillos, entre los panteones.

Gabriela cree que tanto maltrato pudo haber tenido que ver con que haberle tocado ser la única con diferente padre entre siete hermanos. Al suyo, al biológico, no lo conoció. Y aunque habla con afecto de dos de sus hermanos varones, uno ya fallecido, dice que esa parte de su vida prefiere olvidarla.

Se le vienen a los ojos momentos tan dolorosos que no puede evitar llorar y arrancar lagrimones a quien la escucha.

“Desde que tengo memoria, a los seis años, mi vida han sido más golpes que caricias, más llorar que reír. Cuando me hice señorita y le fui a decir a mi mamá que hacía pis con sangre, vino mi padrastro y me agarró a cintazos”.

EL OTRO MUNDO EN PLAZA MORENO

Hoy Gabriela trabaja como empleada de limpieza en La Plata y en Magdalena. Y comparte la vida con su madre. Y se declara “una persona feliz, porque se puede, como se puede vencer al frío y al hambre y porque en la calle no solamente me crucé con malas personas. Porque hay muchas de las otras”.

Sobreviviente de una niñez sin defensa, sin nadie que le pusiera freno al maltrato, Topacio reflexiona: “La verdad es que yo a mi mamá no le tendría que dar ni la hora. Pero es mi mamá, tiene 78 años y me queda poco tiempo para disfrutarla. Y hoy mi felicidad es poder tomar un mate con ella”, dice, y no se le nota el más mínimo registro de resentimiento por lo que cuenta haber vivido.

Los que saben interpretar estas cosas dicen que el mito de “la sangre es la sangre” recubre una forma de negación; el necesitar creer que todos los padres aman a sus hijos, aunque a veces se los tiren a las fauces de cualquier fiera suelta. Como sea, a Topacio hoy la hace feliz abrazar a su mamá y eso nadie puede quitárselo.

A los 17, tres tipos la violaron. Y en esa noche oscura está el secreto de las botas largas

 

Cuenta que cuando dejó su casa, a los 15 años, recién ahí conoció Plaza Moreno.

“Me parecía que estaba en otro mundo”, recuerda.

Hoy dice que le da lo mismo que le llamen Gabriela o Topacio, aunque deba admitir que esa, “La Topacio”, la flaca de pollera muy corta y botas bucaneras que cruzaba con sus misterios las madrugadas platenses, ya no está.

EL DOLOR EN CARNE VIVA

“La ropa que usaba entonces hoy no me entra ni en una pierna”, bromea, pero no deja de marcar territorio: “Igual, La Topacio sigue siendo La Topacio”, insiste, en la tercera persona que le encanta usar.

El maltrato que sufrió no se agotó en los golpes. También en un abandono brutal que hizo que recién hace un año y por una decisión que la enorgullece, pudiese terminar la escuela primaria.

“Ahora me quiero anotar para el secundario y después, quien sabe. Mi sueño es ser maestra jardinera”, confiesa y cuenta que su amor por los niños tiene que ver con uno de los lados más oscuros de la vida que le tocó.

“Tuve un hijo, Lucas, que se me murió a los seis meses”, es el título de una historia que de tanto que le duele no quiere contar, pero que más adelante revela.

Y afirma que a mediados de los 90 se casó con un hombre que empezó bueno y terminó malo. Parecía que iba a ser posible el sueño de la familia, de la casa y de los hijos. Él trabajaba en la producción de autopartes de la planta Sevel de la Ruta 2 y ella lo acompañaba como personal de limpieza. Un día a él le ofrecieron ser camionero y aceptó. Se mudaron de la Ciudad y anduvieron por Córdoba y Mendoza. Cuando Lucas tenía seis meses él le pegó tanto que ella cayó por una escalera con el bebé en brazos. Y fue, dice, el peor final.

Y que por su vida pasó de todo, hasta un intento de quitarse la vida cuando se tiró debajo de un 561 en la puerta del Cementerio.

UNOS MALDITOS POLICÍAS

Su historia de malas noches, dice, mucho ha tenido que ver con la Policía, o, para ser justos, con algunos policías.

“Nunca les di el gusto de firmarles el acta para reconocer que ejercía la prostitución. Nunca, porque nunca me agarraron con un tipo arriba de un auto, ni en el Bosque ni nada raro. Yo caminaba por la calle, por el medio, para tener más espacio si tenía que escapar de ellos o de alguno que me quisiera hacer algo malo. Y los taxistas, algunos, eran mis amigos, mi familia. Por uno de ellos llegué a organizar una rifa para que pudiera operar al hijito. Salvo dos o tres personas la policía ha sido muy mala conmigo. Es cierto que mucha gente creía que yo era cana porque muchas veces ellos me pedían que trabajara, que les contara cosas de lo que veía y oía en la calle. Y como yo me negaba me llevaban presa, me querían empapelar con lo de la prostitución. Lo que yo hice lo hice porque quise, cuando quise y con quién quise. Y cuando necesité plata limpié casas, negocios, autos y si hasta fui personal de Seguridad en la agencia de una persona que me ayudó, que me dio un uniforme y un handy, me llevó a la puerta de un salón de fiestas donde había un casamiento y me dijo vos quedate acá y avisá si ves algo raro. Me han dicho que llevaba drogas en las botas y una vez a un policía le dije: ‘esta es mi droga’ y saqué un atado de Marlboro y el tipo de bronca porque le tomé el pelo, me los sacó y se los fumó”.

Y dice: “Conozco la noche como la palma de mi mano pero nunca me sentí prostituta. ¿O la señora que vive en el country y sabe que el marido la cuernea pero se queda en el molde para seguir viviendo en el country, qué es?”.

LA GENTE BUENA

De gente buena y gente mala que ha pasado por su vida, Topacio dice poder escribir “un libro así de alto”. Y recuerda a Gilda, una médica del Gutiérrez que sacaba plata de su bolsillo para que se comprara las vitaminas.

Recuerda con afecto al legendario cantante y showman platense Rubén Alippi porque asegura que “siempre fue bueno conmigo, me daba trabajo de limpieza. Lo quise mucho, fue un gran amigo. Me insistía en que me cortara el pelo y se lo diera para hacerse una peluca y yo cada vez que tenía algo de plata iba a El Volcán y le compraba sandwiches de miga, porque le encantaban”. Y también tiene un pasaje de afecto para el conocido pizzero Carloncho que “me pagaba para limpiar los baños y a veces el salón”.

Hincha de Boca pero con lugarcito en el corazón para el Lobo, Topacio cuenta que fue conductora de un programa de radio, ocupación impensada para alguien como ella. Pero pudo hacerlo y quién sabe si no mejor que más de uno o de una.

“Se llamaba Cautivos en la Madrugada, en la FM Cualidades que estaba en el 93.9 y era de Alippi que me cobraba 150 pesos la hora. Pasábamos música melódica y yo hablaba un poco de todo, de la vida, de las cosas que decía la gente que llamaba a la radio. Yo iba por los negocios a buscar publicidad. Un hombre de una pizzería, creo que Rick se llamaba, en el barrio del Cementerio, me daba cuatro pizzas para sortear pero yo sorteaba dos y las otras dos se las ragalaba a unos pibes que venían a pedir a la radio que quedaba en 66 y 145”.

CORTADO SUAVE Y TRES SALADAS

En ese ir y venir entre la gente buena y de la otra, vuelve a llorar cuando se acuerda del día en que se enteró que había cerrado para siempre uno de sus lugares en mundo: el bar El Parlamento.

“Los domingos a la mañana, sin dormir, me iba a desayunar y Manolo, don García y Tomás me tenían listo mi café cortado suave y mis tres mediaslunas saladas”.

Se le llenan los ojos de lágrimas cuando recuerda que “el gallego” la daba siempre el mismo saludo: “hola, eres tu, Paloma que vuelas de aquí para allá”. Y que por eso algunos le decían Paloma.

“Gente buena, como La Rusa del quiosquito en la ventana que daba a 7 y 51 o Gonzalo, que ahora tiene un kiosco por 19 y 38 y a veces paso a saludarlo. Gente buena que no discriminaba, que no juzgaba, que no se ponía a decirte lo que está bien o está mal y que si te podía ayudar, te ayudaba”.

Dice que el injustamente “temido” Jonny, otro personaje de la noche, solía ser su protector en Plaza Italia.

“Una vez me regaló uno de sus anillos y me compraba de esos pebetes gigantes de salame y queso que hacía Aníbal en el supermercado de la esquina. Aníbal también fue otra gran persona que me ayudó”, dice.

“La Topacio de las piernas lindas, que anduvo por todos lados con la frente alta”, se define hoy, a la distancia.

LA NOCHE MÁS OSCURA

Cuenta que a los 17 tres tipos la violaron. Que uno era policía y que la golpearon tanto que le dejaron las rodillas a la miseria. Que ese día se juró que nunca más nadie le tocaría un pelo sin su consentimiento. Y que se iba a defender hasta el último aliento. Por eso, dice, “tengo tantas palizas encima por haber dicho que no, cuando quería decir que no”.

Topacio mira a las estrellas y sonríe. “Yo no creo en la Iglesia, pero creo en el Barba porque él ve todo y sabe bien a quién tiene que castigar. Acá abajo no hay ni ley ni justicia”.

Cuenta que las rodillas machucadas son la causa de las “famosas” botas bucaneras y que durante años se las compró en una zapatería de 8 y 54, donde hasta alguna vez se las mandó a hacer a medida.

“Todavía las tengo, las famosas botas de La Topacio. Pero ya no me las pongo”, vuelve a sonreír.

De tantas veces que la imaginería popular la dio por muerta, cuenta que una vez “al final casi la pegan”.

“Una tarde iba a limpiar un local y en 7 y 74 y me quedé sin aire. Fumaba cinco atados de Marlboro por día y a veces más. Me caí en la calle y alguien llamó a una ambulancia. Cuando dejé de fumar engordé 19 kilos y ahí se empezó a ir La Topacio, la flaquita de las botas largas”, dice con la gracia y la suficiencia de los sobrevientes.

Al final tenía razón Eva, la señora que en el muro de Historias y Recuerdos de la Ciudad de La Plata aseguró que Topacio no había muerto, que era una mujer como de 50 años y a veces la veía en el Bingo, vestida de jogging.

“A veces voy, sí. A entretenerme más que a jugar”, y jura acordarse de Eva y la pizzería de su esposo a los que no duda en poner en la lista de la gente buena que la trató bien.

LA REINA DEL POOL

La noche la convirtió en una filosa jugadora de pool “por plata” y cuenta que una vez, en un salón de 7 entre 33 y 34 le ganó una moto a un sujeto que no se resignaba a que no, era no.

“Le dije bueno si ganás, me voy con vos y si perdés me llevo la moto. Y le gané la moto, una Zanelita 50”.

“Nunca probé la droga ni el alcohol. Ni pude darle un sorbo a un vaso de whisky y es el día de hoy que me mata de curiosidad de cómo será el tequila. Pero no me animo”.

En el lugar donde nos encontramos para la entrevista y tomar una naranjada y un licor de café, cerca del Bosque, cuatro pibes jugaban pool. Topacio no pudo resistir acercarse a la mesa y darles algunos “tips” como le dicen ahora a los consejos para asuntos livianos como sacarle el amargor a las berenjenas o un poco más pesados, como avisparse si alguien está siendo infiel.

Los pibes se quedaron mudos, como extasiados.

“Yo jugaba a definir la bola negra por banda, ese era mi fuerte”, cuenta. Y explica que “definir la negra por banda” es como en el fútbol hacer que solamente valgan los goles de taquito.

Abre una caja imaginaria de recuerdos de donde sale un médico que se le enamoró tanto que le quiso regalar las “lolas” y un supuesto diputado que una tarde, en una mesa de El Parlamento, le propuso el sospechoso plan de acompañarlo a Madrid.

¿Y por qué Topacio o a veces Paloma? El secreto también se devela

 

¿POR QUÉ TOPACIO?

¿Y por qué Topacio? Es la pregunta que hace burbujas en el tintero de la nota.

“Había un taxista, el nombre me lo guardo, que insistía tanto que para sacármelo de encima le decía bueno, está bien, nos encontramos mañana a las 11 de la noche en 7 y 56. Y yo no iba. Y así lo tenía siempre. Hasta que un día no sé por qué me paró y me dijo: Topacio, la que da cita pero no va. Y otro día me regaló una piedrita de topacio”.

Buena cocinera, especialista en tucos, fanática del 223 de Direct TV porque dice que pasan casos reales que a veces la hacen llorar, jura que podría volver a ver una y cien veces la película de Benjamín Button, la historia del hombre que nació viejo y murió bebé.

“Una vez me fui de Oggi (un boliche de 50 entre 7 y 8) sin pagar el café y me volví desde Barrio Aeropuerto. El dueño me retó, me dijo que yo estaba loca, que no tendría que haber vuelto a pagar. Así fue mi vida: nunca le debí a nadie, nunca robé, nunca engañé. Todo lo que tuve me lo gané trabajando. Mi primer sueño cumplido fue un grabador usado que me compré en la Casa de los Grabadores de 7 entre 57 y 58. Con eso escuchaba mi música, mi verdadera droga si es que tanto han dicho que yo consumía o la vendía. Mi música melódica, José Luis Perales, Valería Lynch a la que un día quisiera ver antes que deje de cantar, igual que a Arjona. Me acuerdo cuando junté peso sobre peso y me pagué la entrada a Deportivo La Plata cuando vinieron Los Pimpinela”.

AMORES MALOS

Cuando tenía 17 se enamoró de Alejandro, un chofer de la 520 que tenía 40. Y no prosperó. Y allá por el 92 conoció al que define como “el gran amor”. Hugo, un heladero de la calle 12 que le rompió el corazón porque el tipo tenía una novia, encima embarazada.

“Puta, travesti, que vendía drogas, que era buchona de la cana. Han dicho tantas cosas de mi, sin conocerme. A los 21 decían que tenía SIDA. Hoy tengo 50, imaginate dónde estaría si a los 21 hubiese tenido SIDA”.

A los 14 su padrastro le dio la cara contra el filo de un piletón y le bajó media dentadura. Esa marca sería en adelante su sello de dolor en carne viva. Pero muchos años después, cuenta que fue a ver a un mecánico dental “porque cobraba menos que un dentista” y se hizo una prótesis. “Me cobró 15 australes”, recuerda con la gracia del que hizo una travesura. Y admite que le gustaría volver a tener aquellas “paletas” de la adolesencia.

“Mis botas bucaneras no tenían nada que ver con la película Mujer Bonita. Y a mí no me gustó. Esas son ilusiones que no se dan en la vida real”, dice, en franca crítica.

Hoy vive en uno de los barrios de frontera entre La Plata y Berisso. Donde la conocen todos y la saludan con afecto. Ya no devuelve el “chau Topacio” con una sonora puteada. Ahora es una sonrisa, algo cansada, pero sonrisa al fin.

“Los hombres no son todos iguales, pero cuesta confiar en ellos”, dice, cuando se le pregunta en qué modo anda hoy su corazón.

“Yo, igual, nunca voy a dejar de soñar con tener una familia, como cuando era chiquita. Todo lo que me pasó ya no me importa porque sobreviví. Les gané a todos, como en el pool”.

El topacio es un silicato de aluminio y flúor. Se dice que el topacio ayuda a canalizar la energía del amor y de la curación, abrir el conocimiento y la energía de la luz.

No hay más que decir, entonces, Gabriela Edith. No por casualidad a ese taxista misterioso se le ocurrió lo del Topacio.

Paloma de la noche de una ciudad impiadosa. Le guste a quien le guste ella les ganó a todos.

Y con el lujo de la bola negra a tres bandas.

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Jugadora de pool en la noche pesada de la ciudad, “me dieron tantas veces por muerta que una vez casi la pegan”

“La Topacio de las botas largas se empezó a ir cuando engordé 19 kilos”, cuenta Gabriela Edith

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