“Salir del clóset”: los miedos y el coraje de revelar el propio deseo

“Salir del clóset” es una expresión que surgió de la unión de otras dos en inglés - “to come out” y “skeleton in the closet”- y alude al proceso por el que pasan las personas LGBTQ+ hasta aceptar su orientación sexual o identidad de género, y compartirlo sin tapujos (ver aparte). Tiene hasta un Día Internacional, el 11 de octubre, para visibilizar la diversidad y ayudar a aquellas personas que, por distintos motivos, no pueden dar ese paso. Para ser justos, son muchos pasos. O mejor, un camino.

Este modismo se tradujo a casi todos los idiomas y se popularizó fuertemente a partir de los ‘90, tanto, que hoy se empieza a usar para revelar el deseo de confesar todo aquello que la vergüenza se empecina en mantener oculto. Es que la metáfora proviene originalmente del psicoanálisis, en alusión a la parte subconsciente o inconsciente de la mente, que ‘guarda’ sus recuerdos a largo plazo, pensamientos indeseados y conflictos sin resolver.

“Desde mi experiencia profesional, la norma social está enfocada hacia lo heteronormativo y el descubrirse con una identidad sexual que no va en esa línea, implica la mayoría de las veces un conflicto interno. Luego, cómo se transite el proceso de aceptación y asunción de cada quién, dependerá de múltiples factores, red de apoyo, educación, recursos personales, características de personalidad, grupo de pertenencia, etcétera”, explica la psicóloga Noelia Viñas Núñez.

En un momento en que la diversidad sexual se supone socialmente aceptada, la expresión “salir del closet” parecería perder sentido, por lo menos para los jóvenes que han crecido sabiendo que no hay nada que ocultar. Sin embargo, aclara Viñas Núñez que “no necesariamente es más fácil para las nuevas generaciones. Sí es diferente, porque el contexto social y los discursos actuales sobre la homosexualidad han variado; no obstante conviven discursos nuevos y otros bastante antiguos y obsoletos. Aún hoy figuras públicas, e incluso de la política en nuestro país siguen fomentando que la homosexualidad es una enfermedad. La OMS (Organización Mundial de la Salud) la dejó de considerarla una enfermedad psiquiátrica recién en 1990”.

“En psicología tenemos una frase de cabecera: ‘Siempre hay que atender el caso por caso’; es una advertencia y a la vez es un enfoque ético que nos evita homogeneizar experiencias. Entiendo que ni a todos los jóvenes se les da ‘natural’ hablar sobre la propia sexualidad, ni para todas las personas que ‘han salido del clóset’ en otras épocas tiene que haber sido una experiencia traumática”, resalta la profesional.

Las historias de primera mano lo confirman.

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“Como si me sacara una mochila de 200 kilos”

Nicolás, de 42 años, es diseñador gráfico y docente. Nacido y criado en una familia de profesionales, sabía que sus padres no podrían tomar a mal su orientación sexual, porque su hermano tres años mayor ya se había declarado homosexual sin que ello generara un conflicto familiar. Sin embargo, su adolescencia resultó una etapa de “negación y angustia”, recuerda, en parte porque “no entendía bien qué me pasaba”, y sentía la presión de revelar puertas adentro de su casa que él también era gay.

“Tengo una imagen tremenda”, cuenta, aludiendo a aquellas tres madrugadas que estuvo a punto de levantarse de la cama para ir a hablar con sus padres. En una ocasión lo hizo, a las 3 de la mañana, pero se quedó “cinco minutos parado frente a la puerta de la pieza de mis papás y no pude. Me volví a mi pieza y ellos nunca supieron esto”.

Atravesó algunas situaciones de bullying durante el secundario: “Me cargaban porque yo estaba mucho con las chicas. Nada extremo, pero no estaba bueno tampoco”. Y con el arranque de la etapa universitaria, en 2001, se profundizó la certeza, pero también la angustia. “Una mañana del año 2002, yo tenía 20, estaba en mi casa y exploté. Empecé a llorar. Estaba con mi mamá y le conté lo que me pasaba. Me abrazó, me preguntó desde cuándo sentía esto, si estaba seguro; preguntas que por ahí uno no debería hacer, pero es lo que le salió y yo sentí un alivio tremendo. Es que no lo había hablado ni con mis amigas”, revela. Tampoco con su hermano.

Su padre tuvo una actitud parecida: “Me dijo que no me sintiera mal, que ellos solamente querían que yo fuera feliz y esa misma noche fui a la casa de mi mejor amiga de ese momento para contarle. Fue una sensación increíble, como si me sacara una mochila de 200 kilos”.

Asegura Nicolás que en poquitos días se volvió “otra persona”, sin esa angustia que se le había vuelto obsesión. Encima, comparaba su proceso con el de su hermano mayor, que había sido “súper natural. Él lo vivió con felicidad”. Poco después empezó a chatear con algunas personas y la primera con la que se encontró terminó siendo su pareja durante siete años. “El saldo fue súper positivo y también una aceptación familiar inmediata”, cuenta. Aunque la relación terminó, siguen siendo buenos amigos. Actualmente está casado y celebra que cada vez más adolescentes puedan vivir su elección sin angustia, ni hostigamiento. Uno de sus alumnos está transicionando “y está súper integrado y naturalizado. Nada que ver con lo de los ‘90”, compara.

“Con mi padre nunca pude hablarlo”

Carlos tiene 44 años, es reciclador de ambientes y administrador de airb&b. “Salí del closet cuando en una sesión psicoanalítica tomé consciencia de que mi inclinación homosexual era irreversible. Esto fue a los 20 años, cuando, a escondidas de mi familia, iba a terapia con el único fin de encontrar contención y una solución a mi problema”, relata. Admite Carlos que “hasta entonces inconscientemente vivía con la absurda esperanza y el deseo de que todo en mi cabeza se acomodara, de tal manera que mi existencia no interfiriera con las expectativas que mis padres tenían puestas en mí. Vivía con la pesada mochila del ocultamiento, porque desde la pubertad (sexto grado de la primaria) notaba que mi deseo sexual era hacia las personas de mi mismo sexo”.

A esa misma edad tomó la decisión de “cargar solo con esa angustia y ocultársela a mis padres”, dice, “porque en casa solo se hablaba de homosexualidad como una perversión y una enfermedad. Los comentarios homofóbicos eran constantes”.

Carlos no tiene dudas de que la terapia le “cambió la vida” porque se permitió vivirla con menos culpas, conocer a personas en su misma situación y formar por primera vez pareja.

Está convencido de que la salida del closet suele darse en etapas: “Yo de algún modo me conformaba con tener pareja y amigos gays, pero ante mi familia y el resto de la gente seguía ocultando mi vida privada. Recién a los 40 años tomé el coraje de hablar del tema con mi madre. Con mi padre, jamás”.

“Lo conté cuando supe que era digno de contar”

La historia de Mariano es bastante particular, porque este psicoterapeuta de 43 años fue heterosexual hasta sus 27, cuando tuvo su primera experiencia con otro hombre.

“Lo conocí en un grupo de teatro”, cuenta, y le llamó la atención “lo resuelto y claro que tenía todo”, aunque fuera “bastante más chico que yo”. La amistad se dio de manera bastante natural, y aunque “como digno hijo de los ‘80” -apunta-, a Mariano lo aterrorizaba la “cuestión de la salud en las prácticas sexuales”, no tardó en darse cuenta de que le “pasaban cosas que no me habían pasado antes; o no había sido consciente”.

Comenzaron así una relación que duró poco más de un año e incluyó la presentación formal de Mariano en la familia de su pareja, vacaciones compartidas y “las aventuras de ir para todos lados juntos”. Reconoce que, aunque él experimentó este proceso a fines de la década de 2000, “todavía quedaban resabios de tener que elegir con mucho cuidado a quién contarle” algo tan íntimo y personal, pero aclara que nunca “padeció” lo que claramente era una limitación.

El final de esa relación “fue tremendo para mí”, admite Mariano, porque se había “acostumbrado a una vida de pareja, de amor, de planes y encima con un flaco. ¿Cómo replicaba todo eso, con chicas?”, se preguntaba. Y volvió a intentar en ese terreno “seguro”, aunque ya no era igual. El arte volvió a ponerlo en contacto, hace 11 años, con quien hoy es su pareja y gran amor.

Este vínculo fue distinto desde el arranque, revela, porque “un círculo social amplio acompañó toda la historia”, aludiendo a los amigos, familias y entornos de los dos. Sin embargo, en todo ese tiempo Mariano nunca había hablado con su familia, excepto con sus hermanos.

Después de vivir un año con su nueva pareja, de compartir un viaje y planeando otro, decidió que era momento de encarar a su padre. Caminando por el parque, le dijo que “había arrancado un tren hace mucho tiempo, con un montón de gente a bordo, lleno de afectos, de personas muy copadas, y que le estaba ofreciendo un ticket para subirse y entenderlo en el camino; pero que ese tren pasaba una sola vez”. Cerrada la metáfora, le reveló el verdadero rol que jugaba en su vida ese muchacho al que todos consideraban un buen amigo. Su padre le dijo que necesitaba tiempo para digerirlo. “Le ofrecí que hiciera todas las preguntas que quisiera, porque yo no podía estar más feliz, ni más en equilibrio conmigo mismo”. Le encargó que hablara con su madre. Y poco a poco, su pareja se fue integrando a su familia.

“Lo conté cuando supe que era digno de contar y no una exploración, ni una experiencia. Es una certeza y una historia que quiero compartir”, cerró Mariano.