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Se fue respirando “con el asma de un viejo bandoneón”

Se fue respirando “con el asma de un viejo bandoneón”

ALEJANDRO CASTAÑEDA
Por ALEJANDRO CASTAÑEDA

16 de Octubre de 2019 | 01:42
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Penúltimo exponente de una galería tanguera cada vez más despoblada y más acorralada. Autor de éxito en varios formatos musicales. Letrista sensible y popular. Cantor de voz grave y trazo urbano. Personaje inclasificable de una Buenos Aires en retirada. Mujeriego de tiempo completo. Pastor umbanda de corta temporada. Actor recordado (“Felicidades”, de Lucho Bender). Creador de dos temas nostálgicos que merecen figurar en la buena galería tanguera (Garganta con arena y Café la Humedad). Único artista que, con un fueye a la rastra, llenaba teatros cuando el tango ya se había refugiado en rincones perdidos. Poeta instintivo de fino oído para transmitir el aire de aquel Buenos Aires. Porteño de alma que, como muchos otros, había sido superado por su personaje. Autodidacta de trasnoche. “Tuve un secundario tibio –dijo- y no me gustaron nunca los libros, todo lo que sé me lo enseñó la calle, la noche, los amigos, los boliches”. Tipo diverso y talentoso que se formó musicalmente en una academia de piano, que siendo un chico acompañó del teclado a conjuntos de poca monta y que de a poco se animó primero a cantar y después a componer. Seductor, canchero y entrador su biografía tuvo el mismo recorrido que Sandro, desde la cuna hasta en ese final, rodeado de esos tubos de oxígenos que le daban aire a una vida gastada por los excesos. Sus composiciones se abrieron cancha a puro aplauso. Fue la goma de auxilio de un tango que se iba quedando huérfano de poetas, público y cantores. Los tangueros ortodoxos siempre miraron de reojo a esta bailantero que honraba por igual a Goyeneche y a esa reina que “nadie se la levanta”. Ausentes para siempre los grandes poetas del dos por cuatro, Cacho apareció en su momento como un heredero tardío y atrevido de un Conurbano profundo que desafiaba las letras hondas y estilizadas de Horacio Ferrer y Eladia. Su auditorio fue barrial. Sus dichos, sus temas y sus alardes amorosos lo pusieron definitivamente lejos de toda corrección. Por exagerar su rol de varón desbocado, un par de veces quedó pagando. Y en sus últimos años, cuando su fueye empezó a perder aire, decidió casarse con chicas jóvenes para engañar un presente con más inyecciones que caricias. La sensación es que su puñado de recuerdos, su puñado de lindas mujeres y su puñado de éxitos lo llevaron en andas cuando se preparaba para la última función. Vivió a pleno y bien acompañado. En el saludo final, entre calmantes y recuerdos, quizá se haya escuchado: “tu voz, de duendes y fantasmas/ respira con el asma/ de un viejo bandoneón”.

 

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