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“Manifiesto”: Breton, Trotsky y un encuentro onírico que se pregunta sobre el vínculo entre política y arte

Alejandro Rath estrenó en Cine.Ar su tercera película, retrato lúdico de la reunión entre el vanguardista y el revolucionario

“Manifiesto”: Breton, Trotsky y un encuentro onírico que se pregunta sobre el vínculo entre política y arte

Pompeyo Audivert e Iván Moschner, en la piel de Trotsky y Breton

26 de Febrero de 2021 | 06:05
Edición impresa

Dos actores, Pompeyo Audivert e Iván Moschner, viajan a una solitaria casa costera y juegan a convertirse en el líder revolucionario ruso León Trotsky y el fundador del movimiento surrealista André Breton. Ensayan, repiten textos complejos, poniendo en escena el encuentro entre ambos vanguardistas, uno político, el otro artístico, protagonizaron en 1938. Pero irrumpe el sueño, desesperado, como siempre, y los límites entre lo real y lo onírico, entre representación y realidad, se disuelven.

Esa es la premisa de “Manifiesto”, tercera película de Alejandro Rath (“¿Quién mató a Mariano Ferreyra?”, “Alicia”), estrenada el martes en Cine.Ar Play y que se verá esta noche, a las 22, por canal Encuentro.

Un proyecto que nació hace tiempo, cuenta Rath que tras la proyección de la película esta noche se encontrará con el público y con Gabriela Cabezón Cámara, César González y María Negro, Adriana de los Santos, parte del filme, para charlar en la plataforma de Instagram de Puente Films: “Siempre me interesó la relación entre arte y política, la he estudiado y pensado a lo largo de mi vida. En un momento, empecé a escribir escenas sueltas sobre el tema, pero no sabía cómo encararlo. Hasta que se me ocurrió que el encuentro entre Trotsky y Breton”, relata el cineasta.

La cumbre en cuestión, conocida como el encuentro entre el águila y el león, ocurrió en México, en 1938. Y ocurrió por una razón: Trotsky, en su exilio, le pidió a Breton el borrador de un manifiesto para organizar a los artistas revolucionarios, en lo que supuso un intento de zanjar la distancia entre arte y la revolución. 

Rath investigó la reunión, y descubrió un un conflicto alrededor del cual “podía construir un hilo conductor para estas ideas que tenía sueltas”: Trotsky le pide a Breton que escriba el manifiesto vanguardista definitivo, y el surrealista, “ante el síndrome de la página en blanco y la presión de Trotsky, comienza a sentir la presión y a tener sueños recurrentes”.

De su inconsciente brotan entonces encuentros con una pianista, Adriana de los Santos, un cineasta, César González, una poeta, María Negro, y una escritora, Gabriela Cabezón Cámara, que comienzan a contaminar la vigilia, como presuponían, claro, los surrealistas: el sueño se alimenta de lo vivido, pero lo soñado también repercute en la vigilia posterior.

SUEÑO Y VIGILIA

Los sueños de ese Breton desesperado le permitieron a Rath “jugar con los límites del sueño y la vigilia, que representación y realidad se desdibujen, que esas capas estuvieran en permanente movimiento”, construyendo un filme que desvanece certezas, como aquellas vanguardias, y que a la vez replica las condiciones de producción (como supone el marxismo): el director relata que decidió filmar “Manifiesto” llevando al rodaje “muy poco establecido de antemano: me puse como desafío saltar al vacío, no tener demasiado definido”. 

La filmación se organizó alrededor de ideas, objetos y textos con los que todos los participantes del filme “íbamos jugando, viendo como funcionaba dentro de ese pequeño hilo dramático. Fue una construcción de la escritura en el hacer”, cuenta Rath.

El resultado es una película muy libre, lúdica, que retrata de forma libre un debate vigente hoy: aquella reunión entre Trotsky y Breton era en busca de un camino para reunir a las vanguardias artísticas y políticas. Un camino que algunos siguen buscando, pensando cómo el arte puede ayudar a cambiar el mundo, aunque Rath, parte de esta era, no cree demasiado en la posibilidad de esa utopía, y por eso afirma que su película “juega a la vanguardia. Es jugar, porque las vanguardias cumplieron un rol en la historia, pero hoy perdieron el filo, fueron institucionalizadas… Me parecía interesante jugar a la vanguardia y plantear el debate sobre cuál es nuestro rol como artistas: hemos perdido el filo, nuestra generación es un poco más cínica respecto de la posibilidad de la transformación desde el arte. Eso me perturba”.

ARTE PARA CAMBIAR EL MUNDO

El director no cree ni descree: a través de la película, busca las respuestas. Piensa que “el arte no puede cambiar el mundo: al mundo lo cambian las personas, por eso creo que los artistas tenemos que militar para cambiar al mundo”. Pero a la vez, avisa, “la expresión sensible en una obra artística empuja a poder imaginar otro mundo: alejarse del cinismo, acercarse a la emoción, está en las antípodas del capitalismo, que lo único que tiene para entregarnos es barbarie, destrucción, enfermedad, una relación enferma con la naturaleza. Si uno, de eso, puede sacar una expresión sensible, humana, en términos artísticos, creo que está planteando un inconformismo. Es un granito de arena”.

Lo que es más: Rath empezó a escribir “Manifiesto” pensando “cómo nos colocamos, como artistas”, ante un mundo con “paralelos entre la situación en que se reunieron Trotsky y Breton previo a la Segunda Guerra Mundial, con un avance del fascismo y los nacionalismos y una persecución a lo diferente. Cuando empecé a escribir se planteaba el Brexit, Trump hacía campaña contra los mexicanos y quería hacer grande a Estados Unidos…”.

Un mundo donde la derecha crece, un mundo que Rath rechaza. ¿Qué puede hacer el arte, entonces? Rath reivindica el manifiesto que da título a su filme frente a estas preguntas, pero agrega que “la película reivindica además el pensar: profundizar ciertos temas, lograr cierto nivel de abstracción para no quedarse en la superficie de los problemas, está en contradicción total con la rebeldía de la derecha, una rebeldía que pega la vuelta y termina beneficiando a este sistema social”.

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