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¿Te gusta el que entre cita y cita nunca da señales de vida y casi no sabés de esa persona?
A la mayoría nos ha pasado. Sentís una “conexión” especial con esa persona. Cuando le ves hay muchos temas de conversación, muchas risas, mucha tensión sexual. Vamos que hay química, pero hay un problema: entre cita y cita casi casi no sabés de esa persona, nunca da señales de vida y eso te está volviendo loca.
Este tipo de contacto errático se llama refuerzo intermitente, y puede provocar que te obsesiones completamente con alguien.
Así lo asegura, al menos la psicóloga clínica Jennifer Taitz, en su nuevo libro, ‘How to Be Single and Happy’ (Cómo estar soltera y feliz).
Hay algo en la incertidumbre de no saber cuando recibirás el siguiente mensaje que te hace estar concentrada y emocionada todo el tiempo. La inconsistencia es lo que te mantiene con esperanza y motivados.
La coach motivacional Jillian Turecki invita a preguntarte: ¿Por qué estoy tan interesada en alguien que no está tan interesado en vos? Ella asegura que esa pregunta te invita a reflexionar sobre tu personalidad y sobre lo que estás buscando en una pareja.
Muchas veces la respuesta a la que se llega es que has proyectado una fantasía sobre esa persona, una idea que has creado y que ni siquiera sabés si es verdadera.
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Otra razón es que la inconsistencia hace que estés más interesada en conseguir esa atención. Querés demostrarte y demostrarle que podés llamar su atención. Se convierte en una especie de juego.
Y aunque podría ser tentador jugar a aumentar el interés de la otra persona, al final del día vas a terminar peor. Es en este punto cuando empezás a obsesionarte y nada llevado al extremo es positivo.
Existe una inercia irrefrenable en el ser humano que nos lleva a adivinar lo que piensan los demás. A todos nos hubiera gustado en algún momento poder saber lo que pasaba por la cabeza de alguien con quien nos relacionábamos. Esa vocación de adivinos nos lleva a dar por hecho que generalmente las palabras y los gestos tienen más de un significado, y como consecuencia, nos esforzamos por encontrar esas intenciones o motivaciones ocultas en una gran parte de nuestras relaciones. El problema es que a día de hoy no tenemos forma alguna de acceder a los pensamientos de los demás. No podemos leer el pensamiento de nadie. Nadie puede hacerlo.
Sin embargo, a veces actuamos como si tuviéramos esa capacidad. Tomamos pequeños indicios, pequeñas y absurdas señales que creemos que están cargadas de significado y las estrujamos y mareamos en nuestra cabeza hasta que cobran sentido. Pero no nos engañemos, se trata de una ilusión, de un “delirio” insignificante y terriblemente humano.
De un tiempo a esta parte la tecnología ha irrumpido en este problema, y no precisamente para facilitar las cosas. La mensajería instantánea ha hecho que este pequeño delirio se extienda de una forma descontrolada. Con los mensajes todo es interpretable. Sacamos enrevesadas conclusiones de una o dos palabras, y en los casos más graves, lo que dispara nuestra vocación de mentalistas es la ausencia de respuesta.
Cuando escribimos un mensaje y alguien no nos contesta se disparan los primeros síntomas del problema. En la primera fase, sin más información, concluimos que la otra persona ha leído nuestro mensaje y por lo tanto no ha contestado por que no ha querido hacerlo. De ahí tratamos de buscar una explicación. Buscamos una buena razón que nos permita entender por qué habrá tomado esa decisión. Y así entramos en la segunda fase, en la que tendemos a pensar cosas como que “está con otra persona”, “no le intereso”, “dije algo que le molestó”, “es un desconsiderado”, etc. Como consecuencia tendemos a sentirnos enfadados o dolidos, lo que nos lleva rápidamente a la tercera fase. En esta ponemos el broche final al proceso planificando cambios en nuestro comportamiento con la otra persona: “ahora quien no quiere hablar soy yo”, “yo para estar así prefiero no estar”, “casi mejor quedarme calladito”, etc. El resultado es que hemos pasado de no tener una información a “no voy a hablarte” en apenas unos segundos. Da que pensar, ¿no?
Como alternativa, te proponemos una versión más racional y parsimoniosa. Es verdad que quizá leyó el mensaje, o quizá no. Si lo leyó, quizá no quisó contestar, o quizá sencillamente estaba haciendo otra cosa y no pudo. Pongámonos en lo peor, lo leyó y no quiso contestar. Si no quiso contestar, podría ser porque tuvo una razón de peso para no hacerlo. O quizá, sencillamente estaba ejercitando su sano derecho a elegir, y eligió vivir su momento presente con intensidad y sin distracciones, sin compartir la mitad de su cerebro con la pantalla de su teléfono celular. Pero nuevamente pongámonos en lo peor. Imaginemos que le leyó su mensaje, que decidió no contestar y que esta decisión se debía a alguna clase de conflicto o problema. Si este fuera el caso, nos toca lo más difícil de todo: adivinar qué le pasa. Francamente, partiendo de nada no sabría ni como empezar. Lo único que ha pasado es que no ha respondido como esperabas o como te hubiera gustado a un mensaje. Quizá eso es todo, quizá no hay más.
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