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Descenso a los infiernos: dos estrenos franceses y una espiral hacia el horror

Descenso a los infiernos: dos estrenos franceses y una espiral hacia el horror

escena de “custodia compartida”, de xavier legrand / outnow

Pedro Garay

Pedro Garay
pgaray@eldia.com

12 de Mayo de 2018 | 04:07
Edición impresa

Casi toda la cartelera la ocupa el gigante Thanos y su batalla contra los Avengers, predeciblemente: el cine, que cuando no está en crisis parece estar agazapado ante un futuro terremoto, sostiene un flojísimo 2018 en las boleterías argentinas, en las cuales, hasta aquí, solo dos productos han descollado, y ambos de la factoría Disney (los mencionados “Avengers” y “Coco”).

En ese marco, sin embargo, en lo que va de año se han muchas películas valiosas que escapan a la procedencia y la gramática del estudio del ratón, pero hay que tener cierta celeridad para verlas antes de que se extingan de la cartelera.

Esta semana, por ejemplo, llegaron tres estrenos de Francia. Uno, “Godard, mon amour” (de Michel Hazanivicius, vilipendiado por la cinefilia por “El Artista”), es un retrato con algo de ponzoña y mucho de caricatura sobre el ícono del cine francés; las otras dos, “Custodia compartida” y “Amante doble”, son películas eminentemente distintas, pero comparten una peculiaridad formal: ambas fugan hacia el género del thriller para retratar el descenso a los infiernos (dos infiernos muy distintos) de sus protagonistas.

el último legrand

“Custodia compartida”, de Xavier Legrand.- Si uno no supiera que se trata de la ópera prima del actor Xavier Legrand, pensaría al ver “Custodia compartida”, ganadora del León de Plata a mejor dirección en Venecia, que está frente a la obra de un avezado autor capaz de manejar géneros y tonos con experta solvencia: filme de tres actos, cada parte propone un giro sutil pero radical en la forma, cada cambio tiene una intención y es desarrollado con gran eficacia.

En la primera escena queda definida la forma de la primera parte: un padre, una madre y sus abogados discuten sobre la custodia de un chico. Él pide custodia compartida, ella pide que por favor no, jura que su ex marido ha tenido conductas inapropiadas, violentas, él desmiente. La jueza mira desaprensiva las acusaciones cruzadas, los trata de mentirosos a los dos con burocrática frialdad. Todo indica que estamos ante una nueva entrega de ese cine francés de estética realista, casi documental, que ha dado algunos de los exponentes más intensos del país europeo en los últimos tiempos, desde “Entre los muros” hasta “120 latidos por minuto”.

Legrand juega con esta forma durante la introducción: algunos comportamientos del papá parecen exasperados, pero también algunos de la madre, que se resiste a dejar que el padre vea al hijo aún cuando la jueza así lo ha dictaminado. La cinta parece en esa primera media hora retratar puntos de vista opuestos de manera ecuánime, buscando mostrar no tanto quién tiene la razón como los efectos de un divorcio en un chico, atrapado en el fuego cruzado.

Pero de esa descripción realista, casi periodística, la cinta se extraña minuto a minuto: el padre se revela violento, persigue a su ex, agrede a su hijo, y mientras la película avanza, durante el tramo medio, en la denuncia de la violencia doméstica, avanza hacia el terror que estalla en el final.

Algunos especialistas consideran esta caída al abismo como la porción menos interesante del filme: la lectura analítica y distanciada queda anulada ante la aparición de un villano más grande que la vida, parte de la convención de un género que rara vez apuesta por la sutileza. La película se torna más panfletaria, menos matizada.

Pero Legrand pretende escapar de esa desaprensión realista, esa distancia fría, y ensayar un relato descarnado del terror psicológico de las víctimas de violencia (el terror es, después de todo, la metafísica del cine).

El director hace gala de su manejo de las convenciones narrativas, genera efectos y atmósferas intensos con una economía de recursos y un puñado de recursos clásicos como el uso del fuera de campo, de la oscuridad y, sobre todo del silencio. En esa escena final: el silencio (clave de otra cinta valiosa que continúa en cartel, “Un lugar en silencio”) construye suspenso pero también opera como una carnal metáfora del silencio de las víctimas, de la parálisis metafísica, del pánico.

(**** MUY BUENA)

exploración formal

“Amante doble”, de Francois Ozon.- También Francois Ozon juega con las formas en “Amante doble”, y también lleva a su protagonista, Chloe, en una caída en espiral hacia el horror. Chloe tiene dolores de vientre y tras visitar a varios médicos, decide hacer terapia: allí conoce a un atractivo terapeuta con el que construye un lazo que va mutando del cuidado hacia la atracción, esperablemente.

Ozon, lejos de esconder y retrasar el encuentro entre amantes, resuelve la convención con celeridad porque el cineasta galo sabe que está jugando a citar a otros directores, a otras ideas ya elaboradas en el cine, a esa tensión, necesariemente sexual, entre paciente y doctor, entre lo activo y lo pasivo, el hombre y la mujer. Son convenciones que le permiten a Ozon realizar algunas exploraciones formales: la tesión erótica es apenas la puerta de entrada a un juego de espejos que remite a De Palma y Cronenberg, referencias que el galo cita hasta la parodia durante la segunda parte del filme, cuando aparece un hermano gemelo de quien ahora es pareja de Chloe, y se desarrollan algunas subtramas propias del culebrón, engaños, ex parejas, tragedias, entre escenas de sexo intenso y sumamente tenso, mediado por juegos de poder y manipulaciones que ahora citan al Verhoeven de “Bajos instintos”.

Y todo podría estar en la psique de Chloe, claro: pero si Ozon parece ensayar un estudio de las complejidades psicológicas de la mujer a través de De Palma, Cronenberg y Verhoeven, hacia el final abandona toda pretensión psicologista, lanza por la borda las hipótesis junguianas y se desata en un final con sangre, vísceras y nonatos incluidos: la referencia es ahora el cine clase B (quizás también, socarronamente, la construcción de la subjetividad extrañada de Aronofsky) y en ese estallido final se disuelve el thriller psicológico tenso, claustrofóbico (también todo esbozo de explicación y de solemnidad) construido a partir de los maestros del séptimo arte.

Para algunos, la porción más clásica del relato demuestra sus virtudes técnicas, una capacidad para narrar que proviene de una cinefilia experta: el cierre sangriento asoma como un capricho, un gesto. Para otros, sin embargo, en ese tramo final hay desparpajo, vitalidad y disfrute.

(**** MUY BUENA)

“Legrand busca escapar de esa desaprensión realista, y ensaya un relato descarnado del terror psicológico de las víctimas”

 

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