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La Ciudad |DEL DERECHO A LAS LETRAS

Horacio Castillo: escritor, ensayista y poeta que el mundo literario supo reconocer

Nacido en Ensenada, pero platense por adopción, fue un reconocido prosista, calificado traductor de autores griegos y abogado de la Fiscalía de Estado, en la que se jubiló

Horacio Castillo: escritor, ensayista y poeta que el mundo literario supo reconocer

Horacio Castillo, durante una entrevista

2 de Marzo de 2025 | 00:18
Edición impresa

Horacio Castillo, nacido en Ensenada en 1934 y fallecido en La Plata en 2010, fue periodista de EL DIA muchos años, escritor, ensayista, poeta, calificado traductor de autores griegos y abogado de la Fiscalía de Estado en la que se jubiló. Quedó para siempre como una figura descollante del mundo literario argentino, cuya velisoa producción literaria le valió un vasto reconocimiento en el país y en el exterior.

Castillo se vio seducido desde joven por la cultura y la literatura griega, cuyos poetas contemporáneos tradujo a nuestro idioma. Y ese amor por Grecia se vio correspondido. Cinco años después de su fallecimiento, su segunda patria espiritual, a través de la Embajada de Grecia en la Argentina, le rindió un emotivo tributo a Castillo, en un acto que tuvo lugar en la sede de la Academia Argentina de Letras.

La embajada griega en Buenos Aires había decidido exaltar las notables cualidades de Castillo, así como la difusión que había realizado de la cultura de Grecia, principalmente como traductor de grandes autores.

En ese acto realizado el 5 de abril de 2015 el entonces embajador Michael B. Christides sintetizó: “Para nosotros fue simplemente Horacio, helenista querido y respetado por todos”. Entre el público se encontraban las principales figuras de la literatura argentina.

Los años que pasan desde entonces no hacen mella en la trabajada poesía de Castillo, que se lee cada vez más joven, más actual, con la potencia que sólo da lo clásico. Su obra representa, como pocas, la frescura intemporal del mundo griego en el que vivió tironeado, herido, por la verdad y la belleza.

“Materia acre”, de Horacio Castillo

UN POEMA

No se puede demorar ya más la transcripción de uno de sus más bellos poemas, “Anquises sobre los hombros”, que dice así: “Todos llevamos, como Eneas, a nuestro padre sobre los hombros./ Débiles aún, su peso nos impide la marcha,/ pero luego se vuelve cada vez más liviano,/ hasta que un día deja de sentirse / y advertimos que ha muerto./ Entonces lo abandonamos para siempre / en un recodo del camino / y trepamos a los hombros de nuestro hijo”.

Periodista de El DIA durante muchos años, pronto se advirtió la valía de su producción poética y fue designado miembro integrante de la Academia de Letras y correspondiente de la Real Academia Española.

Amigo profundo de sus amigos, pero antes que nada jefe de una familia a la que amó y que hoy lo extraña, Castillo tenía un exterior notablemente serio, solemne por momentos, pero la sonrisa y el buen humor estaban allí nomás, a flor de piel. Con alguna ironía que chispeara, Horacio se encendía.

Horacio Castillo, entre libros

Una vez que se retiró como integrante activo de la Redacción, quedó como colaborador desde afuera de ella. Dos o tres días por semana ingresaba a la Redacción para traer su colaboración, que eran unas “pastillas” (así se les llamaba antes a los escritos muy cortos) que el diario publicaba debajo de la columna editorial.

Eran aguafuertes sobrios, escritos con prosa sustantiva, como retratos de la vida que no podían dejar de leerse. Y Horacio, cada vez que entraba a la Redacción -tan serio como era siempre- sonreía emocionado: “Hola, amigos atenienses...! Cómo andan esas liras…” les decía a los redactores, que devolvían su saludo con respeto y afecto.

Su mujer, Susana Espíndola (todos la llamaron siempre Susana Castillo) recordaba con amor los años jóvenes del noviazgo con Horacio, que los llevó a un matrimonio de cincuenta años de felicidad. “Mi papá era Aníbal Espíndola, periodista de El Argentino. Y también hacía la Universidad, así que competían con Horacio. Pero resulta que se hicieron amigos. La primera vez que vino a casa estuvo cinco minutos conmigo y cuatro horas con mi padre, que tenía una biblioteca maravillosa. Siempre le dije a Horacio, vos te casaste conmigo por la biblioteca de papá…”. Lo cierto es que el suegro le regaló al yerno, entre otros valiosos libros, una primera edición del libro Las Tardes, del poeta platense Francisco López Merino.

“Cendra”, de Horacio Castillo

SUS LIBROS

Libros de su autoría fueron Descripción (1971), lo siguieron: Materia acre (1974), Tuerto rey (1982), Alaska (1993), Los gatos de la Acrópolis (1998), Cendra (2000), Música de la víctima y otros poemas (2003) y Mandala (2005). Este último cierra su período lírico, que fue reunido en varios volúmenes, entre ellos: La casa del ahorcado (1974-1999) y Por un poco más de luz (1974-2005).

 

Como periodista de El DIA, pronto se advirtió la valía de su producción poética

 

Muy joven conoció a Ricardo Rojas y trabó también relación con Pablo Neruda. En España se relacionó con el después premio Nobel, Vicente Aleixandre, y mantuvo una extensa y afectuosa relación con el poeta griego y premio Nobel de Literatura (1979) Odysseas Elytis, de quien tradujo varios libros al castellano.

A continuación se transcribe otro de los poemas inolvidables de Castillo, titulado “Para ser recitado en la barca de Caronte”.

Como se sabe, en la mitología griega Caronte era el barquero encargado de llevar las almas de los difuntos de un lado a otro del río Aqueronte. Para pagar ese viaje en la Antigua Grecia se enterraba a los muertos con una moneda bajo la lengua -otros dicen que le ponían dos monedas, una sobre cada ojo- y los que no podían pagar debían aguardar un siglo vagando por las riberas del río Aqueronte, hasta que al vencer ese plazo el barquero aceptaba llevarlos sin cobrar.

Este es el poema de Castillo: “El paisaje es más hermoso de lo que habíamos imaginado:/ estas murallas que caen a pico sobre nosotros,/ aquel sol negro descendiendo sobre la laguna,/ allá, a estribor, un arco iris que refracta la niebla./ Pero esta moneda de hierro entre los dientes, /este óbolo que debemos morder hasta el término del viaje,/ cierra la boca que desea cantar. / Cantar para estas almas tristes sentadas en el banco,/ mientras el cómitre marca con el látigo el compás, / mientras ordena remar sin interrupción,/ cada vez más fuerte, cada vez más rápido, más lejos de la luz”.

Horacio Castillo fue un destacadísimo escritor

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