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DIEGO BAGÚ (*)
Somos exploradores por naturaleza. Es parte intrínseca de nuestra genética. Y ha sido una práctica -la exploración- que hemos desarrollado desde el preciso momento en que nuestros antepasados primates, los primeros australopithecus, comenzaron a desplazarse a través de la sabana africana. Pasaron milenios e incluso millones de años, a lo largo de los cuales nuestra especie fue recorriendo nuevas tierras, continentes e incluso adentrándose en enormes mares y océanos, conquistando así cada rincón de este maravilloso planeta azul. Cada uno de esos territorios que explorábamos por vez primera lo realizábamos con el esfuerzo de toda la manada, con herramientas básicas, con la enorme compañía del fuego y, de manera muy significativa, por medio de esos “pequeños” faros que se cortaban en el más oscuro de los cielos. Precisamente ellos, y por largas noches, nos marcaban el camino. Hubo un momento -nunca sabremos de manera precisa ni cuándo ni dónde- en que comenzamos a desear alcanzar esos faros. En definitiva, allí se encontraban no sólo nuestros dioses y anhelos sino que, además, las diversas formas y lugares que ocupaban en aquel oscuro telón eran indicios inapelables respecto a la regulación de nuestra actividad social. El sembrar y cosechar, por mencionar meros ejemplos, eran dictados por estos “mensajeros”.
Generación tras generación, ese ferviente deseo de llegar al cielo nunca cesó. Mucho más aquí en el tiempo, fue necesario desarrollar el pensamiento científico para describir los primeros esbozos a fin de encontrar las ideas y sus implementaciones correctas para lograr tan singular cometido. Sólo a partir del crecimiento exponencial de la ciencia y el desarrollo tecnológico del siglo XX es que el alcanzar el más cercano de esos faros, la Luna, nos fue posible. Fue en 1968, más precisamente en la Navidad de aquel año, cuando por vez primera la humanidad pudo viajar a la Luna. La tripulación del Apollo 8 circunnavegó la esfera gris y, mientras pasaba tan sólo a unos kilómetros de sus cráteres y montañas, sus astronautas nos emocionaron con la lectura del propio Génesis. Acaba de cumplirse medio siglo de un hecho memorable, ocurrido el 20 de julio de 1969. Ese mismo día comenzó, y para siempre, nuestro incesante viaje a las estrellas.
(*) Director Planetario
Ciudad de la Plata
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